El viaje de Abraham comienza con el desastre en Egipto (Génesis 12:8-13:2)
Los resultados iniciales de los viajes de Abraham no eran prometedores. Había una competencia feroz por la tierra (Gn 12:6), y Abraham pasó mucho tiempo tratando de encontrar un espacio para habitar (Gn 12:8–9). Eventualmente, el deterioro de las condiciones económicas lo forzaron a salir y llevar a su familia a Egipto, a cientos de millas de distancia de la tierra que Dios le había prometido (Gn 12:10).
La posición vulnerable de Abraham de migrante económico le causó miedo. Él temía que los egipcios lo mataran para obtener a su hermosa esposa Sara y, para evitarlo, le pidió a Sara que dijera que era su hermana en vez de su esposa. Como Abraham lo sospechó, uno de los egipcios (de hecho, Faraón) deseó a Sara y ella “fue llevada a la casa de Faraón” (Gn 12:15). Como resultado, “el Señor hirió a Faraón y a su casa con grandes plagas” (Gn 12:17). Cuando Faraón descubrió la causa —que había tomado la mujer de otro hombre—, le entregó su esposa a Abraham e inmediatamente les ordenó a ambos que se fueran de su tierra (Gn 12:18–19). Sin embargo, Faraón les dio ovejas y ganado, asnos y asnas, siervos y siervas y camellos (Gn 12:16), y plata y oro (Gn 13:2), un indicio más de que la riqueza de Abraham (Gn 13:2) se debía a los regalos de la realeza. [1]
Este incidente demuestra dramáticamente tanto los dilemas morales que causa la inmensa desigualdad en cuanto a riqueza y pobreza y los peligros de perder la fe frente a tales problemas. Abraham y Sara estaban huyendo del hambre. Puede que sea difícil imaginar estar en una condición tan desesperada de pobreza o temor que una familia decidiera someter a sus mujeres a asociaciones sexuales para poder sobrevivir económicamente, pero incluso en la actualidad millones de personas enfrentan esta opción. Faraón reprende a Abraham por su proceder, pero aun así la respuesta de Dios a un incidente posterior similar (Gn 20:7, 17) muestra más compasión que juicio.
Por otra parte, Abraham había recibido la promesa directa de Dios, “Haré de ti una nación grande” (Gn 12:2). ¿Su fe en que Dios cumpliría Sus promesas falló tan rápidamente? ¿La supervivencia realmente requería que mintiera y permitiera que su esposa se convirtiera en una concubina, o Dios habría provisto otra forma? Parecía que los temores de Abraham le habían hecho olvidar su confianza en la fidelidad de Dios. De forma similar y con frecuencia, las personas en situaciones difíciles se convencen a sí mismas de que no tienen otra opción que hacer algo que consideran incorrecto. Sin embargo, es diferente no tener ninguna opción a tener la opción de tomar una decisión con la que no estemos cómodos.
Bruce K. Waltke, Genesis: A Commentary (Grand Rapids: Zondervan, 2001), 216.