La fidelidad de Abraham en contraste con la infidelidad de Babel (Génesis 12:1-3)
Como se menciona al comienzo de Génesis 12, Dios hizo un pacto con Abraham que requería fidelidad. Al dejar la tierra de su familia extendida incrédula y seguir el llamado de Dios, Abraham se distinguió drásticamente de sus parientes distantes que se quedaron en Mesopotamia e intentaron construir la torre de Babel, como relata el final del capítulo 11 de Génesis. La comparación entre la familia inmediata de Abraham en el capítulo 12 y los otros descendientes de Noé en el capítulo 11 enfatiza cinco contrastes.
Primero, Abraham pone su confianza en la guía de Dios y no en la estrategia humana. En contraste, los constructores de Babel creyeron que por sus propias habilidades e ingenio podrían crear una torre “cuya cúspide llegue hasta los cielos” (Gn 11:4), y así ser importantes y estar seguros en una forma que usurpaba la autoridad de Dios.[1]
Segundo, los constructores buscaban hacerse un nombre famoso (Gn 11:4), pero Abraham confió en la promesa de que Dios engrandecería su nombre (Gn 12:2). La diferencia no recae en el deseo de alcanzar la grandeza como tal, sino en el deseo de alcanzar la fama por sus propios medios. Dios en realidad hizo que Abraham fuera famoso, no por su propia causa, sino para que sean “benditas todas las familias de la tierra” (Gn 12:3). Los constructores buscaban la fama para ellos mismos y a pesar de esto, siguen siendo anónimos hasta el día de hoy.
Tercero, Abraham estaba dispuesto a ir a donde Dios lo guiara, mientras que la intención de los constructores era amontonarse en su espacio habitual. Ellos comenzaron su proyecto a partir del miedo de ser dispersados sobre la faz de la tierra (Gn 11:4) y al hacerlo, rechazaron el propósito de Dios para la humanidad, que era “llenar la tierra” (Gn 1:28). Tal parece que temían la dificultad que les representaría dispersarse en un mundo aparentemente hostil. Eran creativos e innovadores en tecnología (Gn 11:3), pero no estaban dispuestos a acogerse completamente al propósito de Dios para ellos de ser fecundos y multiplicarse (Gn 1:28). Su temor de ocupar la plenitud de la creación coincidía con su decisión de reemplazar la guía y gracia de Dios por el ingenio humano. Cuando no aspiramos a más de lo que podemos alcanzar por nosotros mismos, nuestras pretensiones se vuelven insignificantes.
Por el contrario, Dios hizo de Abraham el primer emprendedor, uno que siempre estaba avanzando hacia nuevas tareas en diferentes lugares. Dios lo llamó a salir de la ciudad de Harán hacia la tierra de Canaán, en la que nunca se estableció en un lugar fijo. Él era conocido como un “arameo errante” (Dt 26:5). Este estilo de vida estaba más centrado en Dios, ya que Abraham tuvo que depender de la palabra y la dirección de Dios para encontrar el sentido de su vida, su seguridad y éxito. Como dice Hebreos 11:8, él “salió sin saber a dónde iba”. En el mundo del trabajo, los creyentes deben percibir la diferencia entre estas dos posiciones básicas. Todos los trabajos requieren planeación y construcción. El trabajo impío se deriva del deseo de depender únicamente de nosotros mismos, y se restringe estrictamente para nuestro propio beneficio y el de los pocos que estén cerca. El trabajo piadoso está dispuesto a depender de la guía y la autoridad de Dios, y desea crecer enormemente como una bendición para todo el mundo.
Cuarto, Abraham estaba dispuesto a dejar que Dios lo llevara a establecer nuevas relaciones. Mientras que los constructores de la torre buscaban encerrarse en una fortaleza amurallada, Abraham confió en la promesa de Dios de que su familia crecería para ser una gran nación (Gn 12:2; 15:5). Aunque ellos vivían como extranjeros en la tierra de Canaán (Gn 17:8), tenían buenas relaciones con sus conocidos (Gn 21:22–34; 23:1–12). La comunidad es un regalo. De este modo emerge otro tema clave para la teología del trabajo: el diseño de Dios es que las personas trabajen en redes saludables de relaciones.
Finalmente, Abraham fue bendecido con la paciencia para tener una visión a largo plazo. Las promesas de Dios se cumplirían en el tiempo de la descendencia de Abraham, no durante su vida. El apóstol Pablo interpretó que la “descendencia” es Jesús (Gá 3:19), lo que significa que la fecha de pago sería más de mil años después. De hecho, la promesa a Abraham no se cumplirá en su totalidad hasta el regreso de Cristo (Mt 24:30–31). ¡El progreso no se puede medir adecuadamente con reportes trimestrales! Por el contrario, los constructores de la torre no pensaron cómo su proyecto afectaría a las futuras generaciones, y Dios los amonestó por eso específicamente (Gn 11:6).
En resumen, Dios le prometió a Abraham fama, fecundidad y buenas relaciones, y con esto quiso decir que él y su familia bendecirían al mundo entero y en su momento, serían bendecidos más allá de lo que podían imaginar (Gn 22:17). A diferencia de otros, Abraham reconoció que esforzarse por alcanzar tales cosas por sí mismo sería inútil, o algo peor. En vez de eso, confió en Dios y dependió de Su guía y provisión cada día (Gn 22:8–14). Aunque estas promesas no se cumplieron totalmente al final de Génesis, iniciaron el pacto entre Dios y Su pueblo, por medio del cual el mundo sería redimido en el día de Cristo (Fil 1:10).
Dios le prometió una nueva tierra a la familia de Abraham. Hacer uso de la tierra requiere muchos tipos de trabajo, así que el regalo de la tierra reafirma que el trabajo es un campo esencial para Dios. Trabajar la tierra requería habilidades ocupacionales de pastoreo, construcción de tiendas, protección militar y la producción de un gran conjunto de bienes y servicios. Además, los descendientes de Abraham se convertirían en una nación cuyos miembros serían innumerables, tanto como las estrellas del cielo. Esto requeriría el trabajo de desarrollar relaciones personales, paternidad, política, diplomacia y administración, educación, las artes curativas y otras ocupaciones sociales. Dios llamó a Abraham y sus descendientes a que anduvieran delante de Él y fueran perfectos (Gn 17:1), con el fin de traer estas bendiciones a toda la tierra. Esto requería el trabajo de adorar, redimir, discipular y otras ocupaciones religiosas. El trabajo de José fue idear una solución para el impacto de la hambruna, y algunas veces nuestro trabajo es sanar lo que está quebrantado. Todos estos tipos de trabajo y los trabajadores que lo realizan, se someten a la autoridad, guía y provisión de Dios.
Bruce K. Waltke, Genesis: A Commentary (Grand Rapids: Zondervan, 2001), 182-83.