Isaac (Génesis 21:1-35:29)
Isaac fue el hijo de un gran padre y el padre de un gran hijo, pero como tal, su registro es diverso. En contraste con la constante prominencia que Génesis le da a Abraham, la vida de Isaac está dividida y se cuenta alrededor de las historias de Abraham y Jacob. La caracterización de la vida de Isaac encaja en dos partes, una claramente positiva y una negativa, y de las dos se derivan las lecciones respecto al trabajo.
En el lado positivo, la vida de Isaac fue un regalo de Dios. Abraham y Sara lo atesoraron y le transmitieron su fe y valores, y Dios le reiteró las promesas que le había hecho a Abraham. La fe de Isaac y su obediencia cuando Abraham lo trajo como sacrificio es ejemplar, porque realmente debió haber creído lo que su padre le había dicho: “Dios proveerá para sí el cordero para el holocausto, hijo mío” (Gn 22:8). Durante la mayor parte de su vida, Isaac siguió los pasos de Abraham. Expresando la misma fe, Isaac oró por su esposa estéril (Gn 25:21). Así como Abraham sepultó de forma honrosa a Sara, Isaac e Ismael enterraron juntos a su padre (Gn 25:9). Isaac se convirtió en un agricultor y pastor tan exitoso que la población local lo envidiaba y le pedía que se fuera (Gn 26:12–16). Él volvió a abrir los pozos que se habían cavado durante el tiempo de su padre, los que de nuevo se convirtieron en objeto de disputas con las personas de Gerar respecto a los derechos sobre el agua (Gn 26:17–21). Como Abraham, Isaac fue parte de un pacto juramentado con Abimelec que establecía un trato justo entre los dos (Gn 26:26–31). El escritor de Hebreos mencionó que por la fe, Isaac vivió en tiendas y bendijo a Jacob y a Esaú (Heb 11:8–10, 20). En resumen, Isaac había heredado un gran negocio familiar y riqueza. Como su padre, él no lo acaparó, sino que cumplió el rol que Dios había escogido para él de pasar la bendición que se extendería a todas las naciones.
En estos eventos positivos, Isaac fue un hijo responsable que aprendió a liderar su familia y administrar sus negocios en una forma que honraba el ejemplo de su padre piadoso y competente. La diligencia de Abraham para preparar un sucesor y establecer valores permanentes le trajo bendiciones a su negocio una vez más. Cuando Isaac tenía cien años, fue su turno de designar a su sucesor pasando la bendición de la familia. Aunque vivió otros ochenta años, el otorgamiento de la bendición fue el último aspecto significativo de Isaac registrado en el libro de Génesis. Lamentablemente, por poco falla en esta tarea. De alguna forma, olvidó la revelación de Dios a su esposa, que a pesar de la costumbre normal, su hijo menor, Jacob, debía convertirse en la cabeza de la familia en vez del mayor (Gn 25:23). Isaac regresó al camino correcto para cumplir los propósitos de Dios gracias a una táctica ingeniosa de Rebeca y Jacob.
Mantener el negocio de la familia significaba que la estructura fundamental de la familia debía estar intacta, y el padre debía garantizar esto. Aunque sea desconocido para muchos de nosotros actualmente, habían costumbres relacionadas que eran prominentes en la familia de Isaac: el derecho de nacimiento (Gn 25:31) y la bendición (Gn 27:4). El derecho de nacimiento otorgaba el derecho de heredar una parte más grande de las propiedades del padre, en términos de bienes y tierras. Aunque algunas veces el derecho de nacimiento se transfería, se reservaba por lo general para el hijo primogénito. Las leyes específicas al respecto podían variar, pero parece que fue una característica estable de la cultura del Cercano Oriente antiguo. La bendición era el llamado correspondiente de la prosperidad de Dios y la sucesión del liderazgo en el hogar. Esaú creyó equivocadamente que podía ceder su derecho de nacimiento y tener la bendición de todas formas (Heb 12:16–17) pero Jacob reconoció que eran inseparables. Con ambas, Jacob tendría el derecho a la herencia de la familia tanto económica como social y también en términos de su fe. La bendición, un tema fundamental en el desarrollo de la trama de Génesis, no solo acarreaba recibir las promesas del pacto de Dios con Abraham, sino también transmitirlas a la siguiente generación.
El fracaso de Isaac al no reconocer que Jacob debía recibir el derecho de nacimiento y la bendición, provenía de haber puesto su comodidad personal por encima de las necesidades de la organización familiar. Él prefería a Esaú porque amaba la presa silvestre que su hijo el cazador le traía. Aunque Esaú valoraba el derecho de nacimiento menos que una simple comida (lo que significa que no era adecuado ni estaba interesado en la posición de liderar el negocio familiar), Isaac quería que Esaú lo tuviera. Las circunstancias privadas bajo las cuales Isaac otorgó la bendición indican que sabía que tal acto sería criticado. El único aspecto positivo de este episodio es que la fe de Isaac lo llevó a reconocer que la bendición divina que por error le había dado a Jacob, era irrevocable. Por esta razón se le recuerda generosamente en Hebreos. “Por la fe bendijo Isaac a Jacob y a Esaú, aun respecto a cosas futuras” (Heb 11:20). Dios había escogido a Isaac para perpetuar está bendición y trabajó con tenacidad Su voluntad por medio de él, a pesar de las intenciones mal fundadas de Isaac.
El ejemplo de Isaac nos recuerda que sumergirnos demasiado en nuestra propia perspectiva nos puede llevar a cometer graves errores de juicio. Cada uno de nosotros es tentado por la comodidad personal, prejuicios e intereses privados, que nos hacen perder de vista la importancia más amplia de nuestro trabajo. Tal vez nuestra debilidad sean los elogios, la seguridad financiera, las relaciones inadecuadas, evitar los conflictos, las recompensas a corto plazo y otros beneficios personales que pueden estar en contra de que hagamos nuestro trabajo para cumplir los propósitos de Dios. Aquí se involucran tanto factores individuales como sistémicos. A nivel individual, el favoritismo de Isaac por Esaú se repite en la actualidad, cuando aquellos en el poder deciden promover ciertas personas con base en favoritismos, sean reconocidos o no. En el nivel sistémico, todavía hay muchas organizaciones que permiten que sus líderes contraten, despidan y asciendan personas a su antojo, en vez de desarrollar sucesores y subordinados por medio de un proceso a largo plazo, coordinado y que rinda cuentas. Ya sea que los abusos sean individuales o sistémicos, no habrá una solución efectiva con apenas decidir hacerlo mejor o cambiar los procesos organizacionales. En vez de esto, tanto los individuos como las organizaciones deben ser transformados por la gracia de Dios para priorizar lo que es realmente importante por encima del beneficio personal.