La adquisición deshonesta de Jacob del derecho de nacimiento y la bendición de Esaú(Génesis 25:19-3)
Aunque el plan de Dios era que Jacob fuera el sucesor de Isaac (Gn 25:23), Rebeca y Jacob engañaron y robaron para obtenerla, lo que puso a la familia en grave peligro. En vez de confiar en Dios, fueron deshonestos con Isaac y Esaú para asegurar su futuro, lo que trajo como resultado una separación prolongada en el negocio familiar.
Las bendiciones del pacto con Dios eran regalos que se recibían, no se tomaban a la fuerza. Debían ser usadas para ayudar a otros, no para acumularlas. Jacob no lo tomó en cuenta. Aunque tenía fe (a diferencia de su hermano Esaú), él dependía de sus propias habilidades para obtener los derechos que valoraba. Jacob aprovechó el hambre de Esaú para comprarle el derecho de nacimiento (Gn 25:29–34). Es bueno que Jacob valorara este derecho, pero muestra una profunda falta de fe que lo quisiera conseguir por sus propios medios, especialmente en la forma en la que lo hizo. Siguiendo el consejo de su madre Rebeca (quien también buscó algo bueno por los medios equivocados), Jacob engañó a su padre y su vida como fugitivo de la familia muestra la naturaleza detestable de su comportamiento.
Tiempo después, Jacob comenzó a creer genuinamente en las promesas del pacto con Dios, aunque no logró vivir confiando en lo que Dios haría por él. Las personas maduras y piadosas que han aprendido a dejar que su fe transforme sus decisiones (y no que sus decisiones transformen su fe) pueden trabajar con base en esa fortaleza. Las decisiones valientes y astutas que alcanzan grandes logros pueden recibir elogios por su simple efectividad, pero cuando las ganancias resultan de aprovecharse y engañar a otros, algo está mal. Más allá del hecho de que los métodos deshonestos por sí mismos son incorrectos, también pueden revelar los principales miedos de aquellos que los usan. El deseo incesante de Jacob de ganar beneficios para él mismo revela cómo sus miedos lo llevaron a resistirse ante la gracia transformadora de Dios. En la medida en la que comenzamos a creer en las promesas de Dios, estamos menos propensos a manipular las circunstancias para nuestro propio beneficio. Siempre debemos estar conscientes de que nos podemos engañar a nosotros mismos con facilidad acerca de la pureza de nuestras motivaciones.