Dios hace que todo obre para bien (Génesis 50:15-21)
Las palabras de arrepentimiento de sus hermanos llevaron a José a uno de los mejores puntos teológicos de su vida, y de hecho, de casi todo Génesis. Él les dijo que no tuvieran miedo, porque él no tomaría represalias por su maltrato hacia él. Él les dijo, “Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente. Ahora pues, no temáis; yo proveeré para vosotros y para vuestros hijos” (Gn 50:20-21). José habla de “mucha gente”, lo que hace eco a la promesa del pacto de Dios de bendecir a “todas las familias de la tierra” (Gn 12:3). Desde nuestro punto de vista actual podemos ver que la bendición de Dios sobrepasó lo que José habría podido pedir o imaginar (ver Ef 3:20).
El trabajo de Dios en José y por medio de él tuvo un valor real, práctico e importante, que fue el de salvar vidas. Si alguna vez tenemos la impresión de que Dios nos quiere en nuestro lugar de trabajo solamente para que hablemos a otros acerca de Él, o si tenemos la impresión de que la única parte de nuestro trabajo que le interesa a Dios es el de establecer relaciones, el trabajo de José dice lo contrario. Las cosas que hacemos en nuestro trabajo son en sí mismas cruciales para Dios y para otras personas. En ocasiones, esto es así porque nuestro trabajo es una pieza de un todo más grande y perdemos de vista el resultado del trabajo. José adoptó una perspectiva más amplia en su trabajo y no se desanimó por los altibajos inevitables que experimentó.
Esto no quiere decir que las relaciones en el trabajo no sean de gran importancia. A lo mejor los cristianos tenemos el don especial de ofrecerles a otros el perdón en nuestros lugares de trabajo. La forma en la que José consoló a sus hermanos es un modelo del perdón. José siguió la instrucción de su padre de perdonar a sus hermanos y así los liberó verbalmente de la culpa. Pero su perdón, como todo el perdón verdadero, no fue solo verbal. José usó los vastos recursos de Egipto, que Dios había puesto bajo su control, para ayudarlos económicamente y que pudieran prosperar. Él reconoció que no debía juzgar, diciendo, “¿acaso estoy yo en el lugar de Dios?” (Gn 50:19). Él no usurpó el rol de Dios como juez sino que les ayudó a sus hermanos a relacionarse con Dios, quien fue el que los salvó.
La relación que José tenía con sus hermanos era tanto familiar como económica. No hay un límite claro definido entre estas áreas, pero el perdón es apropiado para ambas. Tal vez nos veamos tentados a pensar que nuestros valores religiosos más preciados están destinados principalmente a funcionar en espacios religiosos, tales como la iglesia local. Es claro que gran parte de nuestra vida laboral ocurre en el ámbito público y debemos respetar el hecho de que otros no compartan nuestra fe cristiana. Sin embargo, dividir la vida en compartimientos separados etiquetados como “sagrado” y “secular” es algo ajeno a la cosmovisión de la Escritura. Por lo tanto, es correcto afirmar que el perdón es una práctica correcta en el lugar de trabajo.
Siempre habrá heridas y dolor en la vida, y ninguna compañía u organización es inmune a esto. Sería ingenuo asumir que nadie desea causar daño de forma premeditada con sus palabras o hechos. Nosotros podemos hacer lo que hizo José cuando reconoció que sí intentaron hacerle daño, lo que incluye en la misma frase la gran verdad del propósito de Dios para bien. Recordar esto cuando nos sentimos heridos puede ayudarnos a sobrellevar el dolor e identificarnos con Cristo.
José se vio a sí mismo como un representante de Dios, que era un instrumento que realizaba el trabajo de Dios con Su pueblo. Él sabía que la gente es capaz de causar un gran daño y aceptó que algunas veces los peores enemigos de las personas son ellos mismos. Él conocía las historias de la familia en las que la fe se mezclaba con duda, el servicio fiel con la auto-conservación, la verdad con el engaño. Él también conocía las promesas que Dios le hizo a Abraham, el compromiso de Dios de bendecir su familia y la sabiduría de Dios para trabajar con Su pueblo mientras los purificaba por medio del fuego de la vida. Él no trató de esconder los pecados de sus hermanos, sino que los asimiló en su reconocimiento del trabajo enorme de Dios. Nuestra conciencia de la efectividad providencial e inevitable de las promesas de Dios hace que nuestra labor sea provechosa, sin importar lo que nos cueste.
De las muchas lecciones acerca del trabajo en el libro de Génesis, esta se destaca en particular, e incluso explica la redención misma, la crucifixión del Señor de la gloria (1Co 2:8-10). En los contextos de nuestros lugares de trabajo, nuestros valores y carácter salen a la luz mientras tomamos decisiones que nos afectan a nosotros mismos y a aquellos a nuestro alrededor. En Su sabio poder, Dios es capaz de trabajar con nuestra falta de fe, ayudarnos a mejorar en lo que somos débiles y usar nuestros fracasos para alcanzar lo que Él mismo ha preparado para nosotros los que lo amamos.