Judá se transforma en un hombre de Dios (Génesis 44:1-45:15)
En el episodio final de las pruebas de José a sus hermanos, José le tendió una trampa a Benjamín culpándolo por un crimen imaginario y reclamó que se quedara como esclavo. Cuando exigió que los hermanos regresaran a casa a Isaac sin Benjamín (Gn 44:17), Judá se levantó y habló en nombre del grupo. ¿Qué le dio la posición para asumir este rol? Él había traicionado la confianza de su familia al casarse con una mujer de Canaán (Gn 38:2), había criado a dos hijos tan malvados que el Señor les quitó la vida (Gn 38:7, 10), había tratado a su nuera como una prostituta (Gn 38:24) y había concebido el plan para vender a su propio hermano como esclavo (Gn 37:27). Sin embargo, la historia que Judá le contó a José mostraba un hombre transformado. Él demostró una compasión inesperada al hablar de la experiencia desgarradora que la familia había pasado por la hambruna, del amor profundo de su padre por Benjamín y de la promesa que le hizo a su padre de traer a Benjamín de regreso a casa, para que Jacob no muriera literalmente de dolor. Entonces, en una última expresión de compasión, ¡Judá ofreció tomar el lugar de Benjamín! Él ofreció quedarse en Egipto por el resto de su vida como esclavo del gobernador si el gobernador permitía que Benjamín regresara a casa con su padre (Gn 44:33-34).
Al ver el cambio en la vida de Judá, José pudo bendecirlos como Dios había planeado. Él les dijo toda la verdad: “Yo soy José” (Gn 45:3). Parece que José finalmente vio que sus hermanos eran dignos de confianza. Nosotros mismos debemos andar con cuidado en nuestro trato con aquellas personas que podrían aprovecharse y engañarnos, y ser tan astutos como serpientes e indefensos como palomas, como Jesús les enseñó a Sus discípulos (Mt 10:16). Como lo dijo un escritor, “para tener la confianza de otros, hay que ser confiable”. Todo lo que José planeaba con las discusiones con sus hermanos terminó de esta manera, permitiéndole entrar en una relación correcta con ellos. Él calmó a sus hermanos aterrorizados apuntando al trabajo de Dios, que era el responsable de poner a José a cargo de todo Egipto (Gn 45:8). Waltke explica la importancia de la interacción entre José y sus hermanos:
Esta escena expone la anatomía de la reconciliación. Se trata de la lealtad a un miembro de la familia que está en necesidad, incluso cuando él o ella parece culpable; darle la gloria a Dios reconociendo el pecado y sus consecuencias; pasar por alto el favoritismo; ofrecerse a uno mismo para salvar a otro; demostrar el verdadero amor por medio de actos concretos de sacrificio que crean un contexto de confianza; desechar el control y el poder del conocimiento y optar a favor de la cercanía; abrazar la compasión, los sentimientos amables, la sensibilidad y el perdón de manera profunda; y hablar con el otro. Una familia disfuncional que permite que estas virtudes la abracen, se convertirá en una luz para el mundo.[1]
Dios es más que capaz de bendecir al mundo por medio de personas profundamente imperfectas, pero debemos estar dispuestos a arrepentirnos continuamente del mal que hacemos y pedirle a Dios que nos transforme, aunque nunca seamos perfectamente purificados de nuestros errores, debilidades y pecados en esta vida.
Contrario a los valores de las sociedades alrededor de Israel, la disposición de los líderes de ofrecerse a sí mismos como sacrificio por los pecados de otros estaba diseñada como un rasgo característico del liderazgo entre el pueblo de Dios. Este aspecto fue evidente en Moisés cuando Israel pecó con el becerro de oro. Él oró, “¡Ay!, este pueblo ha cometido un gran pecado: se ha hecho un dios de oro. Pero ahora, si es tu voluntad, perdona su pecado, y si no, bórrame del libro que has escrito” (Éx 32:31-32). El mismo se manifestó en David cuando vio al ángel del Señor hiriendo al pueblo. Él oró, “¿qué han hecho? Te ruego que tu mano caiga sobre mí y sobre la casa de mi padre” (2S 24:17). Jesús, el León de la tribu de Judá, lo demostró cuando dijo, “Por eso el Padre me ama, porque Yo doy Mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que Yo la doy de Mi propia voluntad” (Jn 10:17-18).
Bruce K. Waltke, Genesis: A Commentary (Grand Rapids: Zondervan, 2001), 565-66.