La bendición de Dios para todas las naciones (Jonás 1:16; 3:1-4:2)
Jonás desobedece el llamado de Dios porque se opone al deseo del Señor de bendecir a los adversarios de Israel, la nación de Asiria y Nínive, su ciudad capital. Cuando al final cede y su misión es exitosa, se molesta por la misericordia de Dios con ellos (Jon 4:1–2). Esto es entendible, ya que en su momento Asiria conquistó el reino del norte de Israel (2R 17:6) y Jonás es enviado a bendecir el pueblo que aborrece. Sin embargo, esta es la voluntad de Dios. Por lo visto, el deseo de Dios es usar al pueblo de Israel para bendecir a todas las naciones, no solo a ellos mismos. (Ver “Bendición para todos los pueblos”, Jeremías 29, en “Jeremías y Lamentaciones y el trabajo” anteriormente).
¿Es posible que cada uno trate de ponerle sus propias limitaciones al alcance de las bendiciones de Dios por medio de su trabajo? Con frecuencia creemos que debemos acaparar los beneficios de nuestro trabajo para nosotros mismos, no sea que otros obtengan una ventaja sobre nosotros. Puede que acudamos a la clandestinidad y al engaño, la trampa y los atajos, la explotación e intimidación, en un esfuerzo por aventajar a nuestros rivales en el trabajo. Parece que aceptamos como un hecho la suposición no comprobada de que nuestro éxito en el trabajo tiene que venir a costa de los demás. ¿Nos hemos convencido de que el éxito es un juego de suma cero?
La bendición de Dios no es una cubeta de capacidad limitada, sino una fuente que rebosa. “Ponedme ahora a prueba en esto —dice el Señor de los ejércitos— si no os abriré las ventanas del cielo, y derramaré para vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Mal 3:10). A pesar de la competencia, las limitaciones de recursos y la malicia que comúnmente enfrentamos en el trabajo, la misión de Dios para nosotros no es algo tan insignificante como la supervivencia contra todo pronóstico, sino la transformación maravillosa de nuestros lugares de trabajo para alcanzar la creatividad y productividad, las relaciones y la armonía social y el balance medioambiental que Dios planeó desde el comienzo.
Aunque al comienzo Jonás se niega a participar en la bendición de Dios para sus adversarios, al final su fidelidad a Dios supera su desobediencia. Eventualmente decide advertir a Nínive y para su pesar, los ciudadanos allí responden apasionadamente a su mensaje. Toda la ciudad, “desde el mayor hasta el menor de ellos” (Jon 3:5b), desde el rey y sus nobles al pueblo en las calles y los animales de sus rebaños, decidieron obedecer y se volvió “cada uno de su mal camino y de la violencia que hay en sus manos” (Jon 3:8). “Y los habitantes de Nínive creyeron en Dios” (Jon 3:5a) y cuando “vio Dios sus acciones, que se habían apartado de su mal camino; entonces se arrepintió Dios del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo” (Jon 3:10).
Esto desalienta a Jonás porque él desea determinar los resultados del trabajo al que Dios lo llamó. Quiere que Nínive no sea perdonado sino castigado, juzga duramente los resultados de su propio trabajo (Jon 4:5) y se pierde del gozo de otros. ¿Será que nosotros hacemos lo mismo? Cuando nos lamentamos por la aparente falta de significado y éxito en nuestro trabajo, ¿estamos olvidando que solo Dios puede ver el verdadero valor de nuestra labor?
Es posible que la dureza del corazón de Jonás sea motivada por un interés por su reputación. Él proclamó la palabra de Dios de que “Nínive será arrasada” (Jon 3:4), pero al final esto no sucedió. Aunque fuera su propio mensaje lo que llevó al pueblo de Nínive a arrepentirse y a evitar la destrucción, ¿es posible que Jonás sintiera que su credibilidad había sido perjudicada? Esta idea parece ser el centro de su queja en Jonás 4:2. Él anunció lo que Dios le dijo que anunciara, pero Dios cambió de opinión e hizo que Jonás se viera como un tonto. Dios está dispuesto a “arrepentirse del mal con que amenaza”, pero Jonás no está dispuesto a verse como un tonto, ni siquiera si eso es lo que se requiere para perdonar la vida de 128.000 personas. Como Jonás, es bueno preguntarnos si nuestras actitudes y acciones en el trabajo tienen que ver más con hacernos ver bien que con traer la gracia y el amor de Dios a las personas a nuestro alrededor.
Con todo, hasta los momentos pequeños y vacilantes de obediencia a Dios de Jonás trajeron bendiciones para aquellos a su alrededor. En el barco, él reconoce, “temo al Señor Dios del cielo” (Jon 1:9) y se sacrifica por el bien de las personas que viajaban con él. Como resultado, ellos se salvan de la tormenta y además se vuelven seguidores del Señor. “Y aquellos hombres temieron en gran manera al Señor; ofrecieron un sacrificio al Señor y le hicieron votos” (Jon 1:16).
Si encontramos que nuestro trabajo al servicio de Dios está truncado por la desobediencia, el resentimiento, la laxitud, el temor, el egoísmo u otras dolencias, la experiencia de Jonás puede ser de ánimo para nosotros. Aquí tenemos a un profeta que pudo ser incluso peor que nosotros en el servicio fiel, pero Dios logra la plenitud de Su misión por medio del servicio titubeante, defectuoso e intermitente de Jonás. Por el poder de Dios, nuestro servicio defectuoso puede lograr todo lo que Él planea.