Trasfondo histórico de los Doce Profetas
El contexto y la fecha de los relatos de los profetas de Israel y de Judá son objeto de gran debate. (Para una discusión global de los temas más importantes y el contexto de sus escritos, ver “Introducción a los profetas” anteriormente).
Con respecto a los Doce, daremos una descripción breve. Dentro del primer grupo, existe un consenso amplio de que Oseas, Amós y Miqueas datan del siglo octavo a. C. En esa época, el Reino Unido de Israel, gobernado por David y después por Salomón, se había dividido desde hace tiempo en un reino del norte, conocido como Israel, y un reino del sur, conocido como Judá. Miqueas era del reino del sur y les hablaba a las personas de su mismo reino, Amós era del reino del sur y le hablaba al reino del norte y Oseas era del reino del norte y se dirigía al pueblo de su mismo reino.
Al comienzo del siglo octavo, tanto el reino del norte como el del sur disfrutaban de una prosperidad y seguridad fronteriza sin precedentes desde la época de Salomón. Sin embargo, aquellos que tenían ojos para ver, así como nuestros profetas, se dieron cuenta de que el panorama se estaba oscureciendo. Internamente, la situación económica y política se volvía más precaria mientras que las luchas de la dinastía preocupaban a la clase gobernante. Externamente, el resurgimiento de Asiria como una superpotencia en la región representaba una amenaza creciente para ambos reinos. De hecho, el ejército asirio eliminó totalmente el reino del norte cerca del año 721 a. C., y este nunca volvió a surgir como una entidad política, aunque se encuentran rastros de su existencia en la identidad samaritana (2R 17:1–18). Los profetas culpan justamente al pueblo de Israel y en un grado menor a Judá, por dejar de adorar a Yahweh y preferir la idolatría y por violar los requisitos éticos de la ley. A pesar de estas fallas, el pueblo se dejó llevar por un sentido falso de seguridad debido a su pacto con Yahweh de ser Su pueblo.
El sur, bajo el gobierno del Rey Ezequías, sobrevivió de algún modo la amenaza asiria (2R 19), pero enfrentó un desafío aún mayor en el ascenso del imperio babilonio (2R 24). Desafortunadamente, Judá no se arrepintió de su idolatría y sus faltas éticas después de escapar por poco de los asirios. La derrota final vino a manos de los babilonios en el año 587 a. C., lo que terminó en la destrucción de la infraestructura social de Judá y la deportación de sus líderes al exilio en el imperio babilonio (2R 24–25). Los profetas veían esta derrota como una evidencia del castigo de Dios sobre el pueblo. Entre los Doce Profetas, esto se registra más claramente en los libros de Nahúm, Habacuc y Sofonías. Ellos reflejan los escritos proféticos de Jeremías y Ezequiel, quienes también datan de este periodo. Otros libros aparte de la Biblia registran sus carreras proféticas (ver “Jeremías y Lamentaciones y el trabajo” y “Ezequiel y el trabajo”) pero no los discutiremos aquí.
Ciro, el gran rey persa, derrotó a Babilonia y se apoderó de su hegemonía. En consonancia con la política persa, el imperio permitió que los judíos regresaran a su tierra y, tal vez más importante, restablecieran su templo y otras instituciones importantes (Esd 1). Todo esto ocurrió, parece, gracias a la voluntad del imperio persa.[1] Los profetas Hageo, Zacarías y Malaquías hicieron su trabajo durante esta fase de la historia de Israel.
En resumen, los libros de los Doce Profetas abarcan un amplio rango de circunstancias contextuales de la vida del pueblo de Dios y por tanto, muestra diversos casos paradigmáticos en los cuales es necesario que la fe se manifieste en el trabajo.
Carol L. Meyers y Eric M. Meyers, Haggai, Zechariah 1–8: A New Translation with Introduction and Commentary [Hageo, Zacarías 1–8: una nueva traducción con introducción y comentario], vol. 25B, The Anchor Bible [La Biblia Anchor] (Nueva York: Doubleday, 1987), xxxi–xxxii.