La dependencia en Dios (Santiago 1:5-18)
Al hablar de la sabiduría, Santiago comienza a desarrollar el principio de la confianza en que Dios provee para nosotros. “Pero si alguno de vosotros se ve falto de sabiduría, que la pida a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Stg 1:5). Tal vez parece sorprendente que podamos pedirle sabiduría a Dios para las tareas del trabajo diario —tomar decisiones, evaluar oportunidades, confiar en los colegas o clientes, invertir recursos y otras—, pero Santiago nos dice, “pida con fe, sin dudar” que Dios nos dará la sabiduría que necesitamos. Nuestro problema no es que esperamos demasiada ayuda de Dios en el trabajo, sino que esperamos muy poca (Stg 1:8).
Es absolutamente crucial entender esto. Si dudamos de que Dios es la fuente de todo lo que necesitamos, somos lo que Santiago llama “de doble ánimo”. Todavía no hemos decidido si vamos a seguir a Cristo o no. Esto nos convierte en personas inestables en todos nuestros caminos, y no podremos lograr gran cosa para el beneficio de los demás, ni “recibir cosa alguna del Señor” para nosotros (Stg 1:7). Santiago no se hace falsas ilusiones sobre lo difícil que puede ser confiar en Dios. Él conoce muy bien las pruebas que su audiencia apenas está comenzando a experimentar gracias a la extensión del Imperio romano (Stg 1:1–2). Con todo, insiste en que la vida cristiana debe comenzar con la confianza en que Dios provee.
Santiago lo aplica inmediatamente al campo económico en Santiago 1:9–11. Las personas ricas no deben engañarse creyendo que su riqueza es gracias a su propio esfuerzo. Si dependemos de nuestras propias habilidades, nos “marchitaremos” aunque sigamos trabajando. Por otra parte, las personas pobres no deben creer que su pobreza se debe a que no tienen el favor de Dios. Más bien, deben esperar el momento en el que Dios los exaltará. El éxito o el fracaso tienen muchos factores que van más allá de nosotros. Los que alguna vez han perdido su sustento por causa de la recesión, la venta de la empresa, el traslado de oficinas, la mala cosecha, la discriminación, los daños por huracanes o mil factores más, pueden ser testigos de esto. Dios no nos promete el éxito económico en el trabajo ni nos condena al fracaso, sino que usa tanto el éxito como el fracaso para que desarrollemos la perseverancia necesaria para vencer el mal. Si Santiago 2:1–8 nos invita a invocar a Dios en tiempos de adversidad, los versículos 9–11 nos recuerdan que también lo debemos invocar en tiempos de éxito.
Note que aunque Santiago contrasta la bondad de Dios con el mal del mundo, no nos permite creer que estamos del lado de los ángeles y que los que están a nuestro alrededor están del lado de los demonios. En cambio, el bien y el mal están en el corazón de todos los cristianos. “Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión” (Stg 1:14). Aquí le habla a miembros de la iglesia, lo que debería llevarnos a pensar bien antes de asociar la iglesia con lo bueno y el trabajo con lo malo. En ambos terrenos hay maldad —como podemos ver claramente con los escándalos en las iglesias y los fraudes de negocios—, aunque por la gracia de Dios podemos ser de bendición para ambas.
De hecho, la comunidad cristiana es uno de los medios que Dios usa para ayudar al pobre. La promesa de Dios de proveer para el pobre se cumple —en parte— por medio de la generosidad de Su pueblo, ya que su generosidad es un resultado directo de la generosidad de Dios hacia ellos. “Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces” (Stg 1:17). Esto afirma que Dios es la fuente suprema de la provisión y que los creyentes tienen la responsabilidad de hacer todo lo posible por llevar la provisión de Dios a los que la necesitan.