El organizador de bodas (Juan 2:1-11)
La “primera señal” de Jesús (Jn 2:11) es convertir el agua en vino, y establece los cimientos para entender las señales subsecuentes. Este no es un truco simple hecho para atraer la atención a Sí mismo. Él lo hace a regañadientes y el milagro se esconde incluso del mayordomo del banquete. Jesús solo lo hace al enfrentar la apremiante necesidad humana y para honrar la solicitud de Su madre. (Que se acabara el vino en una boda les habría traído gran vergüenza a la novia, el novio y sus familias, y esa vergüenza se habría prolongado bastante en la cultura del pueblo de Caná). Lejos de ser un ponente que no se conmueve (como algunos griegos veían a Dios), Jesús se muestra a Sí mismo como el amoroso y sensible Hijo del Padre amoroso y eterno y la amada madre humana.
El hecho de que convierta el agua en vino demuestra que es como el Padre, no solo en amor, sino también en cuanto a Su poder sobre la creación. A los lectores atentos de Juan no les debe sorprender que el mismo Verbo que creó todas las cosas, que ahora se hizo carne, sea capaz de traer bendiciones materiales para Su pueblo. Negar que Jesús puede hacer milagros sería negar que Cristo estaba con Dios en el comienzo. Quizá, lo que es más sorprendente, es que este milagro aparentemente no planeado, termina apuntando sin lugar a dudas al propósito final de Jesús. Él ha venido a acercar a las personas al festín de bodas, en donde cenarán alegres junto con Él. Las obras poderosas de Jesús, hechas con los objetos del orden mundial presente, son bendiciones asombrosas en el aquí y ahora, y también apuntan a bendiciones todavía mayores en el mundo venidero.