El trabajo del agua (Juan 4)
La historia de la mujer en el pozo (Jn 4:1–40) tiene una discusión muy directa acerca del trabajo humano como todas las historias de Juan; pero es necesario que vayamos a lo más profundo para apreciarla completamente. Muchos cristianos conocen la inhabilidad de la mujer de pasar del trabajo diario de sacar agua a los pronunciamientos de Jesús acerca del poder que da vida de Su palabra. Este tema se extiende en todo el Evangelio: las multitudes muestran de manera repetida su inhabilidad para trascender las preocupaciones cotidianas y tratar los aspectos espirituales de la vida. No ven cómo Jesús les puede ofrecer Su cuerpo como pan (Jn 6:51–61). Piensan que saben de dónde es Él (Nazaret, Jn–1:45–46), pero no pueden ver de dónde es en realidad (el cielo) y son igualmente ignorantes al respecto de hacia dónde va Él (Jn 14:1–6).
Todo esto es ciertamente relevante para considerar el trabajo. Sea lo que sea que pensemos sobre el bien intrínseco de una fuente constante de agua (¡y cada vez que la tomamos confirmamos que en verdad es algo bueno!), esta historia nos dice con seguridad que el agua física por sí sola no puede concedernos la vida eterna. Además, es fácil para las personas occidentales modernas pasar por alto la dificultad de las tareas diarias de la mujer relacionadas con el agua y por eso, dicen que su renuencia a sacar el agua es simple pereza. Pero la maldición que afecta el trabajo (Gn 3:14–19) produce dolor y es comprensible que ella desee un sistema de suministro más eficaz.
Sin embargo, no debemos concluir que Jesús viene a liberarnos del trabajo en el mundo material sucio para que podamos bañarnos en las aguas sublimes de la serenidad espiritual. Primero, como siempre, debemos recordar la naturaleza integral del trabajo de Cristo como se describe en Juan 1: el Mesías creó el agua del pozo y la hizo buena. Entonces, cuando usa ese agua para ilustrar la dinámica del trabajo del Espíritu en el corazón de los adoradores en potencia, podríamos verlo como un ennoblecimiento del agua en vez de una degradación de la misma. El hecho de que consideremos primero al Creador y luego a la creación, no es ligero con la creación, especialmente porque una función de la creación es apuntarnos hacia el Creador.
Vemos algo similar en la situación que ocurre luego de la historia, en donde Jesús usa la siega como una metáfora para ayudarles a los discípulos a entender su misión en el mundo:
¿No decís vosotros: “Todavía faltan cuatro meses, y después viene la siega”? He aquí, Yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos que ya están blancos para la siega. Ya el segador recibe salario y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra se regocije juntamente con el que siega. (Jn 4:35–36)
Además de proveer la bendición palpable del pan diario por el cual se nos instruye a orar, el trabajo agrícola también sirve como una manera de entender el avance del reino de Dios.
Más que eso, Jesús dignifica directamente el trabajo en este pasaje. Primero tenemos la afirmación: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y llevar a cabo Su obra [griego ergon]” (Jn 4:34). Vale la pena destacar que la primera aparición de la palabra griega ergon en la Biblia[1] se encuentra en Génesis 2:2: “Y en el séptimo día completó Dios la obra [griego “Sus obras”, erga] que había hecho, y reposó en el día séptimo de toda la obra que había hecho [de nuevo, “Sus obras”, erga en griego]”. Aunque no podemos estar seguros de que Jesús se esté refiriendo a este versículo en Génesis, tiene sentido a la luz del resto del Evangelio pensar que “la obra de Dios” en Juan 4:34 significa la restauración o finalización integral de la obra que Dios había hecho en el comienzo.
Aquí también encontramos algo más sutil respecto al trabajo. En Juan 4:38, Jesús hace la afirmación algo enigmática: “Yo os envié a segar lo que no habéis trabajado; otros han trabajado y vosotros habéis entrado en su labor”. Se está refiriendo al hecho de que los discípulos tienen un campo de samaritanos listo para el reino, si tan solo abrieran los ojos a la oportunidad. Pero, ¿quiénes son los “otros” que han hecho la “labor”? Parte de la respuesta parece ser, sorprendentemente, la mujer en el pozo, quien es recordada más por su lentitud espiritual que por su testimonio real subsecuente de Jesús: “muchos de los samaritanos creyeron en Él por la palabra de la mujer que daba testimonio, diciendo: Él me dijo todo lo que yo he hecho” (Jn 4:39). Los discípulos simplemente cosecharán donde la mujer ha sembrado. Sin embargo, aquí hay otro trabajador: Cristo mismo. De vuelta al comienzo de la historia, leemos que Jesús estaba “cansado” del camino. Una traducción más literal sería que Jesús estaba “trabajado” del camino. La palabra traducida como “cansado” es kekopiakōs, literalmente “trabajado”. Esta es la misma raíz que aparece en Juan 4:38 (y en ningún otro lugar en el Evangelio de Juan): “... no habéis trabajado [kekopiakate]... otros han trabajado [kekopiakasin]... y vosotros habéis entrado en su labor [kopon]...” En verdad, Jesús estaba trabajado por Su camino en Samaria. El campo de Samaria está listo para la cosecha en parte porque Cristo ha trabajado allí. Cualquier trabajo que hacemos como seguidores de Cristo está lleno de la gloria de Dios porque Cristo ya ha trabajado los mismos campos para prepararlos para nosotros.
Como hemos visto, el trabajo redentor de Cristo después de la Caída hace parte de Su mismo trabajo creativo/productivo desde el comienzo de los tiempos. De igual manera, el trabajo redentor de Sus seguidores está en el mismo ámbito que el trabajo creativo/productivo representado por las amas de casa que sacan agua y los campesinos que cosechan campos.
El evangelismo es una de las muchas formas del trabajo humano, ni más alto ni más bajo que ser un ama de casa o un campesino. Es una forma distintiva de trabajo y nada más lo puede sustituir. Podemos decir lo mismo del trabajo de sacar agua y recoger grano. El evangelismo no desplaza el trabajo creativo/productivo para convertirse en la única actividad humana realmente valiosa, particularmente porque cualquier trabajo bien hecho por un cristiano es un testimonio del poder renovador del Creador.
Esto es en la Septuaginta, la traducción griega antigua de la Biblia hebrea.