El trabajo del Verbo en el mundo (Juan 1:1-18)
“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. La apertura magistral del Evangelio de Juan nos muestra el alcance ilimitado del trabajo del Verbo. Él es la autoexpresión definitiva de Dios, por medio de la cual Dios creó todas las cosas en el comienzo. Él extiende el cosmos como el lienzo para la expresión de la gloria de Dios.
El Verbo está trabajando y, ya que Su trabajo inició en el comienzo, todo el trabajo humano subsecuente se deriva de Su labor inicial. Deriva no es un término demasiado fuerte, ya que todo lo que las personas usan para trabajar fue creado por Él. El trabajo que Dios realizó en Génesis 1 y 2 lo llevó a cabo el Verbo. Este puede parecer un argumento demasiado claro, pero muchos cristianos siguen trabajando con el engaño de que el Mesías solo comenzó a trabajar cuando las cosas habían salido irremediablemente mal, y que Su trabajo se limita a salvar las almas (invisibles) para traerlas al cielo (inmaterial). Cuando reconocemos que el Mesías estaba trabajando de forma material con Dios desde el comienzo, podemos rechazar cualquier teología que niegue la creación (y por tanto denigre del trabajo).
Por tanto, necesitamos corregir un malentendido frecuente. El Evangelio de Juan no está cimentado en una dicotomía de lo espiritual contra lo material, lo sagrado contra lo profano o cualquier otro dualismo. No presenta la salvación como la liberación del espíritu humano de las cadenas del cuerpo material. Las filosofías dualistas tales como esta son lamentablemente comunes entre los cristianos. A menudo, sus defensores han recurrido al lenguaje del Evangelio de Juan para sustentar sus opiniones. Es verdad que Juan muestra comúnmente a Jesús usando contrastes tales como la luz y la oscuridad, (Jn 1:5; 3:19; 8:12; 11:9–10; 12:35–36), la fe y la incredulidad (Jn 3:12–18; 4:46–54; 5:46–47; 10:25–30; 12:37–43; 14:10–11; 20:24–31) y el espíritu y la carne (Jn 3:6–7). Estos contrastes resaltan el conflicto entre los caminos de Dios y los caminos del mal, pero no constituyen una división del universo en subuniversos duales. Ciertamente no llaman a los seguidores de Jesús a abandonar cierta clase de mundo “secular” con el fin de entrar a uno “espiritual”. En cambio, Jesús emplea contrastes para llamar a Sus seguidores a recibir y usar el poder del Espíritu de Dios en el mundo presente. Él afirma esto directamente en Juan 3:17: “Dios no envió a Su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él”. Jesús vino a restaurar el mundo para que volviera a ser como Dios quiso que fuera, no para guiar un éxodo fuera del mundo.
Si se necesita más evidencia en cuanto al compromiso continuo de Dios con la creación, podemos acudir a Juan 1:14: “el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros”. La encarnación no es el triunfo del espíritu sobre la carne, sino el cumplimiento del propósito para el cual la carne fue creada en el comienzo. Y la carne no es una base de operaciones temporal, sino la morada permanente del Verbo. Después de Su resurrección, Jesús invita a Tomás y a los otros a tocar Su carne (Jn 20:24–31) y después desayuna pescado con ellos (Jn 21:1–14). Al final del Evangelio, Jesús les dice a Sus discípulos que esperen “hasta que Yo venga” (Jn 21:22–23), no “hasta que los saque a todos de aquí”. Un Dios que esté en contra (o que no le interese) del reino material, difícilmente estaría inclinado a tomar una residencia permanente dentro de él. Si el mundo en general le interesa tanto a Dios, es razonable que el trabajo hecho dentro del mundo también sea importante para Él.