La vida y la muerte cercana (Juan 10-12)
Cuando Jesús se acerca a Jerusalén por última vez, hace Su señal más grande: levantar a Lázaro de Betania (Jn 11:1–44). Sus oponentes, que ya habían tratado de apedrearlo (Jn 8:59; 10:31), deciden que tanto Jesús como Lázaro deben irse. Con Su muerte acercándose, Jesús habla acerca de la cruz de una manera paradójica, usando lo que parece ser un lenguaje de exaltación al decir que será “levantado” y acercará a todas las personas a Sí mismo (Jn 12:32). Sin embargo, Juan aclara en la nota de seguimiento que esto se refiere a “levantar” la cruz. ¿Es un simple juego de palabras? En lo absoluto. Como lo señala Richard Bauckham, es en el trabajo del sacrificio personal supremo en la cruz que Jesús revela completamente que en verdad es el Hijo exaltado de Dios. “Porque Dios es quien Dios es al darse a Sí mismo con gracia. La identidad de Dios, podemos decir, no solo se revela sino que se promulga en el evento de la salvación para el mundo, el cual ocurre gracias al servicio y la autohumillación de Su Hijo”.[1]
El sacrificio personal próximo de Jesús tendría diferentes precios. Le costaría Su muerte, por supuesto, pero también un dolor y sed insoportables (Jn 19:28). Le costó el dolor de ver a Sus discípulos (excepto a Juan) abandonarlo y a Su madre perderlo (Jn 19:26–27). Le costó la vergüenza de ser malentendido y culpado injustamente (Jn 18:19–24). Estos precios eran inevitables si iba a hacer el trabajo que Dios estableció para Él. El mundo no podía ser creado sin el trabajo de Cristo en el comienzo. El mundo no podía ser restaurado al propósito de Dios sin el trabajo de Cristo en la cruz.
El trabajo también puede tener costos que son injustos para nosotros pero que no se pueden evitar si vamos a completar nuestro trabajo. Jesús trabajó para traerles vida verdadera a otros. En la medida en la que usamos nuestro trabajo como un escenario para la glorificación propia, nos salimos del patrón que estableció el Señor Jesús. ¿Jesús está reconociendo que el trabajo que se hace para otros tiene un costo inevitable? Tal vez sí. Los médicos ganan un buen salario por sanar personas (al menos en el Occidente moderno), pero sufren una carga de dolor inevitable por ser testigos del sufrimiento de sus pacientes. Los plomeros obtienen un pago por hora envidiable, pero de vez en cuando también quedan cubiertos de excremento. Los funcionarios elegidos trabajan por la justicia y la prosperidad de los ciudadanos, pero como Jesús, cargan con el dolor de saber que “a los pobres siempre los tendréis con vosotros” (Jn 12:8). En cada una de estas profesiones, pueden existir formas de evitar compartir el sufrimiento de otros, como minimizar la interacción con pacientes que no estén sedados, hacer trabajos de plomería solamente en casas nuevas y limpias o endurecer nuestros corazones frente a las personas más vulnerables de la sociedad. Pero al hacerlo, ¿estaríamos siguiendo el ejemplo de Jesús? Aunque comúnmente hablamos del trabajo como la manera en que las personas se ganan la vida, los trabajadores compasivos también experimentan el trabajo de una forma que les produce dolor en el corazón. De esta manera trabajamos como Jesús.
Richard J. Bauckham, God Crucified: Monotheism and Christology in the New Testament [Dios crucificado: el monoteísmo y la cristología en el Nuevo Testamento] (Grand Rapids: Eerdmans, 1999), 68.