Jesús es tentado a dejar de servir a Dios (Lucas 4:1-13)
Justo antes de que Jesús comenzara Su trabajo como rey, Satanás lo tienta para que deje de serle fiel a Dios. Jesús va al desierto, en donde ayuna por cuarenta días (Lc 4:2), y enfrenta las mismas tentaciones que enfrentó el pueblo de Israel en el desierto del Sinaí. (Todas las respuestas que Jesús le da a Satanás son tomadas de Deuteronomio 6–8, que cuenta la historia de Israel en el desierto). Primero, es tentado a confiar en Su propio poder para suplir Sus necesidades, en vez de confiar en la provisión de Dios (Lc 4:1–3; Dt 8:3; 17–20): “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan” (Lc 4:3). Segundo, es tentado a desviar Su lealtad hacia alguien (Satanás) que le puede proporcionar atajos hacia el poder y la gloria (Lc 4:5–8; Dt 6:13; 7:1–26): “Si te postras delante de mí, todo será Tuyo”. Tercero, es tentado a cuestionar si Dios realmente está con Él y por tanto, a tratar de forzar la mano de Dios en desesperación (Lc 4:9–12; Dt 6:16–25): “Si eres Hijo de Dios, lánzate abajo desde aquí” (el templo). A diferencia de Israel, Jesús resiste estas tentaciones con la ayuda de la palabra de Dios. Él es lo que el pueblo de Israel debió ser —así como Adán y Eva antes de ellos—, pero nunca fue.
Como paralelos de las tentaciones de Israel en Deuteronomio 6–8, estas tentaciones no solo las tuvo Jesús. Él las experimenta así como nosotros las experimentamos. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado” (Heb 4:15). Como Israel y como Jesús, también podemos esperar ser tentados, en el trabajo y en todos los aspectos de la vida.
La tentación de trabajar solamente para suplir nuestras propias necesidades es muy grande en el trabajo. El trabajo está diseñado para satisfacer nuestras necesidades (2Ts 3:10), pero no solo para satisfacer nuestras necesidades. Nuestro trabajo también tiene el propósito de servir a otros. A diferencia de Jesús, no tenemos la opción de autoservicio por medio de los milagros, pero podemos ser tentados a trabajar solo lo suficiente para recibir el sueldo, renunciar cuando las cosas se pongan difíciles, evadir nuestra parte de la carga o ignorar la carga que otras personas deben llevar por culpa de nuestros hábitos deficientes de trabajo. La tentación de tomar atajos también es grande en el campo laboral.
La tentación de dudar de la presencia y el poder de Dios en nuestro trabajo puede ser la más grande de todas estas tentaciones. Jesús fue tentado a probar a Dios forzándolo a actuar. Nosotros hacemos lo mismo cuando nos volvemos perezosos o necios y esperamos que Dios nos cuide. Ocasionalmente, esto ocurre cuando alguien resuelve que Dios lo ha llamado a alguna profesión o posición y después se sienta a esperar que Dios lo haga realidad. Pero es probable que estemos más tentados a dejar de creer en la presencia y el poder de Dios en nuestro trabajo. Puede que pensemos que nuestro trabajo no significa nada para Dios o que a Dios solo le interesa nuestra vida en la iglesia o que no podemos orar por la ayuda de Dios para las actividades laborales del día a día. Jesús estaba convencido de la participación de Dios en Su trabajo todos los días, pero no exigió que Dios hiciera el trabajo por Él.
Todo el episodio comienza cuando el Espíritu de Dios guía a Jesús a que ayune cuarenta días en el desierto. En ese entonces, igual que ahora, ayunar e ir a un retiro era una forma de acercarse a Dios antes de hacer un cambio importante en la vida. Jesús estaba a punto de comenzar Su trabajo como rey y antes deseaba recibir el poder, la sabiduría y la presencia de Dios. Y lo logró. Cuando Satanás tentó a Jesús, Él había pasado cuarenta días en el Espíritu de Dios. Estaba totalmente preparado para resistir. Sin embargo, Su ayuno también hizo que la tentación fuera más intensa: “tuvo hambre” (Lc 4:2). A menudo, la tentación viene sobre nosotros más pronto de lo que esperamos, incluso al comienzo de nuestras vidas laborales. Puede que estemos tentados a participar en un complot para volvernos ricos rápidamente, en vez de comenzar en el peldaño más bajo en una profesión genuinamente productiva. Puede que enfrentemos nuestra propia debilidad por primera vez y que seamos tentados a compensar por medio del engaño, el matoneo o la trampa. Tal vez pensamos que no podemos obtener el trabajo que deseamos con nuestras habilidades, así que somos tentados a mostrarnos de una forma poco precisa o a mentir respecto a nuestras competencias. Podemos tomar una posición lucrativa pero insatisfactoria “solo por algunos años, hasta que tenga una situación estable”, con la idea de que más adelante haremos algo que esté más acorde con nuestro llamado.
La preparación es la clave para vencer la tentación. Por lo general, la tentación viene sin advertencia. Puede que le hayan ordenado presentar un reporte falso. Le ofrecen información confidencial hoy que será de conocimiento público mañana. Puede tener una oportunidad repentina de tomar algo que no es suyo gracias a una puerta sin seguro. La presión para unirse al chisme sobre un compañero de trabajo puede surgir de repente durante el almuerzo. La mejor preparación es imaginar con anterioridad escenarios posibles y, en oración, planear cómo responder, tal vez incluso escribirlo junto con las respuestas como un compromiso hacia Dios. Otra forma de protegerse es contando con un grupo de personas con las que tenga una relación estrecha, a quienes pueda llamar pronto para discutir su tentación. Si logra hablar con ellos antes de actuar, le pueden ayudar a atravesar la tentación. Jesús, estando en comunión con Su Padre en el poder del Espíritu Santo, enfrentó las tentaciones con el apoyo de Su comunidad —lo que denominamos la Trinidad.
Nuestras tentaciones no son idénticas a las de Jesús, a pesar de que sean bastante similares. Todos tenemos nuestras propias tentaciones, grandes y pequeñas, dependiendo de quiénes somos, nuestras circunstancias y la naturaleza de nuestro trabajo. Ninguno de nosotros es el Hijo de Dios, pero la forma en la que respondemos a la tentación tiene consecuencias trascendentales en la vida. Imagine las consecuencias si Jesús se hubiera desviado de Su llamado como el rey de Dios y se hubiera pasado la vida acumulando lujos para Sí mismo, haciendo lo que deseaba el maligno o que se hubiera sentado a esperar que el Padre hiciera Su trabajo por Él.