La inquietud por los ricos (Lucas 6:25; 12:13-21; 18:18-30)
El primer problema de Jesús con la riqueza es que tiende a desplazar a Dios en la vida de las personas ricas. “Porque donde esté vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón” (Lc 12:34). Jesús quiere que las personas reconozcan que su vida está definida no por lo que tienen, sino por el amor de Dios por ellos y Su llamado en sus vidas. Lucas espera que nosotros —y nuestro trabajo— sean transformados de forma fundamental por nuestros encuentros con Jesús.
Sin embargo, parece que tener riquezas nos vuelve resistentes de forma obstinada a cualquier transformación de vida, nos da los medios para mantener el statu quo y para volvernos independientes y hacer las cosas a nuestra manera. La vida verdadera, o eterna, es una vida de relación con Dios (y otras personas) y la riqueza que desplaza a Dios en última instancia lleva a la muerte eterna. Como dijo Jesús, “¿de qué le sirve a un hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se destruye o se pierde?” (Lc 9:25). La riqueza puede alejar a los ricos de una vida con Dios, un destino que los pobres no tienen. Jesús dice, “Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (Lc 6:20). Esta no es una promesa de recompensa futura, sino una declaración de una realidad presente. Los pobres no tienen una riqueza que obstaculice el camino para amar a Dios. Pero, “¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre” (Lc 6:25). La expresión “Tendréis hambre” parece que se queda corta para decir “perderse la vida eterna por dejar a Dios por fuera de su campo de interés”, pero claramente esa es la implicación. Con todo, tal vez hay esperanza incluso para los más ricos.
La parábola del rico necio (Lucas 12:13–21)
La parábola del rico necio (Lc 12:13–21) reanuda este tema de forma dramática. “La tierra de cierto hombre rico había producido mucho”, demasiado como para caber en los graneros. Él se preocupa y dice, “¿Qué haré?”, y decide derribar sus graneros y construir otros más grandes. Él hace parte de los que creen que tener más riqueza disminuirá su preocupación acerca del dinero, pero antes de descubrir lo vacía que es su preocupación, se encuentra con un destino incluso más crudo: la muerte. Mientras se prepara para morir, la pregunta burlona de Dios es una espada de doble filo, “y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lc 12:20, RVR1960). Uno de los filos es la respuesta, “no será tuyo”, porque la riqueza con la que contó para satisfacerse por muchos años más pasará a ser instantáneamente de alguien más. El otro filo corta aún más profundo y es la respuesta “tuyo”. Tú —el rico necio— recibirás lo que has provisto para ti mismo, una vida después de la muerte sin Dios, una verdadera muerte. Su riqueza le ha evitado la necesidad de desarrollar una relación con Dios, que se evidencia en que ni siquiera piensa en usar su extraordinaria cosecha para proveer para los que lo necesitan. “Así es el que acumula tesoro para sí, y no es rico para con Dios” (Lc 12:21).
Aquí, la amistad con Dios se evidencia en términos económicos. Los amigos de Dios que tienen recursos proveen para los amigos de Dios que son pobres. El problema del rico necio es que acumula cosas para sí mismo, no crea empleos ni prosperidad para otros. Esto significa que ama la riqueza en vez de a Dios y que no es generoso con los pobres. Es posible imaginar una persona rica que ama verdaderamente a Dios y sujeta la riqueza con suavidad, alguien que da con liberalidad a quienes lo necesitan, o mejor aún, invierte dinero para producir bienes y servicios genuinos, le da empleo a una fuerza de trabajo creciente y trata a las personas con justicia y equidad en su trabajo. De hecho, podemos encontrar muchas personas así en la Biblia (por ejemplo, José de Arimatea, Lc 23:50) y en el mundo a nuestro alrededor. Tales personas son bendecidas tanto en la vida terrenal como después. Pero no queremos eliminar el aguijón de la parábola: si es posible crecer (económicamente y de otras maneras) con gracia, también es posible crecer solo con codicia. A fin de cuentas, la contabilidad la realizaremos con Dios.
El dirigente rico (Lucas 18:18–30)
El encuentro de Jesús con el dirigente rico (Lc 18:18–30) apunta a que es posible redimir el control de la riqueza. Este hombre no ha permitido que sus riquezas desplacen enteramente su deseo por Dios. Comienza preguntándole a Jesús, “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?” En respuesta, Jesús resume los diez mandamientos y el dirigente le contesta, “Todo esto lo he guardado desde mi juventud” (Lc 18:21). Aunque Jesús acepta su respuesta, puede ver la influencia corruptora que la riqueza tiene sobre el hombre. Por eso, le propone una forma de terminar con la influencia perniciosa de la riqueza. “Vende todo lo que tienes y reparte entre los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme” (Lc 18:22). Cualquier persona que tuviera como su más profundo deseo a Dios, seguramente saltaría ante la invitación a una intimidad personal y diaria con el Hijo de Dios. Sin embargo, es demasiado tarde para el dirigente rico, ya que su amor por la riqueza ya excede su amor por Dios. “Se puso muy triste, pues era sumamente rico” (Lc 18:23). Jesús reconoce los síntomas y dice, “¡Qué difícil es que entren en el reino de Dios los que tienen riquezas!
Porque es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios” (Lc 18:24–25).
En cambio, es común que los pobres muestren una generosidad asombrosa. La viuda pobre es capaz de dar todo lo que tiene por amor a Dios (Lc 21:1–4). Este no es un procedimiento sumario de Dios en contra de las personas ricas, sino una observación acerca del fuerte control que ejerce el poder seductor de las riquezas. Las personas que están cerca de Jesús y del dirigente también reconocen el problema y se desesperan pensando si alguien podrá resistir el encanto de la riqueza, aunque ellos mismos han dado todo para seguir a Jesús (Lc 18:28). Sin embargo, Jesús no se desespera, porque “Lo imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lc 18:27). Dios mismo es la fuente que fortalece nuestros deseos de amar a Dios más que a la riqueza.
Tal vez la consecuencia más engañosa de la riqueza es que puede evitar que deseemos un mejor futuro. Si usted tiene dinero, las cosas están bien como están y el cambio se convierte en una amenaza en vez de una oportunidad. En el caso del dirigente rico, esto es lo que lo ciega a la posibilidad de que la vida con Jesús podría ser incomparablemente maravillosa. Jesús le ofrece un nuevo sentido de identidad y seguridad al dirigente rico. Si tan solo pudiera haber imaginado cómo esa sería más que una compensación para la pérdida de su riqueza, tal vez podría haber aceptado la invitación de Jesús. La frase clave llega cuando los discípulos hablan de todo lo que han dejado y Jesús les promete riquezas abundantes en el reino de Dios. Incluso en esta época, Jesús dice que recibirán “muchas más veces”, tanto en recursos como en relaciones y en la era venidera, la vida eterna (Lc 18:29–30). Trágicamente, esto es lo que el dirigente rico se está perdiendo. Solo puede ver lo que perderá, no lo que ganará. (La historia del dirigente rico se discute más en “Marcos 10:17–31” en “Marcos y el trabajo”).