Los sufrimientos que son recompensas por un testimonio fiel a Dios (Daniel 3)
Por la gracia de Dios, la humildad de Daniel le permitió prosperar en la corte de Nabucodonosor, incluso mientras Dios estaba preparando la destrucción del imperio del rey. Aun así, Daniel y sus amigos estaban a punto de sufrir bajo un nuevo ataque de arrogancia de Nabucodonosor. A diferencia del primero y segundo capítulo, su fidelidad a Dios en el capítulo 3 es lo que los lleva al sufrimiento. Con todo, en medio de su sufrimiento, Dios los recompensó por su fidelidad.
Por un tiempo, parece como si Nabucodonosor renunciara a su arrogancia, se sometiera a Dios y evitara que su imperio fuera derribado por el poder de Dios. Sin embargo, desafortunadamente, el mismo sueño que llevó a Nabucodonosor a reconocer la mano de Dios sobre Daniel, también pudo ser lo que incitó al rey a construir una imagen de oro y obligar a todos sus súbditos a que la adoraran (Dn 3:1, 5–6). La construcción representaba el resurgimiento del orgullo del rey de Babilonia. Esta estructura gigante (de más de 27 metros) fue construida al nivel del “llano de Dura”, lo que exageraría la presencia imponente de la imagen (Dn 3:1).
Los astrólogos desprestigiados del rey vieron una oportunidad para vengarse de Daniel. Aprovechando el resurgimiento del orgullo de rey, acusaron a los amigos de Daniel de no adorar la imagen (Dn 3:8–12). Los amigos admitieron su culpa con prontitud y se rehusaron a postrarse ante la estatua, a pesar de la amenaza del rey de lanzarlos al horno de fuego (Dn 3:13–18). Después de años de acoplamiento exitoso a la tensión entre el ambiente pagano de la corte babilonia y su fidelidad a Dios, enfrentaron una situación en donde no se podía hacer una concesión sin violar su integridad. Anteriormente habían sido un ejemplo de cómo progresar al seguir a Dios en un ambiente hostil, pero ahora tenían que convertirse en ejemplos de cómo sufrir en el mismo ambiente.
Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron y dijeron al rey Nabucodonosor: No necesitamos darte una respuesta acerca de este asunto. Ciertamente nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tu mano, oh rey, nos librará. Pero si no lo hace, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni adoraremos la estatua de oro que has levantado. (Dn 3:16–18)
Es poco común que los cristianos que trabajan en la actualidad enfrenten una hostilidad tan extrema, al menos en el mundo occidental. Sin embargo, se nos podría pedir que hiciéramos algo que perturbe nuestra conciencia tranquila. O, más probablemente, podemos despertar un día y darnos cuenta de que ya hemos hecho adaptaciones respecto a los deseos de Dios para nuestro trabajo por medio de las metas que perseguimos, los poderes que ejercemos, las relaciones que no manejamos correctamente o las concesiones que hacemos. En cualquier caso, puede que llegue un día en el que reconozcamos que debemos hacer un cambio radical, tal como decir no, ser despedidos, renunciar, denunciar o defender a alguien más. Sería correcto esperar que al hacerlo, haya sufrimiento. El hecho de que estemos haciendo la voluntad de Dios no quiere decir que Dios vaya a evitar que enfrentemos las consecuencias impuestas por las autoridades. Trabajar como cristianos no es otro atajo al éxito, sino que trae el peligro constante del sufrimiento.
Este incidente es especialmente conmovedor, ya que demuestra que Daniel y sus amigos vivían en el mismo mundo en el que vivimos nosotros. En nuestro mundo, si usted se enfrenta a un jefe por una cuestión de, por ejemplo, acoso sexual o falsificación de datos, lo más probable es que sea castigado, marginado, culpado, malinterpretado y hasta despedido. Incluso si logra acabar con el abuso y sacar del poder al ofensor, su reputación puede sufrir un daño irreparable. Es tan difícil probar que tenía la razón, y las personas están tan reacias a involucrarse, que la institución puede decidir protegerse a sí misma deshaciéndose de usted junto con el verdadero ofensor. Aparentemente, Sadrac, Mesac y Abed-nego no esperaban menos, ya que de inmediato reconocieron la posibilidad de que Dios no interviniera en su caso. “Ciertamente nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tu mano, oh rey, nos librará. Pero si no lo hace, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses” (Dn 3:17–18). A pesar de todo, lo correcto para ellos era ser fieles a Dios, sea que este fuera o no el camino al éxito.
En esta situación son un verdadero ejemplo para nosotros. Es necesario aprender a decir de forma clara lo que es correcto, con humildad, en nuestros lugares de trabajo. El general Peter Pace, un expresidente del Comité de Jefes del Estado Mayor Conjunto del ejército de los Estados Unidos dice, “he llegado a admirar realmente algo que llamo valentía intelectual. Es la habilidad de sentarse en una sala llena de personas muy poderosas, ver que la conversación va en cierta dirección, darse cuenta de que algo no está bien y tener la osadía de decir, ‘mi perspectiva es diferente por las siguientes razones’”.[1] En la práctica y por lo general, la valentía es el resultado de estar preparados. Los amigos de Daniel conocían los peligros inherentes de su posición y estaban preparados para enfrentar las consecuencias de mantenerse firmes en sus convicciones. Debemos estar conscientes de dónde están los límites éticos en nuestro lugar de trabajo y pensar detenidamente con antelación cuál sería nuestra respuesta si nos pidieran que hiciéramos algo contrario a la palabra de Dios. El consejo de un maestro de toda la vida de la Escuela de Negocios de Harvard es, “en cada empleo que tome, debe tener claro con anticipación qué situaciones lo pueden llevar a renunciar y debe practicar su discurso de renuncia. De lo contrario, puede que se deje llevar paso a paso y resulte haciendo casi cualquier cosa”.[2]
Peter Pace, “General Peter Pace: The Truth as I Know It” [General Peter Pace: mi perspectiva de la realidad], entrevista realizada por Al Erisman y David Gautschi, Ethix 61, Septiembre/Octubre del 2008, http://ethix.org/2008/10/01/the-truth-as-i-know-it.
Relato de un corresponsal anónimo para el proyecto de la Teología de Trabajo, Abril del 2010.