Apocalipsis y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Introducción a Apocalipsis

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El libro de Apocalipsis proporciona una de las perspectivas más profundas en la Escritura en cuanto a la visión global del trabajo. Sin embargo, es un hueso duro de roer, no solo por su dificultad intrínseca sino por las múltiples interpretaciones que han surgido alrededor de libro. Aquí no resolveremos esas cuestiones, pero podemos (tal vez) encontrar suficiente terreno común como para obtener diferentes ideas de este libro.

Tal vez la diferencia más grande en la interpretación se encuentra entre los que consideran que el libro habla principalmente del futuro, abordando el fin absoluto de la historia desde el capítulo 6 en adelante, y los que ven la mayor parte del libro como un relato relacionado con eventos que ocurrieron en la época en la que Juan lo escribió (que comúnmente se considera que fue a finales del siglo I d. C.). La buena noticia es que los intérpretes responsables que están de acuerdo con la perspectiva “futurista” reconocen que los eventos del futuro se inspiran en la obra de Dios en el pasado, en especial en la creación y el éxodo desde Egipto. De igual forma, incluso los que interpretan el libro desde el punto de vista del siglo primero reconocen que este sí habla del futuro (por ejemplo, la Nueva Jerusalén). Por esta razón, nadie debería oponerse a encontrar verdades espirituales imperecederas en las imágenes del libro, ni a ver una orientación futura significativa en las promesas que contiene.

El tiempo del reino de Dios (Apocalipsis 1)

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Apenas comenzando el libro de Apocalipsis, Juan dice algo que parece que le resta valor a una teología del trabajo sólida: “el tiempo está cerca”. Algunos creen que Juan pensaba que Jesús iba a regresar mientras él todavía estaba vivo, pero que se equivocó. Otros creen que significa que cuando los eventos de los últimos tiempos comiencen a suceder, avanzarán rápidamente. Ninguna de estas interpretaciones coincide con el resto del Nuevo Testamento, ya que es claro que, en cierto sentido, los “últimos tiempos” comienzan con la muerte y resurrección de Jesús (ver Heb 1:1; 1Co 10:11; Hch 2:17). Así que es mejor interpretar la frase “el tiempo está cerca” como “el reino de Dios está justo frente a usted”, con la pregunta implícita, “entonces, ¿cómo va a vivir?” Las certezas aparentes de la vida diaria se deben ver frente al reino de Dios, el cual ya está entrando al mundo.

Esto tiene consecuencias profundas en nuestra perspectiva del trabajo. Aunque muchas partes de la Escritura alaban el trabajo, no debemos ver el estado actual de las cosas como algo absoluto. Como veremos, el trabajo hecho fielmente para la gloria de Dios tiene un valor perdurable, pero Dios siempre tiene la primera y la última palabra. Vivir teniendo en cuenta Sus valores es algo esencial; no puede existir una concesión con el sistema del mundo y su idolatría.

Los mensajes a las iglesias (Apocalipsis 2 y 3)

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Los mensajes a las siete iglesias hacen énfasis en la importancia de las obras en la vida cristiana y por tanto, contribuyen indirectamente a un entendimiento correcto del trabajo en general. Los mensajes a las diversas iglesias comienzan con, “Yo conozco tus obras…” La amonestación a la iglesia de Éfeso es por no hacer las obras que hizo al principio (Ap 2:5) y Sardis, de igual forma, no había completado el trabajo que debía haber hecho para Jesús (Ap 3:2).

Vale la pena repetir que las “obras” no son algo malo en la Biblia. Son más bien la expresión concreta de nuestro amor por Dios. El mito de que a Dios solo le interesa nuestro corazón y nuestros sentimientos es una de las razones principales por las que el trabajo en general ha pasado a un segundo plano en algunos círculos protestantes.

La destacada mundanalidad de la iglesia de Laodicea era evidente en su perspectiva del trabajo y la economía. Es posible que cuando Jesús les aconseja a estos creyentes que compren de Él oro refinado por fuego, vestiduras blancas para esconder su desnudez y colirio para sanar sus ojos, esté hablando a tres de las mayores industrias en Laodicea: las actividades bancarias, la lana y la oftalmología. Es probable que las personas en Laodicea asumieran que los recursos de su cultura a su disposición eran todo lo que necesitaban en la vida. Las iglesias, especialmente en países prósperos, deben reconocer que con frecuencia la abundancia material puede enmascarar la pobreza espiritual. El éxito en nuestro trabajo nunca nos debe llevar a un sentido de autosuficiencia.

La sala del trono de Dios (Apocalipsis 4 y 5)

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La visión de Juan en los capítulos 4 y 5 es el centro de Apocalipsis. En esencia, es una visualización de la oración del Padre nuestro: “Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. El reino de Dios vendrá a través del testimonio fiel de Jesús y Su muerte sacrificial.

Podemos resaltar del capítulo 4 que Dios recibe adoración concretamente por ser el Creador de todas las cosas (especialmente Ap 4:11; comparar con Ap 14:7, en donde la esencia de “las buenas nuevas” es adorar “al que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”). El mundo visible no es una idea adicional o un simple preludio del cielo, sino una expresión de la gloria de Dios y la base sobre la que Sus criaturas lo pueden adorar. De nuevo, esta es la base para un entendimiento apropiado del trabajo. Si el mundo es solo una ilusión que nos separa de la vida real del cielo, el trabajo allí será considerado más o menos como una pérdida de tiempo. Si, en cambio, el mundo es la buena creación de Dios, la idea del trabajo significativo se vuelve más esperanzadora. Aunque debemos recordar que el mundo siempre depende de Dios y que el orden del mundo presente es susceptible a un sacudón considerable, es igual de importante recordar que el mundo como la creación de Dios es exaltado significativamente en Su presencia y está diseñado para Su alabanza. En el capítulo 5 vale la pena notar que la redención asegurada en Cristo, la que permite que el reino de Dios avance, es el resultado de la obra de Cristo en la creación visible. Como dice Jacques Ellul, la recepción de Jesús del reino se basa en Su obra en la tierra: “el evento terrestre provoca el evento celestial… Lo que sucede en el mundo divino está definido, determinado, provocado por la actividad de Jesús en la tierra”.[1]

Jacques Ellul, Apocalypse [Apocalipsis], trad. G. W. Schreiner (Nueva York: Seabury, 1977), 47–48.

La extraña forma de avanzar (Apocalipsis 6 - 16)

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Sin embargo, el plan de Dios para el avance de Su reino da un giro inesperado: antes de la liberación viene el desastre. Aunque tal vez no es tan sorprendente. Los capítulos 6–16 evocan principalmente el episodio paradigmático de cuando Dios libera a Su pueblo, el éxodo de Egipto. El agua que se convierte en sangre, la plaga de langostas, el oscurecimiento de los cuerpos celestiales —todos estos señalan que Dios propicia el éxodo final de Su pueblo de los faraones que los oprimían en ese tiempo. De nuevo, sea que lo veamos como algo que sucedió principalmente en la época de Juan o que suceda en algún punto en el futuro, la idea básica se mantiene. Los caminos de Dios son consistentes en todas las épocas. Los patrones de la historia se repiten mientras Dios le abre camino a los nuevos cielos y la nueva tierra.[1]

Esto tiene una importancia profunda en el lugar de trabajo. Veamos los reconocidos cuatro jinetes del Apocalipsis (Ap 6). Por lo general, se cree que representan la guerra y sus consecuencias devastadoras de la muerte, la hambruna y las plagas.[2] El aviso en 6:6 nos interesa de una forma especial, “Y oí como una voz en medio de los cuatro seres vivientes que decía: Un litro de trigo por un denario y tres litros de cebada por un denario, y no dañes el aceite y el vino”. Aunque no es claro lo que se dice sobre el aceite y el vino (puede significar que el juicio es solo parcial[3]), los precios del trigo y la cebada están claramente inflados (David Aune dice que es ocho veces el precio normal del trigo y cinco y un tercio de veces el precio normal de la cebada).[4]

Aunque esto se puede referir a una devastación futura, el ciclo es demasiado conocido para todas las generaciones: la incapacidad de los seres humanos de llevársela bien de forma pacífica tiene consecuencias económicas horrorosas. Como los cristianos también sufrimos de esta manera (ver el quinto sello, Ap 6:9–11), debemos enfrentar el hecho de que con frecuencia, nuestro trabajo y lugares de trabajo están sometidos a fuerzas que se salen de nuestro control. Sin embargo, por más horribles que puedan ser estas fuerzas, otro mensaje de Apocalipsis 6 es que están bajo el control de Dios. En la medida en que podamos, debemos luchar por crear lugares de trabajo en donde la justicia se sostenga y donde las personas puedan experimentar la bendición de desarrollar los dones que Dios les ha dado. Sin embargo, debemos reconocer que la providencia de Dios también permite que lleguen catástrofes a nuestra vida. Apocalipsis nos anima a ver el destino final de la Nueva Jerusalén, en medio de un camino que por lo general es pedregoso.

Tal vez también hay un reto implícito en 6:6 a que evitemos explotar a los vulnerables en tiempos de necesidad. Puede que las realidades económicas demanden un aumento de precios durante una crisis, pero esa no es una excusa para obtener ganancias cuantiosas a través de la miseria de otros.

Las trompetas en los capítulos 8 y 9 enseñan una lección similar, aunque aquí el énfasis se encuentra en el desastre ambiental. Ya que no se mencionan los mecanismos exactos, es posible que la devastación ecológica involucre la corrupción humana junto a los fenómenos claramente sobrenaturales. La clave es que Dios golpea el mundo en su capacidad porque este es el que nutre la humanidad idólatra. Esto no solo se hace para castigar sino también para que las personas vean el hecho de que la tierra es de Dios, tanto como lo es el cielo. No podemos maquinar un camino fuera de la presencia de Dios. No podemos manipular el medioambiente para que funcione como un refugio para protegernos de Él.

Mientras avanza Apocalipsis, el énfasis pasa de los juicios de Dios en el mundo al testimonio fiel de Su pueblo bajo el gobierno de la Bestia (que puede ser un gobernante idólatra al final de la historia o el arquetipo de tales gobernantes idólatras). Es irónico (deliberadamente) que los “vencedores” fieles (Ap 2–3) en cierto nivel son “vencidos” por la Bestia (Ap 13:7), aunque finalmente Dios obtiene la venganza por ellos (Ap 11:11). El sufrimiento de los santos incluye el sufrimiento económico: los que se rehúsan a la famosa “marca de la Bestia” no se les permite “comprar ni vender” (Ap 13:17). Las analogías con la “marca” de Ezequiel 9 sugieren que la marca de la Bestia es un símbolo de observancia del sistema idólatra (¿romano?) (“666” puede representar a “Nerón César”, el gran emperador malo). Pero aunque uno tome una perspectiva más literal y futurista, la lección espiritual es clara: algunas veces negarse a seguir el sistema del mundo de la adoración falsa puede traer consecuencias económicas negativas para los fieles. Esto puede ocurrir a una mayor o menor escala en toda sociedad.[5] Juan no niega que seguir los caminos de Dios puede traer consecuencias económicas positivas (como se enseña claramente en Proverbios, por ejemplo). Pero según el resto de Apocalipsis, está diciendo que las fuerzas del mal —aunque finalmente están bajo el control de Dios— pueden voltear las cosas de tal forma que lo que debería llevar a bendición, lleva al sufrimiento. Los cristianos siempre deben proponerse hacer lo correcto y honrar a Dios, sabiendo que esto podría excluirlos de las oportunidades económicas. El juicio sobre los idólatras es seguro y ningún tipo de ganancia financiera merece que nos vinculemos con los que se oponen a Dios. Es por esto que la diferencia entre los seguidores de la Bestia en el capítulo 13 y los 144.000 del capítulo 14 se ve tan inmediatamente, “En su boca no fue hallado engaño” (Ap 14:5). Ellos mantienen su testimonio fiel y verdadero de Dios sin importar las circunstancias.

Si creemos que Apocalipsis se centra principalmente en la época de Juan, el tema del “éxodo” puede referirse en primera instancia al hecho de que los que mantienen su testimonio fiel “saldrán” a la presencia de Dios luego de su muerte. Una perspectiva futurista pondrá el énfasis en el derrocamiento literal de los reinos malvados y la entrada del pueblo de Dios en el reino del milenio (el cual puede ser o no concebido como centrado en Israel). De cualquier manera, en ambos casos, el cumplimiento final del tema del éxodo es la entrada del pueblo de Dios en la Nueva Jerusalén (ver más adelante).

Ver, por ejemplo, Ben Witherington, Revelation [Apocalipsis] (Cambridge: Cambridge University Press, 2003), 132–34; Grant R. Osborne, Revelation [Apocalipsis], vol. 27, Baker Exegetical Commentary on the New Testament [Comentario exegético del Nuevo Testamento de Baker] (Grand Rapids: Baker Academic, 2002), 274; G. K. Beale, Revelation [Apocalipsis] (Grand Rapids: Eerdmans, 1999), 370–71.

Para consultar autores que están de acuerdo con esta perspectiva, ver el estudio en Osborne, 281.

Consultar el estudio exhaustivo en David E. Aune, “Rev 6–16” [Ap 6–16], vol. 52b, Word Biblical Commentary [Comentario bíblico de la Palabra] (Dallas: Word, 1998), 397–400.

Consulte los acertados comentarios de Osborne, 518.

Historia de dos ciudades (Apocalipsis 17 - 22)

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Sin embargo, las ideas más importantes del panorama general del trabajo se encuentran en los últimos capítulos, donde la ciudad mundana de Babilonia se establece en contra de la ciudad de Dios, la Nueva Jerusalén. Las introducciones de las ciudades en el 17:1 y 21:9 se establecen en un paralelo claro:

“Ven; te mostraré el juicio de la gran ramera que está sentada sobre muchas aguas”.

“Ven, te mostraré la novia, la esposa del Cordero”.

Babilonia representa la calle sin salida del intento de la humanidad por construir una cultura separados de Dios. Tiene toda la apariencia de ser el paraíso que la humanidad siempre deseó. No es coincidencia que su oro y joyas evoquen las de la Nueva Jerusalén (Ap 17:4). Igual que la Nueva Jerusalén, Babilonia ejerce autoridad sobre las naciones y recibe sus riquezas (observe las referencias a “los mercaderes de la tierra” en Ap 18:3 y el lamento de los que se encargaban del comercio marítimo en Ap 18:15–19).

Pero en realidad es una imitación falsa, condenada a ser expuesta por Dios en el juicio final. La lista de los cargamentos en Apocalipsis 18:11–13 es especialmente relevante (ver Bauckham, “Economic Critique” [Crítica económica],[1]

que describe los bienes lujosos que llegaban a Babilonia). La lista se inspira en Ezequiel 27:12–22 y la caída de Tiro, pero se actualiza para que incluya los bienes lujosos populares en Roma en la época de Juan.

Y los mercaderes de la tierra lloran y se lamentan por ella, porque ya nadie compra sus mercaderías: cargamentos de oro, plata, piedras preciosas, perlas, lino fino, púrpura, seda y escarlata; toda clase de maderas olorosas y todo objeto de marfil y todo objeto hecho de maderas preciosas, bronce, hierro y mármol; y canela, especias aromáticas, incienso, perfume, mirra, vino, aceite de oliva; y flor de harina, trigo, bestias, ovejas, caballos, carros, esclavos y vidas humanas.

La frase final acerca de las “vidas humanas” probablemente se refiere a la trata de esclavos y es el último clavo en el féretro del imperio explotador de Babilonia: no se detendrá con nada, ni siquiera con la trata de seres humanos, en la búsqueda de su propia indulgencia sensual.

La lección de que Dios juzgará una ciudad por sus prácticas económicas es un pensamiento aleccionador. La economía es claramente un tema moral en el libro de Apocalipsis. El hecho de que parece que gran parte de la condena brota de su autoindulgencia debería golpear con una fuerza especial la cultura consumista moderna, donde la búsqueda constante de más y mejores cosas puede llevar a un enfoque miope en la satisfacción de necesidades materiales reales o imaginarias. Pero lo que más preocupa de todo es que Babilonia es muy parecida a la Nueva Jerusalén. Dios sí creó un mundo bueno. Debemos disfrutar la vida. Dios sí se deleita en las cosas hermosas de la tierra. Si el sistema del mundo fuera una fosa séptica evidente, los cristianos no estarían muy tentados a caer en su seducción. Es precisamente por los beneficios genuinos de los avances tecnológicos y las amplias redes de comercio que hay peligro. Babilonia promete todas las glorias del Edén sin la presencia intrusiva de Dios. Esto hace que lenta pero irremediablemente, los buenos regalos de Dios —el intercambio económico, la abundancia agrícola, la artesanía diligente— pasen a estar al servicio de dioses falsos.

En este punto, uno podría creer que cualquier participación en la economía mundial —o incluso cualquier economía local— debe estar tan plagada de idolatría, que la única solución es retirarse completamente y vivir solo en el desierto. Sin embargo, Apocalipsis ofrece una visión alternativa de la vida en comunidad: la Nueva Jerusalén. Esta es “la ciudad que descendía del cielo” y, como tal, es la representación máxima de la gracia de Dios. Además, contrasta fuertemente con la monstruosidad autocreada que es Babilonia.[2]

En cierto nivel, la Nueva Jerusalén es un regreso al Edén —hay un río que la atraviesa, está el árbol de la vida con sus ramas cargadas de fruta y con hojas para la sanidad de las naciones (Ap 22:2). Una vez más, la humanidad puede andar en paz con Dios. De hecho, esta ciudad sobrepasa el Edén, porque la misma gloria del Señor la ilumina (Ap 22:5).

Pero la Nueva Jerusalén no es simplemente un jardín nuevo y mejorado: es una ciudad-jardín, el ideal urbano que representa el contrapeso de Babilonia. Por ejemplo, todavía hay una participación humana significativa en la vida de la ciudad celestial en la tierra. Desde luego, en el centro de esto se encuentra la adoración que las personas le dan a Dios y al Cordero. Pero parece que hay más que eso en la afirmación de que las personas “traerán a ella [la Nueva Jerusalén] la gloria y el honor de las naciones” (Ap 21:24–26). En el mundo antiguo, era recomendable construir un templo con los mejores materiales de todo el mundo, que es lo que hizo Salomón con el templo en Jerusalén. Aún más, las personas traían regalos de todas partes para adornar el templo después de su terminación. Es probable que la imagen de los reyes trayendo sus regalos a la Nueva Jerusalén venga de este contexto. No es difícil imaginar que estos regalos serán los productos de la cultura humana, dedicados ahora para la gloria de Dios.[3]

También debemos considerar las implicaciones de las visiones del Antiguo Testamento del futuro, las cuales lo ven como una continuidad significativa de la vida actual. Por ejemplo, Isaías 65 es un texto fundamental para el contexto de Apocalipsis 21–22 y presenta su enseñanza base, “Yo creo cielos nuevos y una tierra nueva, y no serán recordadas las cosas primeras ni vendrán a la memoria” (comparar con Ap 21:1). Aun así, este mismo capítulo habla de las bendiciones futuras del pueblo de Dios, “Construirán casas y las habitarán, plantarán también viñas y comerán su fruto. No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque como los días de un árbol, así serán los días de Mi pueblo, y Mis escogidos disfrutarán de la obra de sus manos” (Is 65:21–22). Ciertamente podemos argumentar que Isaías está hablado, en formas adecuadas para su época, de algo mucho más grande que una simple abundancia agrícola— y difícilmente podría estar apuntando a algo menor que eso. Y precisamente es menos lo que se presenta por lo general cuando se habla del “cielo” como algo que solo consta de nubes, arpas y batas blancas.

No es fácil interpretar precisamente cómo será esto. ¿Seguirá existiendo la producción agraria en los nuevos cielos y la nueva tierra? ¿El software 1.0 de un programador de computadoras piadoso será echado al fuego mientras que la versión 2.0 entra a la ciudad celestial? La Biblia no responde este tipo de preguntas directamente pero, una vez más, podemos ver la visión global. Dios creó a los seres humanos para que ejerzan dominio sobre la tierra, lo cual requiere creatividad. ¿Sería sensible que un Dios así viera el trabajo hecho en la fe como algo inútil y lo haga a un lado? En definitiva, es mucho más probable que Él lo exalte y perfeccione todo lo que fue hecho para Su gloria. De igual forma, la visión profética del futuro visualiza a las personas en actividad significativa en la creación. Ya que Dios no entra en detalles sobre cómo funciona esta transferencia de productos del mundo actual al mundo nuevo, o qué cosas exactas podremos hacer en el estado futuro, solo podemos imaginar qué significará esto concretamente. Lo que sí significa es que podemos estar “abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1Co 15:58).[4]

Richard Bauckham, “The Economic Critique of Rome in Revelation 18” [La crítica económica de Roma en Apocalipsis 18], en The Climax of Prophecy: Studies in the Book of Revelation [El clímax de la profecía: estudios del libro de Apocalipsis] (Edimburgo: T&T Clark, 1993), 338–83.

Richard Bauckham, The Theology of the Book of Revelation [La teología del libro de Apocalipsis] (Cambridge: Cambridge University Press, 1993), 126–43.

Comparar con G. B. Caird, The Revelation of Saint John [La revelación de San Juan] (Peabody, MA: Hendrickson, 1993), 279: “Nada del orden antiguo que tenga valor ante los ojos de Dios se excluye de la entrada a lo nuevo. El cielo de Juan no es un nirvana que niega el mundo, en el cual los hombres pueden escapar de los males incurables de la existencia terrenal. Más bien, es el sello que afirma la bondad de la creación de Dios. El tesoro que encuentran los hombres en el cielo resulta ser el tesoro y la riqueza de las naciones, lo mejor que han conocido y amado en la tierra pero ahora redimido de todas las imperfecciones y transfigurado por el resplandor de Dios”. Ver también Darrell T. Cosden, The Heavenly Good [El bien celestial] (Peabody, MA: Hendrickson Publishers, 2006), 72–77.

Ver Cosden, passim, y Miroslav Volf, Work in the Spirit [El trabajo en el Espíritu] (Oxford: Oxford University Press, 1991), esp. 88–122.

Conclusión de Apocalipsis

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¿Qué significado tiene todo esto en la vida diaria en el trabajo? Apocalipsis no provee instrucciones detalladas de las mejores prácticas laborales, pero sí nos da algunas pautas importantes, especialmente relacionadas con temas de la visión global. No es suficiente bajar la cabeza, hacer nuestro trabajo y dedicarnos a nuestras cosas. Tenemos que tener cierto sentido de hacia dónde van las cosas y por qué hacemos lo que estamos haciendo.

Entre más autoridad tenga una persona, tiene más responsabilidad de procurar que la organización se oriente hacia fines que glorifiquen a Dios en una forma que exprese amor por el prójimo. A diferencia de la naturaleza explotadora de Babilonia, los negocios cristianos deben buscar el beneficio mutuo: un intercambio justo de bienes y servicios, el trato justo de trabajadores y una visión hacia el bien a largo plazo de las personas y las sociedades que son socias en la empresa.

Aunque la mayoría de lugares de trabajo actuales no están afiliados con dioses paganos formal o informalmente (como lo eran comúnmente en el mundo antiguo), hay formas más sutiles de idolatría que pueden entrar sigilosa e inesperadamente. Un equivalente contemporáneo de la Babilonia bíblica sería una compañía que ve sus propias ganancias y continuidad como las metas supremas de su existencia (y tal vez teniendo al Director General  en el trono cósmico). Siempre debemos recordar que todo en la vida está al descubierto para Dios y está sujeto a Su aprobación o desaprobación. La aniquilación de Babilonia sirve como un recordatorio funesto de que Dios no puede ser burlado y que esto va tanto para nuestros tratos laborales como para nuestros intereses religiosos.

A final de cuentas, estas lealtades se revelan a sí mismas en las obras. Los que se comprometen con los caminos de Jesús deben luchar por tener una ética irreprochable. Los santos reconocen su necesidad constante del perdón disponible por medio de la sangre de Jesús y son llamados a imitar Su testimonio profético en la vida cotidiana.

Sin embargo, es oportuno concluir con la visión positiva de la Nueva Jerusalén. Aunque necesariamente existe una ruptura entre el mundo actual y el mundo nuevo, también existe un sentido fuerte de continuidad entre los dos. Después de todo, la Nueva Jerusalén sigue siendo la Nueva Jerusalén, que comparte cosas en común con la ciudad terrenal. De hecho, puede verse en cierto nivel como la consumación de todo lo que quiso ser la Jerusalén terrenal. De igual forma, al final nuestro futuro es un regalo de Dios y en los misterios de Su bondad creativa, nuestras obras van con nosotros (Ap 14:13) —ciertamente nuestras obras de bondad y nuestra adoración a Dios, así como las obras de nuestras manos.