2 Pedro: el trabajo y la nueva creación
La segunda carta de Pedro refuerza muchos de los temas que vimos en Santiago y en 1 Pedro relacionados con la necesidad de una vida santa y la perseverancia en medio del sufrimiento. Estos temas no los vamos a repetir, sino que discutiremos solo el capítulo 3, el cual plantea un reto profundo para una teología del trabajo. Si “los cielos y la tierra actuales están reservados por Su palabra para el fuego, guardados para el día del juicio y de la destrucción de los impíos” (2P 3:7), ¿cuál es el valor de nuestro trabajo actual? Podríamos preguntar usando el título de un libro destacado de Darrell Cosden, ¿cuál es el bien celestial del trabajo terrenal?[1]
Darrell Cosden, The Heavenly Good of Earthly Work [El bien celestial del trabajo terrenal] (Peabody, MA: Hendrickson Publishers, 2006).
¿El fin del mundo y el fin del trabajo? (2 Pedro 3:1-18)
Regresar al Índice Regresar al Índice¿Nuestro trabajo terrenal es importante para Dios? Darrell Cosden respondió esta pregunta con un fuerte “sí”. Un punto fundamental de su argumento es la resurrección corporal de Cristo que (1) afirma la bondad del mundo material, (2) demuestra que existe una continuidad entre el mundo presente y la nueva creación[1] y (3) es una señal de que la nueva creación fue comenzada, aunque no se ha completado totalmente. A fin de cuentas, nuestro trabajo es valioso por los frutos de nuestra labor, habiendo sido redimidos y transformados, tendremos un hogar en el cielo. Pero pareciera que el capítulo 3 cuestiona dos aspectos integrales de la teología del trabajo de Cosden: (1) la bondad inherente de la materia creada y (2) la continuidad entre este mundo presente y el mundo venidero, la nueva creación.
Aquí, Pedro les está respondiendo a escarnecedores sin ley que afirmaban que Dios no intervendría en la historia para juzgar el mal (2P 3:3–4). Parece describir un futuro que no tiene nada de continuidad con el mundo presente y que más bien parece la aniquilación del cosmos:
- “Pero los cielos y la tierra actuales están reservados por Su palabra para el fuego, guardados para el día del juicio y de la destrucción de los impíos”. (2P 3:7).
- “Pero el día del Señor vendrá como ladrón, en el cual los cielos pasarán con gran estruendo, y los elementos serán destruidos con fuego intenso, y la tierra y las obras que hay en ella serán quemadas”. (2P 3:10)
- “Todas estas cosas han de ser destruidas”. (2P 3:11)
- “Los cielos serán destruidos por fuego y los elementos se fundirán con intenso calor”. (2P 3:12)
Sin embargo, no debemos asumir rápidamente que aquí se habla en realidad de una destrucción.[2] Pedro está usando las imágenes de los últimos tiempos que se encontraban comúnmente en las predicciones proféticas del Antiguo Testamento para asegurarle a sus lectores que el juicio de Dios es inminente. Con frecuencia, los profetas del Antiguo Testamento y la literatura judía del segundo templo usaban imágenes relacionadas con el fuego para referirse de forma metafórica tanto a la purificación de lo recto como la destrucción de todo lo malo.[3]
Una lectura de 2 Pedro 3:7, 10 y 2 Pedro 3:12 según las convenciones de la literatura apocalíptica, entendería las imágenes del fuego y la fundición como una metáfora de los procesos con los que Dios separa lo bueno de lo malo.[4] Así es como Pedro usa las imágenes del fuego en su primera carta, recordándoles a sus lectores que, igual que el oro, también serán probados con fuego y que Dios alabará y honrará a los que logren pasar dicha prueba (1P 1:5–7). Estos pasajes no hacen énfasis en que los cielos y la tierra serán destruidos literalmente, sino que todo el mal será consumido completamente. De igual forma, Pedro describe el mundo en términos de transformación y prueba: “destruidos”, “fundirán con intenso calor”, “juicio”, “reservados… para el fuego”. Douglas Moo señala que la palabra que Pedro usa para “destruidos” en 2 Pedro 3:10–12, luō, no tiene la connotación de aniquilación, sino que habla de una transformación radical. Sugiere que una traducción alterna podría ser “enmendados”.[5]
La referencia de Pedro al diluvio de la época de Noé (2P 3:5–6) debería evitar que entendamos el concepto de “destruido” como una aniquilación total. El mundo no dejó de existir, sino que fue purificado de toda la maldad de la humanidad. La bondad de la humanidad —que se limitaba a Noé, su familia, sus posesiones y su trabajo de cuidar a los animales a bordo— fue preservada, y la vida continuó en el mundo físico.
Finalmente, la visión positiva de Pedro del futuro final describe una renovación del orden material: “Pero, según Su promesa, nosotros esperamos nuevos cielos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia” (2P 3:13). Este no es un inframundo estrecho e incorpóreo, sino un nuevo cosmos que contiene tanto un “cielo” como una “tierra”. En 2 Pedro 3:10 leemos que “la tierra y las obras que hay en ella serán quemadas”. Quemadas, no destruidas. De ahí que incluso después de la quema, las “obras” permanezcan.
Esto no quiere decir que 2 Pedro es la fuente principal de la teología del valor eterno del trabajo actual, sino que 2 Pedro es consistente con esa teología.[6] Aunque no tengamos tantos detalles como quisiéramos, es claro que para Pedro existe cierta clase de continuidad entre lo que hacemos en la tierra ahora y lo que experimentaremos en el futuro. Todo lo malo será consumido completamente, pero todo lo bueno tendrá un hogar permanente en la nueva creación. El fuego no solo consume, purifica. La destrucción no señala el fin del trabajo, sino que el trabajo hecho para Dios encuentra su final verdadero en el nuevo cielo y la nueva tierra.
“Las manos y los pies de Jesús con sus cicatrices de los clavos son el prototipo de la nueva creación. Lo que es verdadero en Su cuerpo, también es verdadero en esta visión. Lo que hemos hecho —aunque es ambivalente en sí mismo— luego de ser redimidos y transformados, encuentra un hogar en la nueva creación”. Cosden, 76.
Para consultar análisis detallados de este pasaje complejo, ver Richard J. Bauckham, Jude, 2 Peter [Judas, 2 Pedro], ed. Bruce M. Metzger, David A. Hubbard, y Glenn W, Barker, vol. 50, Word Biblical Commentary [Comentario bíblico de la Palabra] (Dallas: Word, 1983); y John Dennis, “Cosmology in the Petrine Literature and Jude” [La cosmología en la literatura petrina y Judas], en Cosmology and New Testament Theology [Cosmología y la teología del Nuevo Testamento], ed. Jonathan Pennington y Sean McDonough (Londres: Continuum, 2008), 157–77.
Ver, por ejemplo, Isaías 30:30; 66:15–16; Nahúm 1:6; Sofonías 1:18; 3:8; Zacarías 13:7–9; Malaquías 3:2–3; 4:1–2; Eclesiástico 2; Sabiduría de Salomón 3. El Nuevo Testamento también usa imágenes del fuego de esta manera: 1 Corintios 3:10–15; 1 Pedro 1:5–7; 4:12–13, etc.
Douglas Moo, “Nature in the New Creation: New Testament Eschatology and the Environment” [La naturaleza en la nueva creación: la escatología del Nuevo Testamento y el medioambiente], Journal of the Evangelical Theological Society [Revista de la sociedad teológica evangélica] 49, nº 3 (2006), 468. Ver también Al Wolters, que argumenta que las imágenes del fuego se refieren al proceso con el que Dios purifica el mundo. Al Wolters, “Worldview and Textual Criticism in 2 Peter 3:10” [La cosmovisión y el criticismo textual en 2 Pedro 3:10], Westminster Theological Journal [Revista teológica de Westminster] 49 (1987), 405–13.
Moo, “Nature in the New Creation” [La naturaleza en la nueva creación] 468–69.
Para una discusión sobre la relación entre el trabajo, los trabajadores y los productos del trabajo en el mundo actual y en el Nuevo Cielo/Nueva Tierra, consulte los artículos del Proyecto de Teología del Trabajo, “Revelación y trabajo”, “Significado y valor del trabajo” en “Apocalípsis y el trabajo” en www.teologiadeltrabajo.org.