Filipenses y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para Su beneplácito. (Fil 2:12b–13)

Introducción a Filipenses

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El trabajo requiere esfuerzo. Sea que hagamos negocios o conduzcamos camiones, criemos hijos o escribamos artículos, vendamos zapatos o cuidemos personas discapacitadas o ancianos, nuestro trabajo requiere un esfuerzo personal. Si no nos levantamos en la mañana y nos ponemos en marcha, no podremos hacer nuestro trabajo. ¿Qué es lo que nos motiva a levantarnos de la cama todas las mañanas? ¿Qué nos mantiene durante el día? ¿Qué nos da la fuerza para poder hacer nuestro trabajo con fidelidad e incluso excelencia?

Hay una gran variedad de respuestas para estas preguntas. Algunas pueden apuntar a la necesidad económica. “Me levanto y voy a trabajar porque necesito dinero”. Otras respuestas se pueden referir a nuestro interés en el trabajo como, “trabajo porque amo mi labor”. Otras respuestas pueden ser menos inspiradoras como, “¿qué es lo que me levanta y me pone en marcha todo el día? ¡La cafeína!”

La carta de Pablo a los cristianos en Filipenses da un tipo de respuesta diferente a la pregunta de dónde encontramos la fortaleza para hacer nuestro trabajo. Pablo dice que nuestro trabajo no es el resultado de nuestro propio esfuerzo, sino que el trabajo de Dios en nosotros es lo que nos da energía. Lo que hacemos en la vida, incluyendo el trabajo, es una expresión de la obra salvadora de Dios en Cristo. Además, encontramos la fortaleza para esforzarnos en el poder de Dios dentro de nosotros. El trabajo de Cristo es servir a las personas (Mr 10:35) y Dios nos empodera para servir junto con Él.

Casi todos los eruditos están de acuerdo en que el apóstol Pablo escribió la carta que conocemos como Filipenses en algún momento entre los años 54 y 62 d. C.[1] No hay unanimidad en cuanto al lugar en donde la escribió, aunque sabemos que fue en uno de sus varios encarcelamientos (Fil 1:7).[2] Es claro que Pablo le escribió esta carta personal a la iglesia en Filipos, una comunidad que plantó durante una visita que realizó anteriormente (Fil 1:5; Hch 16:11–40). La escribió para fortalecer su relación con esta iglesia, para darles noticias sobre su situación personal, agradecerles el apoyo para su ministerio, equiparlos para enfrentar las amenazas en contra de su fe, ayudarles a llevarse mejor entre ellos y, en general, ayudarles a vivir su fe.

En este libro se usa la palabra obra (ergon y sus semejantes) varias veces (Fil 1:6; 2:12–13, 30; 4:3). Pablo la usa para describir la obra de Dios de salvación y las tareas humanas que se derivan de dicha obra salvadora. No trata directamente temas del trabajo secular, pero lo que dice sobre el trabajo tiene aplicaciones importantes allí.

Gerald F. Hawthorne, Philippians [Filipenses], edición revisada y expandida por Ralph P. Martin, en el vol. 43 del Word Biblical Commentary [Comentario bíblico de la Palabra] (Nashville: Thomas Nelson, 2004), xxvii–xxix, xxxix–l.

Ver Gerald F. Hawthorne, Ralph P. Martin y Daniel G. Reid, eds., “4.3. Place and Date” [Lugar y fecha] de “Philippians, Letter to the” [Filipenses, Carta a los] en el Dictionary of Paul and His Letters [Diccionario de Pablo y sus cartas] (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1993). 

La obra de Dios en nosotros (Filipenses 1:1 - 26)

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En el contexto de su oración inicial por los filipenses (Fil 1:3–11), Pablo comparte su convicción sobre el trabajo de Dios en y entre los creyentes en Filipos. “Estando convencido precisamente de esto: que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Fil 1:6). La “obra” a la que Pablo se refiere es la obra del nuevo nacimiento en Cristo, que lleva a la salvación. El mismo Pablo participa en esa obra al predicarles el evangelio y la continua al ser su maestro y apóstol, y además, dice que es “una labor fructífera” (Fil 1:22). Sin embargo, el trabajador implícito no es Pablo sino Dios, porque Dios es “el que comenzó en vosotros la buena obra” (Fil 1:6). “Y esto proviene de Dios” (Fil 1:28, NVI).

Aunque algunas versiones en español e inglés hablan de la obra de Dios “entre ustedes”, la mayoría de traducciones hablan de la obra de Dios “en ustedes”. Ambas ideas son pertinentes y la frase griega en humin se puede traducir de cualquiera de las dos formas. La buena obra de Dios comienza en cada vida de forma individual. Sin embargo, es para ser vivida entre los creyentes en su comunión juntos. El punto principal del versículo 6 no es restringir la obra de Dios a individuos o a la comunidad como un todo, sino resaltar el hecho de que toda obra de ellos es obra de Dios. Además, esta obra no se completa cuando los individuos “son salvos” o cuando se plantan iglesias. Dios sigue trabajando en y entre nosotros hasta que Su obra se complete en “el día de Cristo Jesús”. Solo cuando Cristo regrese, la obra de Dios estará terminada.

El trabajo de Pablo es como evangelista y apóstol, y hay señales de éxito y ambición en su profesión, como en cualquier otra. Cuántos convertidos gana, cuánto dinero recauda, cuántas personas lo alaban por ser su mentor espiritual, cómo se comparan sus números con los de otros evangelistas —estos pueden ser puntos de orgullo y ambición. Pablo admite que estas motivaciones existen en su profesión, pero insiste en que la única motivación correcta es el amor (Fil 1:15–16). La implicación es que esto también es verdad en todas las demás profesiones. Todos estamos tentados a trabajar para obtener las señales del éxito —incluyendo el reconocimiento, la seguridad y el dinero—, lo que puede llevarnos al “interés personal” (eritieias, tal vez más precisamente traducido como “autopromoción injusta”).[1] Estas señales no son completamente malas, ya que con frecuencia se dan cuando alcanzamos los propósitos legítimos de nuestro trabajo (Fil 1:18). Hacer el trabajo es importante, incluso si nuestra motivación no es perfecta. Pero aún así, a largo plazo (Fil 3:7–14), la motivación es incluso más importante, y la única motivación que imita la de Cristo es el amor.

James Strong, Enhanced Strong’s Lexicon [El diccionario mejorado de Strong] (Ontario: Woodside Bible Fellowship, 1995), G2052.

Trabajar de una forma digna (Filipenses 1:27 - 2:11)

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Ya que nuestro trabajo es en realidad la obra de Dios en nosotros, nuestro trabajo debería ser digno, así como la obra de Dios. Pero, aparentemente, podemos entorpecer la obra de Dios en nosotros porque Pablo exhorta, “comportaos de una manera digna del evangelio de Cristo” (Fil 1:27). Su tema es la vida en general y no hay razón para creer que el trabajo se excluye de este exhortación. Él da tres mandatos en particular:

  1. Sean “del mismo sentir” (Fil 2:2).
  2. “Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo” (Fil 2:3).
  3. “No busque cada uno su propio interés, sino cada cual también el de los demás” (Fil 2:4, RVC).

De nuevo, podemos trabajar de acuerdo con estos mandatos solo porque nuestro trabajo en realidad es la obra de Dios en nosotros. Esta vez, Pablo lo dice en un pasaje hermoso que con frecuencia se llama el “himno a Cristo” (Fil 2:6–11). Él dice que Jesús, “no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil 2:6–8). Por tanto, el trabajo de Dios en nosotros —específicamente la obra de Cristo en nosotros— siempre se hace humildemente con otros, para el beneficio de otros, incluso si esto requiere sacrificio.

Sean “del mismo sentir” (Filipenses 2:2)

El primero de los tres mandamientos, ser “del mismo sentir”, se les da a los cristianos como un cuerpo. No deberíamos esperar que aplique para el lugar de trabajo secular. De hecho, no siempre queremos tener el mismo sentir que los demás en nuestro trabajo (Ro 12:2). Sin embargo, en muchos lugares de trabajo, hay más de un cristiano. Deberíamos esforzarnos por tener el mismo sentir que los demás cristianos que trabajan con nosotros. Tristemente, esto puede ser muy difícil. En la iglesia nos segregamos en comunidades en las que generalmente estamos de acuerdo en temas bíblicos, teológicos, morales, espirituales e incluso culturales. En el trabajo no tenemos ese lujo. Podemos compartir el lugar de trabajo con otros cristianos con quienes no estamos de acuerdo en cuanto a esos temas. Según nuestro propio juicio, puede que incluso sea difícil reconocer como cristianos a algunos que afirman serlo.

Este es un enorme impedimento tanto para nuestro testimonio como cristianos como para nuestra eficacia como compañeros de trabajo. ¿Qué piensan nuestros colegas no cristianos sobre nuestro Señor —y sobre nosotros— si nos la llevamos peor entre nosotros que con los no creyentes? Al menos, debemos tratar de identificar a otros cristianos en nuestro trabajo y aprender acerca de sus creencias y prácticas. Puede que no estemos de acuerdo incluso en temas de gran importancia, pero es un mejor testimonio mostrar respeto mutuo y no tratar a otros que se llaman cristianos con desdén o de forma pendenciera. Al menos deberíamos dejar de lado nuestras diferencias lo suficiente como para hacer un trabajo excelente juntos, si realmente creemos que nuestro trabajo en verdad le importa a Dios.

Tener la misma mente de Cristo significa “tener el mismo amor” de Cristo (Fil 2:2). Cristo nos amó al punto de la muerte (Fil 2:8) y debemos tener el mismo amor que Él tuvo (Fil 2:5). Esto permite que tengamos algo en común no solo con otros creyentes, sino también con no creyentes en nuestros lugares de trabajo: ¡los amamos! Todos en el trabajo pueden estar de acuerdo con nosotros en que debemos hacer un trabajo que les beneficie. Si un cristiano dice, “mi trabajo es servirte”, ¿quién va a estar en desacuerdo?

“Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria” (Fil 2:3)

Ver a los demás como mejores que nosotros mismos es la mentalidad de los que tenemos la mente de Cristo (Fil 2:3). Nuestra humildad está diseñada para ofrecerse a todas las personas a nuestro alrededor, no solo a los cristianos, así como la muerte de Jesús en la cruz —el acto supremo de humildad— fue por los pecadores y no por los justos (Lc 5:32; Ro 5:8; 1Ti 1:15).

En el trabajo hay oportunidades ilimitadas para servir con humildad. Usted puede ser generoso en darle crédito a otros por los logros y ser tacaño en culparlos por las fallas. Puede escuchar lo que alguien está diciendo en vez de pensar con anterioridad su respuesta. Puede intentar con la idea de otra persona en vez de insistir que las cosas se hagan a su manera. Puede renunciar a su envidia por el ascenso o el salario mayor de otra persona, o si no lo logra, puede entregarle a Dios su envidia en oración en vez de orar por sus compañeros ese día durante el almuerzo.

Por otro lado, los lugares de trabajo ofrecen oportunidades ilimitadas para el interés personal. Como hemos visto, la ambición —incluso la competencia— no es necesariamente mala (Ro 15:20; 1Co 9:24; 1Ti 2:5), lo que sí es malo es fomentar de forma injusta los planes propios. Eso lo obliga a considerarse a usted mismo de una forma incorrecta y exagerada (“vanagloria”), lo que lo posiciona en una tierra de fantasía mucho más remota en donde no puede ser eficaz ni en el trabajo ni en la fe. Hay dos antídotos. Primero, asegúrese de que su éxito dependa de y contribuya al éxito de los demás. Esto significa por lo general trabajar de forma genuina en equipo con otros en su lugar de trabajo. Segundo, busque continuamente una retroalimentación correcta sobre usted mismo y su desempeño. Puede encontrar que su desempeño en efecto es excelente, pero si lo escucha de fuentes fiables, no es vanagloria. El simple hecho de aceptar la retroalimentación de otros es una forma de humildad, ya que usted subordina su autoimagen a la imagen que ellos tienen de usted. Evidentemente, esto es útil solo si encuentra fuentes de retroalimentación fiables. Someter su autoimagen a las personas que abusarían de usted o lo engañarían en realidad no es humildad. Incluso Jesús cuando sometió Su cuerpo al abuso en la cruz, mantuvo un juicio correcto sobre Sí mismo (Lc 23:43).

“No busque cada uno su propio interés, sino cada cual también el de los demás” (Filipenses 2:4, RVC)

De los tres mandatos, este puede ser el más difícil de conciliar con nuestros roles en el lugar de trabajo. Vamos al trabajo —al menos en parte— para suplir nuestras necesidades. Entonces, ¿cómo podemos hacer que tenga sentido no buscar nuestros propios intereses? Pablo no lo dice. Sin embargo, debemos recordar que está hablándole a una comunidad de personas a las que les dice, “no busque cada uno su propio interés, sino cada cual también el de los demás” (Fil 2:4). Tal vez espera que si todos dejan de buscar sus necesidades individuales y comienzan a buscar las necesidades de toda la comunidad, entonces las necesidades de todos serán satisfechas. Esto es consistente con la analogía del cuerpo que Pablo usa en 1 Corintios 12 y en otras partes. El ojo no satisface su necesidad de transportarse, sino que depende de los pies para eso. Entonces cada órgano actúa para el bien del cuerpo, aunque así se satisface su propia necesidad.

En circunstancias ideales, esto podría funcionar para un grupo unido, tal vez una iglesia conformada por miembros que están altamente comprometidos. Pero, ¿esto está diseñado para aplicarse en un lugar de trabajo que no sea la iglesia? ¿Pablo quiere decirnos que busquemos los intereses de nuestros compañeros de trabajo, clientes, jefes, subordinados, proveedores y muchos otros a nuestro alrededor, en vez de nuestros propios intereses? De nuevo, debemos acudir a Filipenses 2:8, en donde Pablo presenta a Cristo en la cruz como nuestro modelo, velando por los intereses de los pecadores y no los Suyos. Él vivió este principio para todo el mundo, no solo la iglesia, y así debemos hacerlo nosotros. Y Pablo es claro en que las consecuencias para nosotros incluyen el sufrimiento y la pérdida, incluso tal vez la muerte. “Todo lo que para mí era ganancia, lo he estimado como pérdida por amor de Cristo”. No podemos leer Filipenses 2 y ¡deshacernos del deber de buscar los intereses de otros en el trabajo en vez de los nuestros.

Seguir a Cristo como cristianos comunes (Filipenses 2:19 - 3:21)

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Sin ir más lejos, Filipenses nos da tres ejemplos —Pablo, Epafrodito y Timoteo— para demostrarnos la forma en la que todos los cristianos debemos seguir el ejemplo de Cristo. Pablo nos dice, “Hermanos, sed imitadores míos, y observad a los que andan según el ejemplo que tenéis en nosotros” (Fil 3:17). Él muestra cada uno de estos ejemplos en un marco basado en el “Himno a Jesús” del capítulo 2.

 

Personaje

Enviado a un lugar difícil

En obediencia/

esclavitud

Asumiendo grandes riesgos

Por el beneficio de otros

Jesús

En cuerpo humano (Fil 2:7)

Tomó forma de siervo (Fil 2:7)

Obediente hasta la muerte (Fil 2:8)

Se despojó de Sí mismo (Fil 2:7)

Pablo

Viviendo en la carne (Fil 1:22)

Siervo de Jesucristo (Fil 1:1)

Encarcelamiento (Fil 1:7) Llegando a ser como Cristo en Su muerte (Fil 3:10)

Para vuestro progreso y gozo (Fil 1:25)

Timoteo

Sería enviado pronto (Fil 2:19)

Como un hijo sirve a su padre (Fil 2:22)

(No se especifica en Filipenses. Ver Ro 6:21)

Sinceramente interesado en vuestro bienestar (Fil 2:20)

Epafrodito

Fue enviado (Fil 2:25)

Vuestro mensajero (Fil 2:25)

Estuvo al borde de la muerte (Fil 2:30)

Servidor para mis necesidades (Fil 2:25)

El mensaje es claro. Somos llamados a hacer lo que hizo Jesús. No podemos escondernos detrás de la excusa de que Jesús es el único hijo de Dios, que sirve a otros para que nosotros no tengamos que hacerlo. Y Pablo, Epafrodito y Timoteo no son superhombres que hicieron proezas que nosotros no podamos aspirar a repetir. En cambio, mientras vamos al trabajo, debemos ubicarnos en el mismo esquema: ser enviados, obedecer, correr riesgos y servir a otros:

Persona

Enviado a un lugar difícil

En obediencia/

esclavitud

Asumiendo grandes riesgos

Para el beneficio de otros

Los cristianos en el trabajo

Ir a un trabajo secular

Trabajar bajo la autoridad de otros

Arriesgarnos a que nuestra carrera se vea limitada por nuestra motivación de amar como Cristo ama

Somos llamados por Dios a poner los intereses de los demás por encima de los nuestros

¿Se nos permite atenuar el mandato de servir a otros en vez de a nosotros mismos con un poco de sentido común? ¿Por ejemplo, podríamos decir que debemos buscar primero los intereses de las personas en las que podemos confiar? ¿Podríamos buscar los intereses de los demás junto con los nuestros? ¿Es correcto trabajar por el bien común en situaciones en las que podemos esperar un beneficio proporcional, pero cuidarnos a nosotros mismos cuando el sistema está en contra nuestra? Pablo no responde a estas preguntas.

¿Qué deberíamos hacer si descubrimos que no tenemos la capacidad o la disposición para vivir de una forma tan osada? Pablo solo nos dice, “Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios” (Fil 4:6). Solamente por medio de la oración constante, la súplica y el agradecimiento a Dios podremos tomar decisiones difíciles y hacer lo necesario para buscar los intereses de otros en vez de los nuestros. Esta no es una teología abstracta sino un consejo práctico para la vida diaria y el trabajo.

Aplicaciones a la vida diaria (Filipenses 4:1-23)

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Pablo describe tres situaciones cotidianas que tienen una relevancia directa en el lugar de trabajo.

La resolución de conflictos (Filipenses 4:2-9)

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Pablo les pide a los filipenses que ayuden a dos mujeres entre ellos, Evodia y Síntique, a vivir en paz una con la otra (Fil 4:2–9). Aunque nuestra reacción instintiva es suprimir y negar el conflicto, Pablo lo trae de una forma amorosa a la luz, donde se puede resolver. El conflicto entre las mujeres no se especifica, pero ambas son creyentes y Pablo dice que “han compartido mis luchas en la causa del evangelio” (Fil 4:3). El conflicto se da incluso entre los cristianos más fieles, como ya lo sabemos. Él les dice que dejen de guardar resentimiento y que piensen en lo que es verdadero, digno, justo, puro, amable, honorable, de virtud o lo que merece elogio en la otra persona (Fil 4:8). Parece que “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Fil 4:7) comienza con apreciar lo bueno en los que están a nuestro alrededor, incluso (o especialmente) cuando estamos en conflicto con ellos. Después de todo, son personas por las que Cristo murió. También deberíamos mirarnos con cuidado a nosotros mismos y encontrar en nuestro interior la provisión de Dios de amabilidad, oración, súplica, agradecimiento y dejar de lado la preocupación (Fil 4:6).

La aplicación en el lugar de trabajo actual es clara, aunque no es fácil. Cuando nuestro deseo es ignorar y esconder el conflicto con otras personas en el trabajo, debemos reconocerlo y hablar (no chismear) al respecto. Cuando preferimos guardarlo para nosotros, debemos pedirle ayuda a personas sabias —en humildad, no con la esperanza de ganar alguna ventaja. Si preferimos preparar argumentos en contra de nuestros rivales, mejor deberíamos preparar argumentos a su favor, al menos siendo justos al reconocer sus cualidades. Y cuando pensamos que no tenemos la energía para hablar con la otra persona y que preferimos anular la relación, debemos dejar que el poder y la paciencia de Dios sustituyan la nuestra. En esto buscamos imitar a nuestro Señor, que “se despojó a Sí mismo” (Fil 2:7) de motivaciones personales y así recibió el poder de Dios (Fil 2:9) para vivir la voluntad de Dios en el mundo. Si hacemos estas cosas, nuestro conflicto se podrá resolver teniendo en cuenta cuáles son los verdaderos problemas, no simplemente lo que creemos, nuestros temores y resentimientos. Por lo general, esto conduce a una relación laboral restaurada y un respeto mutuo, y a veces a una amistad. Incluso en los casos poco comunes en los que la reconciliación no es posible, podemos esperar una “paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Fil 4:7). Es una señal de Dios que ni siquiera una relación rota está más allá de la esperanza de la bondad de Dios.

El apoyo de los unos a los otros en el trabajo (Filipenses 4:10-11, 15-16)

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Pablo les agradece a los filipenses por apoyarlo, tanto personal (Fil 1:30) como financieramente (Fil 4:10–11, 15–16). A lo largo del Nuevo Testamento, vemos que Pablo siempre se esfuerza por trabajar en colaboración con otros cristianos, incluyendo a Bernabé (Hch 13:2), Silas (Hch 15:40), Lidia (Hch 16:14–15) y Priscila y Aquila (Ro 16:3). Por lo general, sus cartas terminan con saludos a las personas con las que ha trabajado de cerca y comúnmente son de parte de Pablo y un compañero de trabajo, así como Filipenses es de parte de Pablo y Timoteo (Fil 1:1). En esto está siguiendo su propio consejo de imitar a Jesús, que hizo casi todo en cooperación con Sus discípulos y otras personas.

Como señalamos en Filipenses 2, los cristianos que tienen un trabajo secular no siempre se pueden dar el lujo de trabajar con otros creyentes, pero eso no significa que no puedan apoyarse los unos a los otros. Podemos reunirnos con personas de la misma profesión o institución para apoyarnos mutuamente en los retos y oportunidades específicas que enfrentamos en nuestros trabajos. El programa “de mamás a mamás”[1] es un ejemplo práctico de apoyo mutuo en el lugar de trabajo. Estas mamás se reúnen semanalmente para aprender, compartir ideas y apoyarse la una a la otra en el trabajo de criar a sus hijos pequeños. Idealmente, todos los cristianos deberían tener este tipo de apoyo para su trabajo. Si no existe un programa formal, podríamos hablar de nuestro trabajo en los tiempos de comunión comunes, como la adoración y los sermones, los estudios bíblicos, los grupos pequeños, los retiros de la iglesia, las clases y otros. Pero, ¿qué tan frecuentemente lo hacemos? Pablo hace un gran esfuerzo por crear comunidad con otros, e incluso envía mensajeros a que hagan viajes de larga distancia por mar (Fil 2:19, 25) para compartir ideas, noticias, comunión y recursos.

La vida en la pobreza y la prosperidad (Filipenses 4:12-13, 18)

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Finalmente, Pablo menciona cómo vivir tanto en pobreza como en prosperidad. Esto tiene una implicación directa en el trabajo, ya que el trabajo hace la diferencia entre la pobreza y la prosperidad para nosotros, o al menos para los que recibimos un pago por nuestro trabajo. De nuevo, el consejo de Pablo es simple, pero difícil de seguir. No haga de su trabajo un ídolo con la expectativa de que siempre va a proveer lo suficiente para usted. Más bien, trabaje por el beneficio de otros y aprenda a estar contento con lo mucho o poco que reciba. En efecto, es un consejo difícil. Las personas en algunas profesiones —como los maestros, trabajadores del área de la salud, servicio al cliente y padres, para nombrar solo algunos— pueden estar acostumbradas a trabajar más tiempo del acordado para ayudar a los que lo necesitan, aún sin recibir una remuneración extra. Otros esperan ser ampliamente recompensados por el servicio que dan. Imagine a un alto ejecutivo o banquero de inversiones trabajando sin un contrato ni un objetivo de bonificación, diciendo, “yo cuido a los clientes, empleados y accionistas y estoy feliz de recibir cualquier cantidad que decidan darme al final del año”. Aunque no es común, algunas personas lo hacen. Pablo simplemente dice:

Sé vivir en pobreza, y sé vivir en prosperidad; en todo y por todo he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener hambre, de tener abundancia como de sufrir necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece… Lo he recibido todo y tengo abundancia; estoy bien abastecido. (Fil 4:12–13, 18)

El punto no es qué tanto o qué tan poco nos paguen (dentro de lo razonable). Más bien, es si nos motiva el beneficio que nuestro trabajo les trae a otros o si solo pensamos en nuestros propios intereses. Además, esa misma motivación debería impulsarnos a rechazar las instituciones, las prácticas y los sistemas que resultan en extremos, ya sea de demasiada abundancia o demasiada pobreza.

Conclusión de Filipenses

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Aunque Pablo no habla específicamente del trabajo en Filipenses, su visión de la obra de Dios en nosotros sienta las bases para nuestras reflexiones acerca de la fe y el trabajo. Nuestros trabajos son un contexto importante en el que debemos vivir la buena obra que Dios ha comenzado en nosotros. Debemos buscar tener un mismo sentir con los demás cristianos en donde vivimos y trabajamos. Debemos actuar como si los demás fueran mejores que nosotros. Debemos buscar los intereses de otros en vez de los nuestros. Aun sin hablar directamente del trabajo, ¡parece que Pablo demanda lo imposible de nosotros en el trabajo! Pero lo que hacemos en el trabajo no viene solo de nuestro esfuerzo —es la obra de Dios en y a través de nosotros. Debido a que el poder de Dios es ilimitado, Pablo puede decir con audacia, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4:13).