1 Juan: Andando en la luz
Aunque fue escrito en circunstancias bastante diferentes a las de Santiago,[1] 1 Juan también cuestiona la idea de que la fe puede existir sin “obras”, es decir, actos de obediencia a Dios. En el capítulo 2, Juan declara que el conocimiento genuino de Dios se manifiesta en un carácter y comportamiento transformados, lo que se materializa en la obediencia a Dios:
Y en esto sabemos que hemos llegado a conocerle: si guardamos Sus mandamientos. El que dice: Yo he llegado a conocerle, y no guarda Sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él; pero el que guarda Su palabra, en él verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado. En esto sabemos que estamos en Él. El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo. (1Jn 2:3–6)
De nuevo, igual que Santiago, 1 Juan habla del cuidado de los necesitados como una expresión del conocimiento genuino de Dios. “Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano en necesidad y cierra su corazón contra él, ¿cómo puede morar el amor de Dios en él?” (1Jn 3:17). Primera de Juan nos lleva un paso más allá para entender la relación entre la fe y las obras o, en términos de Juan, entre el conocimiento de Dios y la obediencia.
Con diversas imágenes, Juan explica que nuestra obediencia a Dios señala —y es el resultado de— una realidad previa que se ha descrito varias veces como el paso de la oscuridad a la luz (1Jn 2:8–11), ser nacido de Dios o ser hechos hijos de Dios (1Jn 2:29; 3:1–2, 8–9) o pasar de muerte a vida (1Jn 3:14). De acuerdo con Juan, la vida recta es antes que nada un resultado y una respuesta al amor de Dios por nosotros:
Todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados. (1Jn 4:7–10)
Juan describe el resultado de este proceso como la habilidad de andar “en la luz, como Él está en la luz” (1Jn 1:7). El amor de Dios por medio del sacrificio propiciatorio de Jesús nos lleva a una nueva clase de existencia, a través de la cual tenemos la capacidad de ver y andar de acuerdo con la voluntad de Dios para nuestras vidas. No solamente encendemos la luz de vez en cuando, sino que andamos en la luz continuamente, como una nueva forma de vida.
Esto es relevante directamente en la ética laboral. En años recientes se ha incrementado el interés por la “ética de las virtudes”, luego que el pensamiento y la práctica protestante la descuidara por mucho tiempo.[2] La ética de las virtudes se centra en la formación del carácter moral a largo plazo, no en formular reglas y estimar las consecuencias de las decisiones inmediatas. Esto no quiere decir que las reglas y los mandatos sean irrelevantes —“Porque este es el amor de Dios: que guardemos Sus mandamientos” (1Jn 5:3)—, sino que la formación moral a largo plazo es el cimiento de la obediencia a las reglas. Analizar más profundamente este tema va más allá del alcance de esta discusión,[3] pero la idea de Juan de andar en la luz como una forma de vida aplaude ciertamente el enfoque de la virtud. Lo que hacemos (nuestras “obras”) brota inevitablemente de lo que nos estamos convirtiendo (lo que se define por nuestras virtudes). “Nosotros amamos, porque Él nos amó primero” (1Jn 4:19) y llegaremos a ser semejantes a Él (1Jn 3:2).
Una aplicación específica de la metáfora de la luz es que debemos ser abiertos y transparentes en cuanto a nuestras acciones en el trabajo. Debemos dejar que otros examinen nuestras acciones en vez de tratar de esconderlas de la luz. Mientras andamos en la luz, nunca podremos defraudar inversionistas, falsificar registros de calidad, chismear sobre nuestros compañeros de trabajo o sobornar a otros. En este sentido, 1 Juan 1:7 nos recuerda lo que dice el Evangelio de Juan 3:20–21, “Porque todo el que hace lo malo odia la luz, y no viene a la luz para que sus acciones no sean expuestas. Pero el que practica la verdad viene a la luz, para que sus acciones sean manifestadas que han sido hechas en Dios”.[4]
Por ejemplo, Rob Smith dirige una organización de negocios a través de la cual se hacen misiones en África, que se dedica a construir botes que se usan en el lago Victoria. Dice que con frecuencia se le acercan funcionarios locales que se ofrecen a pagarle sobornos y, cuando se lo dicen, siempre lo hacen en secreto. No es un pago documentado y abierto, como una propina o una contribución para recibir un servicio más ágil. No hay recibos y la transacción no se registra en ninguna parte. Rob ha usado 1 Juan 3:20–21 como una inspiración para sacar este tipo de peticiones a la luz. Cuando los funcionarios se acercan a ofrecerle dinero, les dice, “no sé mucho sobre esta clase de pagos. Me gustaría traer al embajador o al gerente para que este pago quede documentado”. Ha descubierto que esta es una estrategia útil para tratar con el soborno. Aunque generalmente se cree que pagar sobornos es un medio eficaz —aunque poco ético— de incrementar la participación en el mercado y el rendimiento, la investigación de George Serafeim en la Escuela de negocios de Harvard indica que, en realidad, pagar sobornos disminuye el rendimiento financiero de una compañía a largo plazo.[5]
Por otro lado, 1 Juan hace énfasis en que no necesitamos trabajar tiempo completo en el ministerio para que nuestro trabajo sea valioso en el reino de Dios. Aunque la mayoría de cristianos no reciben un pago en su trabajo por hacer las llamadas tareas “espirituales” de predicar y evangelizar, todos los cristianos podemos andar en la luz al obedecer a Dios con nuestras acciones (1Jn 3:18–19, 24). Todas estas acciones vienen del amor que Dios ya nos dio y por eso, son profundamente espirituales y significativas. Así, el trabajo fuera de la iglesia tiene valor, no solo porque se da en un lugar donde hay oportunidad de evangelizar o porque el salario puede contribuir a las misiones, sino porque es un lugar donde usted puede materializar su comunión con Cristo sirviéndoles a los que están a su alrededor. El trabajo es una forma realmente práctica de amar a su prójimo, ya que es allí donde crea productos y servicios que satisfacen las necesidades de personas cerca y lejos de usted. El trabajo es un llamado espiritual.
En este sentido, 1 Juan nos lleva de regreso a Santiago. Ambos hacen énfasis en que los actos de obediencia son esenciales en la vida cristiana e indican cómo esto influye en una teología del trabajo. Tenemos la capacidad de obedecer a Dios, en el trabajo y en todas partes, porque nos estamos convirtiendo en personas semejantes a Cristo, quien entregó Su vida en beneficio de los que lo necesitaban.
Colin G. Kruse, The Letters of John [Las cartas de Juan] (Grand Rapids: Eerdmans, 2000), 14–28.
Consulte la introducción de Stanley Hauerwas, Character and the Christian Life [El carácter y la vida cristiana] (Notre Dame: University of Notre Dame Press, 2001).
Ver Alistair Mackenzie y Wayne Kirkland, “Ethics” [La ética] www.theologyofwork.org/key-topics/ethics/.
Para un estudio más completo, ver “Juan y el trabajo” en El Comentario bíblico de la Teología del trabajo, vol. 4 o www.theologyofwork.org.
George Serafeim, “The Real Cost of Bribery” [El costo real del soborno] Harvard Business School Working Knowledge [Escuela de negocios de Harvard - Conocimiento en acción], Noviembre 4 de 2013, hbswk.hbs.edu/item/the-real-cost-of-bribery.