Tito: el trabajo de las buenas obras
La carta de Pablo a Tito es la última Epístola pastoral y tiene muchos aspectos que coinciden con 1 y 2 Timoteo. (Para Tito 1:5–9, ver 1 Timoteo 3:1–13 anteriormente. Para Tito 2:1–10, ver 1 Timoteo 5:1–6:2 anteriormente). En esta carta, Pablo le recuerda a Tito que lo había dejado en Creta “para que pusieras en orden lo que queda” (Tit 1:5). Igual que Timoteo, Tito debía luchar contra las falsas enseñanzas, establecer un buen liderazgo y asegurarse de que las personas se dedicaran a las buenas obras (Tit 3:8, 14).
Ser celosos de buenas obras (Tito 2:11–3:11)
En secciones anteriores en este capítulo consideramos los requisitos del liderazgo que se describen en Tito 1:5–9 y las relaciones familiares en la iglesia descritas en Tito 2:1–10. Gran parte del resto de esta carta se puede resumir en la idea de Pablo de que el pueblo de Dios debe ser celoso de buenas obras. Esta visión ciertamente se aplica para los trabajadores cristianos, que deben estar comprometidos con las buenas obras en su trabajo. Por supuesto, las buenas obras se refieren al trabajo hecho de una manera que agrada a Dios, más que a uno mismo o a otra persona. Las buenas obras cumplen los propósitos de Dios que fueron evidentes cuando creó el mundo. Estas hacen del mundo un mejor lugar, ya que ayudan a redimir su quebrantamiento y a reconciliar a las personas unas con otras y con Dios. La dedicación a esta clase de trabajo hace que los trabajadores cristianos tengan más que una pasión por hacer bien su trabajo, ganar dinero o tener una buena evaluación del rendimiento. Sin embargo, para que los cristianos tengamos una pasión piadosa por las buenas obras, debemos entender qué hace que estas buenas obras sean posibles y la razón por la que las hacemos. La carta a Tito habla de estos dos temas.
Primero, es crucial que los cristianos recordemos que Dios “nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a Su misericordia” (Tito 3:5). Nuestra conducta en el trabajo, en casa o en cualquier otro lugar no determina nuestra relación con Dios. No podemos “ganar” Su misericordia. Sin embargo, la carta a Tito enseña de forma clara que la gracia de Dios no solo perdona nuestros pecados, sino que también nos capacita para “renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos, y vivir en esta época de manera sobria, justa y piadosa” (Tit 2:12, RVC). Jesús se entregó a Sí mismo para poder “redimirnos de toda iniquidad” y “purificar para Sí un pueblo para posesión Suya, celoso de buenas obras” (Tit 2:14). La maravillosa sección de Tito 3:3–7 describe la misericordia de Dios en la conversión y la justificación como la base del mandato para los creyentes de “que estén sujetos a los gobernantes, a las autoridades; que sean obedientes, que estén preparados para toda buena obra; que no injurien a nadie, que no sean contenciosos, sino amables, mostrando toda consideración para con todos los hombres” (Tit 3:1–2). La gracia que Dios concede con la salvación da como resultado una vida piadosa de obediencia y buenas obras (aunque imperfecta). ¿Es posible que recordar esta realidad durante las actividades del día nos lleve a convertirnos en siervos más eficientes de Cristo y mejores mayordomos de la creación?
Segundo, esta sección de Tito nos recuerda los propósitos de las buenas obras. Las buenas obras están diseñadas para suplir las necesidades de otros y para que la parte que nos corresponde de la creación de Dios sea productiva (Tit 3:14). Esto nos remonta al mandato de cultivar la tierra y hacerla fructífera (Gn 2:5, 15). Las buenas obras son un servicio para Dios y las personas, pero al hacerlas, nuestra meta principal no es ganar el favor de ellos. Hacer buenas obras no es opuesto a la fe, más bien, es la consecuencia principal de la fe. Es la respuesta que le damos a Dios después de nuestra “regeneración y la renovación por el Espíritu Santo” (Tit 3:5). “Para que justificados por Su gracia fuésemos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna” (Tit 3:7), y como resultado, nos podemos dedicar a las “buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles para los hombres” (Tit 3:8). Pablo no está hablando de dar discursos, repartir folletos o hablarle a la gente de Jesús. Está hablando de las buenas obras en su significado común: hacer cosas que satisfacen las necesidades de otras personas. En términos laborales, podríamos decir que se refiere a ayudar a los compañeros de trabajo nuevos a que alcancen un ritmo ágil de trabajo, más que invitarlos a unirse a un estudio bíblico.
Además, el comportamiento piadoso es útil “para que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tit 2:5) y para que los opositores no tengan nada malo que decir (Tit 2:8). En otras palabras, a los cristianos se les motiva a que tengan un comportamiento piadoso “para que adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador” (Tit 2:10). La doctrina correcta conduce a las buenas obras, y las buenas obras hacen que la verdad de Dios sea atractiva para otros. Esa es la meta de los trabajadores cristianos que se dedican a las buenas obras en su trabajo: que sus acciones demuestren la verdad que proclaman con su boca. Este puede ser un testimonio poderoso, tanto para calmar la apatía hacia los cristianos como para animar a los no creyentes a que sigan a Cristo.
A lo largo de la carta, Pablo nos da instrucciones prácticas de buenas obras. La mayoría de ellas se pueden aplicar al trabajo, así que dejamos que esta carta nos guíe. No hay nada que indique que, por ejemplo, las instrucciones para las ancianas (ser reverentes, no calumniar, no ser esclavas de mucho vino, enseñar lo bueno) solamente las deben seguir las ancianas, así como nada indica que las instrucciones de Timoteo no se pueden aplicar a toda la iglesia. (Para más información sobre la posibilidad de aplicar las instrucciones de los esclavos para los empleados modernos, ver Colosenses 3:18–4:1 en “Colosenses y Filemón y el trabajo”).
Un buen comienzo para casi todos los lugares de trabajo que están buscando una declaración de valores organizacionales y buenas prácticas sería simplemente cortar y pegar el texto de Tito. El consejo de Pablo incluye lo siguiente:
El respeto
- Se respetuosos con todos (Tit 3:1).
- Ser hospitalarios (Tit 1:8).
- Ser amables (Tit 2:5).
- No participar en conflictos por temas sin importancia (Tit 3:9).
- No ser arrogantes, iracundos u obstinados (Tit 1:7, 8).
- No usar la violencia al supervisar (Tit 1:7). Más bien, ser amables (Tit 3:2).
El dominio propio
- Tener dominio propio (Tit 1:8; 2:6).
- No codiciar ganancias (Tit 1:7).
- No ser adictos al alcohol (Tit 1:7; 2:3).
- Evitar la envidia y la mala voluntad (Tit 3:3).
La integridad
- Actuar con integridad (Tit 1:8).
- Amar lo bueno (Tit 1:8).
- Sujetarse a las autoridades en el trabajo (Tit 2:9). Obedecer a las autoridades civiles (Tit 3:1).
- Respetar la propiedad de los demás (Tit 2:10) y administrarla fielmente a nombre de ellos si existe una responsabilidad fiduciaria (Tit 2:5).
La autoridad y el deber
- Ejercer la autoridad que se nos ha dado (Tit 2:15).
- Ser prudentes (Tit 1:8)
- Silenciar a las personas rebeldes, a los charlatanes, engañadores, calumniadores y a los que causan divisiones personales de manera intencional (Tit 1:10–11; 2:3; 3:10). Reprenderlos con firmeza (Tit 1:13).
- Enseñarle estas mismas virtudes a los que están bajo nuestro liderazgo (Tit 2:2–10).
Debemos tener cuidado de no convertir estas aplicaciones en un dogma simplista. Por ejemplo, “ser prudente” no significa necesariamente que no existe un momento apropiado para asumir riesgos con sabiduría. “Ser amable” no significa nunca ejercer el poder. Estas son aplicaciones para trabajos modernos tomadas de una carta antigua escrita para la iglesia. Estos puntos en Tito sirven como una fuente excelente de principios y valores muy apropiados para el buen liderazgo, tanto en la iglesia como en el trabajo.