Jeremías y Lamentaciones y el trabajo

Comentario Bíblico / Producido por el Proyecto de la Teología del trabajo

Introducción a Jeremías y Lamentaciones

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La cuestión fundamental del libro de Jeremías es medir la fidelidad del pueblo a Dios en un ambiente difícil. Dios condena las prácticas deshonestas en el mismo contexto en que condena la idolatría y la hipocresía religiosa, lo que deja claro que este libro profético no abarca solamente a los problemas religiosos, sino también las cuestiones sociales y éticas. Jeremías se interesa en la fidelidad en el ámbito religioso, familiar, militar, gubernamental, agrícola y en todas las demás esferas de la vida y el trabajo. Actualmente, como trabajadores enfrentamos un asunto similar al de la época del profeta. Estamos llamados a ser fieles a Dios en el ámbito laboral, pero no es fácil seguir los caminos de Dios en muchos lugares de trabajo.

Jeremías tuvo que lidiar con la infidelidad a Dios de casi todo el pueblo. Todos le fueron infieles al Señor, desde los reyes y los príncipes hasta los profetas y, aun así, en general, venían al templo, ofrecían sacrificios e invocaban el nombre del Señor, aunque no reconocían a Dios en su forma de vida en los demás aspectos (Jer 7:1–11). Ellos son iguales a aquellos que hoy día asisten a la iglesia los domingos y dan sus ofrendas, pero viven el resto de sus vidas como si Dios no estuviera presente.

Dentro del marco de la fidelidad a Dios, el libro de Jeremías contiene varios pasajes directamente relacionados con el trabajo y muchos otros que abordan el tema de la fidelidad a Dios en todos los aspectos de la vida, con claras implicaciones laborales.

Jeremías no presenta muchos principios o mandatos nuevos en sus profecías referentes al trabajo, sino que reconoce los que han sido revelados en los libros anteriores de la Biblia, especialmente en la ley de Moisés. Él reprendió al pueblo de Dios porque no estaban siguiendo la ley y les advirtió que eso traería un desastre sobre ellos. Cuando el desastre llegó, él les enseñó a vivir realmente la ley de Dios en su nueva —y deprimente— situación. Además, los animó con la promesa de Dios de que Él restauraría eventualmente su gozo y prosperidad si decidían volver a ser fieles.

Aunque se enunciaron aproximadamente seiscientos años antes del apóstol Pablo, las palabras de Jeremías acerca del trabajo se pueden resumir fácilmente en lo que dice Colosenses 3:23: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”.

Jeremías y su contexto

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Muchos de nosotros consideramos que nuestro lugar de trabajo es problemático, al menos algunas veces. Uno de los aspectos llamativos del libro de Jeremías es que la situación del profeta era extremadamente difícil. Su lugar de trabajo (entre las élites que gobernaban Judá) era corrupto y hostil para el trabajo de Dios. Jeremías estaba en peligro constantemente, pero pudo ver la presencia del Señor en las situaciones más difíciles. Su perseverancia nos recuerda que es posible aprender a experimentar la presencia de Dios en los lugares de trabajo más problemáticos.

Jeremías creció en un pequeño pueblo llamado Anatot, tres millas al noreste de Jerusalén, la capital de Judá. Aunque estaban cerca geográficamente, las dos comunidades eran muy diferentes en los aspectos cultural y político. Jeremías nació en la línea sacerdotal de Abiatar pero no tuvo gran prestigio entre los sacerdotes en Jerusalén. Siglos antes, Salomón le había quitado la autoridad a Abiatar (1R 1:28–2:26) y lo reemplazó con la línea sacerdotal de Sadoc en Jerusalén.

Cuando Dios lo llamó a ser profeta en Jerusalén, Jeremías se encontraba en medio de sacerdotes que no aceptaban su sacerdocio heredado. Durante su larga carrera en Jerusalén fue un intruso sospechoso e impopular. Las personas que enfrentan prejuicios culturales, étnicos, raciales, lingüísticos, religiosos o de otro tipo en sus lugares de trabajo actuales pueden identificarse con lo que Jeremías tuvo que enfrentar todos los días de su vida.

El llamado a un profeta reacio y la descripción del cargo

En el año decimotercero del reinado del rey Josías, aproximadamente a sus veinte años, Jeremías recibió el llamado de Dios a ser profeta (Jer 1:2). Su función era llevar los mensajes de Dios “sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y para derribar, para destruir y para derrocar, para edificar y para plantar” (Jer 1:10). Los mensajes de Dios por medio de Jeremías no eran amables ni positivos, ya que los judíos estaban desastrosamente cerca de dejar de ser fieles a Dios. Por medio de Jeremías, el Señor estaba llamándolos a que regresaran a Él antes de que se desatara el caos. Como un asesor externo contratado para reorganizar el orden establecido en una empresa, el profeta fue llamado a alterar las prácticas comunes en el reino de Judá. Parte de su tarea era oponerse a la idolatría y las costumbres malvadas que se habían vuelto parte de la adoración en este lugar.

Su trabajo profético comenzó bajo el buen reinado del rey Josías y continuó durante los reinados de los sucesores malvados, que fueron Joacaz, Joacim, Joaquín y Sedequías, y durante la destrucción total de Jerusalén que se dio bajo el gobierno del babilonio Nabucodonosor en el año 586 a. C. Durante sus cuatro décadas como profeta de Dios en Jerusalén, Jeremías recibió burlas constantes y fue el hazmerreír entre los habitantes de la ciudad. De hecho, se libró por poco de varios complots en contra de su vida (Jer 11:21; 18:18; 20:2; 26:8; 38).

Jeremías no aplicó para el cargo de profeta y no encontramos en alguna parte del texto que él “aceptara” el llamado de Dios a ser Su portavoz. Esto contrasta con el texto de Isaías, quien luego de su visión de la santidad y majestad de Dios le escuchó preguntar, “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” A lo que Isaías respondió: “Heme aquí; envíame a mí” (Is 6:8). Cuando Dios le informó a Jeremías que sería Su portavoz en Jerusalén, el profeta protestó por causa de su juventud y falta de experiencia (Jer 1:6–7). Sin embargo, parece que Dios ignora esa protesta al darle mensajes proféticos para el pueblo de inmediato (Jer 1:11–16). Después, Dios también le dio instrucciones, una advertencia y una promesa al nuevo profeta:

Tú, pues, ciñe tus lomos, levántate y diles todo lo que Yo te mande. No temas ante ellos, no sea que Yo te infunda temor delante de ellos. He aquí, Yo te he puesto hoy como ciudad fortificada, como columna de hierro y como muro de bronce contra toda esta tierra: contra los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes y el pueblo de la tierra. Pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque Yo estoy contigo —declara el Señor— para librarte. (Jer 1:17–19).

Jeremías supo desde el comienzo que su labor como profeta sería difícil. Su tarea lo pondría en contra de toda la nación de Judá, desde el rey, los príncipes y los sacerdotes hasta las personas en las calles de la ciudad. Sin embargo, él recibió un llamado claro de Dios a realizar este trabajo difícil y confió en que Dios lo guiaría al hacerlo.

Una perspectiva general del libro de Jeremías

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El libro de Jeremías refleja la situación en deterioro que encontró el profeta. En varios momentos, tuvo la tarea poco envidiable de objetar la hipocresía religiosa, la deshonestidad económica y las prácticas opresoras de los líderes de Judá y sus seguidores. Jeremías fue la voz de alerta, el guardián que llamó la atención acerca de las verdades difíciles que otros preferirían ignorar.

Porque así dice el Señor acerca de la casa del rey de Judá... Te convertiré en un desierto, como ciudades deshabitadas. Designaré contra ti destructores… Pasarán muchas naciones junto a esta ciudad, y dirá cada cual a su prójimo: “¿Por qué ha hecho así el Señor a esta gran ciudad?” Entonces responderán: “Porque abandonaron el pacto del Señor su Dios”. (Jer 22:6–9)

Él era el pesimista, que en realidad era el realista. Además, fue rechazado y ridiculizado por falsos profetas que insistían en que Dios nunca dejaría que la ciudad de Jerusalén cayera ante un invasor.

La persistencia de Jeremías con su mensaje indeseable durante cuatro décadas es excepcional; simplemente no se rindió en la que parecía una tarea imposible. ¿Cuántos de nosotros nos hemos rendido en situaciones similares? La fidelidad constante de Jeremías al seguir las instrucciones de Dios es impresionante, dada la oposición implacable y las duras críticas que enfrentó. Aunque frecuentemente se le conoce como el “profeta llorón” porque se lamentó por el pecado de su pueblo y porque no logró convencerlos de que regresaran a Yahweh, la confianza de Jeremías nunca flaqueó. Él sabía que Dios, quien lo puso donde se encontraba, validaría la verdad de su mensaje. El profeta pudo ser fiel a su llamado indeseado porque Dios había prometido que sería fiel con él. “Pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque Yo estoy contigo —declara el Señor— para librarte” (Jer 1:19).

En el año 605, Nabucodonosor de Babilonia atacó Jerusalén y se llevó diez mil de los judíos más competentes (incluyendo a Ezequiel y Daniel). En ese momento, el rol de Jeremías se amplió a llevar la palabra de Dios a los judíos en el exilio (Jer 29). Entre los judíos capturados habían falsos profetas que les aseguraban a los exiliados que los días de Babilonia estaban contados y que Dios nunca permitiría que los habitantes de Jerusalén fueran prisioneros, mientras que Jeremías les advirtió que estarían en Babilonia por setenta años. En vez de actuar con base en falsas esperanzas, los judíos se establecieron en la tierra, construyeron casas, plantaron jardines, dieron a sus hijos en matrimonio y dejaron de escuchar a los falsos profetas.

Mientras tanto, los habitantes que quedaban en Judá siguieron rechazando el mensaje de Dios. En el año 586, los babilonios regresaron, saquearon Jerusalén, derribaron sus murallas, destruyeron su templo piedra por piedra y se llevaron como prisioneras a las personas sanas que quedaban. Una vez más, el rol de Jeremías cambió (Jer 40–45). Dios lo mantuvo en la ciudad destruida, que fue gobernada brevemente por Gedalías, para animar al nuevo gobernador y ayudar a las personas a entender qué había ocurrido y cómo debían seguir adelante en medio de la destrucción. Aun así, una vez más y a pesar de su súplica para que escucharan el mensaje de Dios, ellos pusieron su fe en una alianza militar lamentable con Egipto, la cual Babilonia venció rápidamente. Jeremías fue llevado a Egipto, donde murió. Al final, el profeta tuvo que soportar tanto la terquedad y el rechazo de los gobernadores a prestarle atención a los mensajes de Dios como el desastre que resultó. Los profetas y los cristianos en el trabajo pueden encontrarse con que no tienen la capacidad de vencer todos los males. Algunas veces, el éxito significa hacer lo que sabemos que es correcto incluso cuando todo se vuelve en nuestra contra.

Los últimos capítulos (46–52) tratan principalmente acerca del juicio que Dios traerá sobre todas las naciones, no solamente Judá. Aunque Dios usó a Babilonia en contra de Judá, Babilonia tampoco se escaparía del castigo.

Al leer Jeremías es inevitable tomar conciencia de los resultados desastrosos que produjo la falta persistente de fe de los líderes de Judá —los reyes, los sacerdotes y los profetas. Su falta de visión y su disposición para creer las mentiras que se decían unos a otros los llevó a la completa destrucción de la nación y de su capital, Jerusalén. El trabajo que Dios nos da es algo serio. No seguir la palabra de Dios en nuestro trabajo puede causar un daño grave en nosotros mismos y en las personas a nuestro alrededor. Guiar al pueblo de Israel era la tarea del rey, los sacerdotes y los profetas. La catástrofe nacional que pronto sumió a Israel fue el resultado directo de sus malas decisiones y de no realizar las tareas que les exigía el pacto.

Los temas relacionados con el trabajo en el libro de Jeremías

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El libro de Jeremías no se estructura como un tratado acerca del trabajo. Debido a esto, los temas relacionados con el trabajo aparecen en diferentes lugares en el libro, algunas veces están separados por muchos capítulos y otras veces coinciden dentro de un mismo capítulo o pasaje. En la medida de lo posible, tomaremos estos temas y pasajes en el orden en que aparecen en Jeremías.

Hemos visto que el interés abrumador de Jeremías es que el pueblo actúe fielmente hacia Dios. Al avanzar en la lectura, puede que veamos nuestro trabajo como un área significativa en donde Dios quiere que le seamos fieles. Si es así, experimentaremos la presencia de Dios en nuestro trabajo. Por lo tanto, nuestra fidelidad a Dios y Su presencia en nuestro trabajo son temas ligados a los que regresaremos frecuentemente.

El llamado al trabajo (Jeremías 1)

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Como hemos visto, Dios preparó a Jeremías desde antes de su nacimiento para el trabajo de profeta (Jer 1:5) y, en el momento oportuno, lo designó para dicha labor (Jer 1:10). Jeremías respondió con fidelidad al llamado de Dios para su trabajo y Dios le dio el conocimiento que necesitaba para realizarlo (Jer 1:17). 

Aunque la profesión de Jeremías era profeta, no existe una razón válida para creer que el patrón del llamado de Dios, seguido por una respuesta fiel del ser humano y luego por la provisión de Dios para la labor, es limitada solo para los profetas. Dios llamó y equipó a José (Gn 39:1–6; 41:38–57), Bezaleel y Aholiab (Éx 36–39) y David (1S 16:1–13) para trabajos de ministro financiero, jefes de construcción y rey, respectivamente. En el Nuevo Testamento, Pablo dice que Dios prepara para el trabajo a todas las personas fieles de acuerdo con Sus propósitos para el mundo (1Co 12–14). Podemos ver en Jeremías un patrón para todos aquellos que siguen a Dios fielmente en su trabajo. Como lo dijo William Tyndale hace mucho tiempo:

No existe un trabajo que pueda agradar más a Dios que los demás: servir un vaso de agua, lavar los trastes, ser zapatero, o apóstol, todos son iguales; lavar los trastes y predicar son iguales, en lo que concierne a la acción, para agradar a Dios.[1]

Dios sabe de qué manera —igual que Jeremías— estamos construidos de acuerdo con Su diseño. Dios nos guía a usar nuestras habilidades y talentos en formas piadosas en el mundo. Es probable que no tengamos el mismo llamado que Jeremías y que nuestro llamado no necesariamente sea tan directo, específico e incuestionable como el de él. Sería un error pensar que nuestro llamado al trabajo debe parecerse al de Jeremías. Tal vez Dios fue extraordinariamente directo con este profeta porque estaba tan reacio a aceptar el llamado del Señor. De cualquier manera, podemos tener la confianza de que Dios nos dará lo que necesitamos para hacer nuestra labor, sea la que sea, si le somos fieles a Él en el trabajo.[2]

Citado en Parker Society Vol. 42 (Cambridge: Cambridge University Press, 1841), 102.

Ver “Calling” [el llamado] en “Key Topics” [temas clave], en www.theologyofwork.org.

La bondad y la contaminación del trabajo (Jeremías 2)

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Mucho antes de que naciera Jeremías, Dios declaró que el trabajo es bueno para las personas (Gn 1–2). Como dijimos antes, el método de Jeremías fue reconocer lo que Dios había revelado anteriormente y llamar la atención a la forma en la que estos principios se ponían —o no— en práctica en su época. En el capítulo 2, Jeremías habló de cómo el pueblo estaba pervirtiendo la bondad del trabajo. Dios le dijo a Su pueblo, “Yo os traje a una tierra fértil, para que comierais de su fruto y de sus delicias; pero vinisteis y contaminasteis Mi tierra, y de Mi heredad hicisteis abominación” (Jer 2:7). Él agregó que las personas “andaban tras cosas que no aprovechan” (Jer 2:8).

El Señor trajo al pueblo a una tierra fértil donde el fruto de su trabajo sería abundante, pero ellos rechazaron Su presencia al contaminar Su tierra. Esta es una expresión estándar del privilegio teológico en el Cercano Oriente antiguo: Dios creó la tierra y es su dueño, pero se la entregó a las personas para que sean sus mayordomos.[1] Dios le dio a Su pueblo el gran privilegio de trabajar Su tierra, el lugar que Él había escogido para Su templo, el lugar donde moraba Su presencia. Aunque en la época de Jeremías el pueblo trabajaba la tierra de Dios con desprecio, el trabajo mismo fue creado por el Señor como algo bueno. “Cuando comas del trabajo de tus manos, dichoso serás y te irá bien” (Sal 128:2). Trabajar la tierra es necesario y, cuando se hace a la manera de Dios, produce deleite y un sentido profundo de la presencia y el amor de Dios. “Nada hay mejor para el hombre que comer y beber y decirse que su trabajo es bueno. Esto también yo he visto que es de la mano de Dios” (Ec 2:24).

Sin embargo, el trabajo se contaminó cuando las personas dejaron de ser fieles a Dios en su trabajo. Ellos contaminaron la tierra porque dejaron de seguir a Dios y anduvieron “tras lo vano y se hicieran vanos” (Jer 2:5). Cuando nuestro trabajo no va bien, puede ser una muestra de que nuestra comunión con Dios se ha debilitado. Quizá hemos dejado de pasar tiempo con Dios, tal vez porque estamos ocupados trabajando tanto. A pesar de eso, es común que seamos tentados a tratar de arreglar el problema pasando más tiempo en tareas “que no aprovechan” (Jer 2:8), descuidando la comunión con Dios aún más. Nuestras tareas aprovechan poco no porque no estemos trabajando el tiempo suficiente, sino porque sin Dios en nuestro trabajo, este se vuelve infructuoso e ineficiente. ¿Qué pasaría si fuéramos al fondo del problema y pasáramos más tiempo en comunión con Dios? ¿Podríamos prever con Dios todas las acciones y decisiones significativas que tomaremos durante el día? ¿Podríamos recordar y orar por todas las personas con las que nos vamos a encontrar? ¿Podríamos revisar nuestro trabajo con Dios al final del día?

Some theologians refer to God’s people as “tenants” in the land. See for example, Daniel I. Block, The Gods of the Nations: Studies in Ancient Near Eastern National Theology, 2nd ed. (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2000), 109-110. However, tenancy is not the same as stewardship, which is the clearer implication of Genesis 1:28.

El reconocimiento de la provisión de Dios (Jeremías 5)

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Jeremías se quejó de que “este pueblo tiene un corazón terco y rebelde; se han desviado y se han ido” (Jer 5:23). Es la tierra de Dios la que administran, siendo llamados a trabajarla en el “temor” del Señor. El “temor” (el término hebreo yare) de Dios se usa frecuentemente en el Antiguo Testamento como un sinónimo de “vivir en respuesta a Dios”.[1] Sin embargo, Jeremías advirtió que ellos no tenían conciencia de Dios como la fuente de las lluvias y la seguridad de las cosechas. “Y no dicen en su corazón: ‘Temamos ahora al Señor nuestro Dios, que da la lluvia a su tiempo, tanto la lluvia de otoño como la de primavera, y que reserva para nosotros las semanas establecidas de la cosecha’” (Jer 5:24). Por lo tanto son infieles, ya que se imaginan que ellos mismos son la fuente de sus propias cosechas (consultar Jer 17:5–6). Como resultado, sus cosechas ya no son buenas. “Vuestras iniquidades han alejado estas cosas, y vuestros pecados os han privado del bien” (Jer 5:25).

Esta sección es uno de los muchos lugares en los capítulos 1 al 25 que hablan de la “contaminación” de la tierra: “Algo espantoso y terrible ha sucedido en la tierra: los profetas profetizan falsamente, los sacerdotes gobiernan por su cuenta, y a Mi pueblo así le gusta” (Jer 5:30–31). En los tiempos antiguos —cuando la economía dependía principalmente de la agricultura— la contaminación de la tierra resultó no solo en una pérdida estética, sino en la pérdida de la productividad y también de la abundancia. Además, era el rechazo del Dios que les había dado la tierra. Chris Wright nota que la tierra —así como un sacramento o una señal visible— es un termómetro de nuestra relación con Dios.[2] La violación de la tierra (ya sea por parte de corporaciones, ejércitos o individuos) niega que Dios es su dueño y que tiene un propósito al hacernos sus mayordomos. 

R. Laird Harris, Gleason L. Archer, Jr. y Bruce K. Waltke, eds., Theological Wordbook of the Old Testament [Diccionario teológico del Antiguo Testamento], edición electrónica. (Chicago: Moody Press, 1999), entrada 907.

Christopher J. H. Wright, Deuteronomy [Deuteronomio], New International Biblical Commentary [Nuevo comentario bíblico internacional] (Peabody, MA: Hendrickson Publishers, 1996).

El éxito y el fracaso material (Jeremías 5)

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¿Dios priva del éxito material a los que hacen lo malo ante Sus ojos? Jeremías dice lo que algunos cristianos modernos se atreverían a decir: la falta de provisión de Dios puede ser una señal de que Dios no aprueba su trabajo. Dios privó a Judá de las lluvias debido al pecado de sus habitantes. “Vuestras iniquidades han alejado estas cosas [las lluvias], y vuestros pecados os han privado del bien” (Jer 5:25). El profeta no dijo que todos los casos de falta de provisión o éxito son señales del juicio de Dios. Este es uno de los temas abiertos que Jesús trató casi seiscientos años después, cuando dijo que el hombre que había nacido ciego no tenía esta limitación como señal del juicio de Dios (Jn 9:2–3). Además, Dios provee el bien material incluso para aquellos que son malos. De acuerdo con Jesús, Dios “hace salir Su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5:45). A partir del libro de Jeremías podemos decir solamente que el éxito material depende de la provisión de Dios y que Dios puede —al menos a veces— negarle el éxito material a aquellos que practican la injusticia y la opresión.

No obstante, debemos ser cuidadosos de no inferir rápidamente que nuestro pecado y el castigo de Dios tienen una relación absoluta de causa y efecto en todas las situaciones de falta de recursos. ¿Las carencias de los pobres son debido a que son malvados o perezosos? Jeremías diría que el pobre tiene falta de recursos porque las personas malvadas o perezosas los oprimen.

La injusticia, la codicia, el bien común y la integridad (Jeremías 5–8)

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La injusticia

Ya que no reconocían a Dios como la fuente de sus buenas cosechas, el pueblo de Judá perdió todo sentido de responsabilidad frente al Señor por la manera en que trabajaban. Esto los llevó a oprimir y a engañar a los débiles e indefensos:

Sobrepasan en obras de maldad; no defienden la causa, la causa del huérfano, para que prospere, ni defienden los derechos del pobre. (Jer 5:28)

Se aferran al engaño, rehúsan volver. He escuchado y oído, han hablado lo que no es recto; ninguno se arrepiente de su maldad, diciendo: “¿Qué he hecho?” (Jer 8:5–6)

Lo que se debió hacer para el bien de todos en la tierra de Dios se hizo solamente para el beneficio de ciertos individuos y sin temor del Dios para quien debían trabajar. Por lo tanto, el Señor les negó la lluvia y pronto aprendieron que ellos no eran la fuente de su propio éxito. Aquí existen paralelos en la crisis económica de los años 2008 al 2010 y su relación con la compensación, la honestidad al prestar y recibir un préstamo y el afán por obtener una ganancia rápida aunque se ponga a otras personas en riesgo. Es importante evitar el simplismo, ya que los grandes problemas económicos actuales son demasiado complejos para los principios generalizados que tomamos de Jeremías. Aun así, existe un vínculo —aunque complejo— entre el bienestar económico de las personas y naciones y sus vidas y valores espirituales. El bienestar económico es una cuestión moral.

La codicia

Dios llama a las personas a tener una meta más alta que el egoísmo económico. Nuestro objetivo principal es nuestra relación con Dios, dentro de la cual la provisión y el bienestar material son temas que aunque son importantes, tienen limitaciones.

De ti recuerdo el cariño de tu juventud, el amor de tu desposorio, de cuando me seguías en el desierto, por tierra no sembrada. Santo era Israel para el Señor, primicias de Su cosecha. (Jer 2:2–3)

Jeremías miró alrededor y vio que la codicia —la búsqueda desenfrenada de la ganancia económica— había desplazado el amor a Dios como el interés principal del pueblo. “Porque desde el menor hasta el mayor todos ellos codician ganancias; desde el profeta hasta el sacerdote todos practican el engaño” (Jer 8:10). Nadie escapó a la condenación de Jeremías por causa de la codicia.[1] El profeta no favorecía al rico o al pobre, al pequeño o al grande. Lo vemos recorriendo “las calles de Jerusalén” para encontrar al menos “algún hombre, si hay quien haga justicia, que busque la verdad” (Jer 5:1). Primero, Jeremías les preguntó a los pobres, pero descubrió que estaban endurecidos (Jer 5:4). Luego les habló a los ricos, “pero también todos ellos a una habían quebrado el yugo y roto las coyundas” (Jer 5:5).

Como dice Walter Brueggemann, “A todas las personas, pero especialmente los líderes religiosos, se les inculpa por su falta de principios en el ámbito económico… Esta comunidad ha perdido todas las normas por las cuales se evalúa y examina su codicia voraz y explotadora.”[2]  Los corazones fueron inclinados a volverse ricos en vez de temer a Dios y amar a otros. Ya sea del rico (el rey, Jer 22:17) o del pobre, tal codicia suscitó la ira divina.

Trabajando para el beneficio de todos

El deseo de Dios es que vivamos y trabajemos para el beneficio de otros,[3] no solo de nosotros mismos. Jeremías criticó al pueblo de Judá por no cuidar a los que no podían ofrecer algún beneficio económico a cambio, incluyendo a los huérfanos y los necesitados (Jer 5:28), los extranjeros, las viudas y los inocentes (Jer 7:6). Esta va más allá de las incriminaciones por desobedecer partes específicas de la ley, como el robo, el asesinato, el adulterio, el juramento falso y la adoración de dioses falsos (Jer 7:9). Jeremías hizo esta acusación en contra de individuos particulares (“en mi pueblo se encuentran impíos”, Jer 5:26), en contra de todos (“todos los de Judá”, Jer 7:2), de los líderes de negocios (los ricos, Jer 5:27) y del gobierno (los jueces, Jer 5:28), en contra de las ciudades (Jer 4:16–18; 11:12; 26:2; et al.) y de la nación como un todo (“Este pueblo malvado”, Jer 13:10). Todos los componentes de la sociedad, individual e institucionalmente, habían roto el pacto con Dios.

La insistencia de Jeremías en que nuestro trabajo y sus frutos benefician a otros es una base importante para la ética de negocios y la motivación personal. Que una acción contribuya al bienestar de otras personas es tan importante como la legalidad de la misma. Puede ser legal realizar negocios de formas que perjudiquen a los clientes, trabajadores o la comunidad, pero eso no lo hace legítimo ante los ojos de Dios. Por ejemplo, la mayoría de compañías son parte de una cadena de producción que comienza con materias primas para producir partes que se convierten en ensamblajes y luego en artículos terminados que van al sistema de distribución y llegan a los consumidores. Tal vez algún actor en la cadena tenga la oportunidad de obtener poder sobre los demás, estrechar los márgenes y capturar todas las ganancias. Pero aunque esto se realice por medios legales, ¿es bueno para la industria y la comunidad? ¿Incluso es sostenible a largo plazo? También puede que sea legal que un sindicato conserve beneficios de los trabajadores actuales al negociar menos beneficios para los trabajadores nuevos, pero si todos los trabajadores necesitan tales beneficios, ¿realmente se está cumpliendo el propósito del sindicato?

Estas son cuestiones complejas y en Jeremías no encontramos una respuesta certera. Lo relevante en el libro es que los habitantes de Judá, en su mayoría, pensaban que estaban viviendo de acuerdo con la ley, lo que probablemente incluía sus muchas regulaciones económicas y laborales. Por ejemplo, en contraste con algunos de los otros profetas (por ejemplo, Ez 45:9–12), Jeremías no menciona que los comerciantes con los que tuvo contacto usaran pesas y medidas injustas, lo cual habría incumplido las leyes en Levítico 19:36.[4] Sin embargo, Dios consideró que la actividad económica y laboral de ellos fue infiel, ya que seguían las normas pero no el espíritu de la ley. Jeremías dice que en última instancia, esto no permitió que todo el pueblo disfrutara del fruto de su trabajo en la tierra de Dios.

Como el pueblo de Judá, todos tenemos oportunidades de acumular o compartir los beneficios que recibimos de nuestro trabajo. Algunas compañías les dan la mayoría de sus bonos y oportunidades de compra de acciones a los más altos ejecutivos. Otros los distribuyen ampliamente entre todos los trabajadores. Algunas personas tratan de tomar todo el crédito por los logros en los que participaron. Otros les dan crédito a sus compañeros de trabajo lo más que pueden. De nuevo, existen cuestiones complejas y debemos evitar juzgar a otros instantáneamente. Sin embargo, cada uno podría hacerse una simple pregunta: ¿la forma en la que manejo el dinero, el poder, el reconocimiento y las demás recompensas de mi trabajo me benefician principalmente a mí o contribuyen al bien de mis colegas, mi organización y mi sociedad?

De igual manera, las organizaciones pueden inclinarse hacia la codicia o al bien común. Si un negocio explota el poder de monopolio para cobrar precios altos o usa el engaño para vender sus productos, entonces está actuando de acuerdo con su codicia por el dinero. Si un gobierno ejercita el poder para promover los intereses propios por encima de los de sus vecinos o de sus líderes por encima de sus ciudadanos, entonces está actuando de acuerdo con su codicia por el poder.

Jeremías ofrece una perspectiva amplia del bien común y su opuesto, la codicia. La codicia no se limita a las ganancias que violan alguna ley en particular, sino que incluye cualquier clase de ganancia que ignore las necesidades y las circunstancias de otros. De acuerdo con Jeremías, nadie en su tiempo era libre de dicha codicia. ¿Esto es diferente en la actualidad?

La integridad

La palabra integridad significa vivir de acuerdo con un conjunto único y consistente de valores éticos. Cuando seguimos los mismos preceptos éticos en casa, en el trabajo, en la iglesia y en la comunidad, tenemos integridad. Cuando seguimos diferentes preceptos éticos en diferentes esferas de la vida, nos falta integridad.

Jeremías se queja de la falta de integridad que ve en el pueblo de Judá. Aparentemente creían que podían violar las normas éticas de Dios en el trabajo y la vida diaria y después ir al templo, actuar como santos y salvarse de las consecuencias de sus acciones.

Para robar, matar, cometer adulterio, jurar falsamente, ofrecer sacrificios a Baal y andar en pos de otros dioses que no habíais conocido. ¿Vendréis luego y os pondréis delante de Mí en esta casa, que es llamada por Mi nombre, y diréis: “Ya estamos salvos”; para luego seguir haciendo todas estas abominaciones? ¿Se ha convertido esta casa, que es llamada por Mi nombre, en cueva de ladrones delante de vuestros ojos? He aquí, Yo mismo lo he visto —declara el Señor. (Jer 7:9–11)

Jeremías los está llamando a vivir en integridad, ya que de lo contrario, su piedad no significa nada para Dios. “Y os echaré de Mi presencia”, dice Dios (Jer 7:15). Nuestros corazones no están bien con Dios solo con ir al templo. Nuestra relación con Él se refleja en nuestras acciones, en lo que hacemos todos los días, incluyendo lo que hacemos en el trabajo.

Ver, por ejemplo, Jer 2:30–32; 3:25; 7:21–24; 11:7–8; 22:21.                                                      

Walter Brueggemann, A Commentary on Jeremiah: Exile & Homecoming [Un comentario sobre Jeremías: el exilio y el retorno] (Grand Rapids: Eerdmans, 1998), 72–73.

El Comité Directivo del Proyecto de Teología del Trabajo no tenía la intención de utilizar el término "bien común" para describir la insistencia de Jeremías en que el trabajo y los productos del trabajo deberían beneficiar a las personas en la sociedad en general (o al menos a ciertas personas en la sociedad) en lugar de solo Los trabajadores o los que tienen el poder.

La mayoría prefería usar el término "bien común" para describir el punto de Jeremiah porque su significado en inglés simple parece describir la situación de manera precisa y sucinta. Además, el término se usa en las principales traducciones de la Biblia al inglés, como NIV, NASB, RSV y NRSV; por ejemplo, en Nehemías 2:18 y 1 Corintios 12: 7.

La minoría no era partidaria de usar el término porque no aparece en ninguna traducción al inglés de Jeremías, ni hay un término hebreo en Jeremías que se corresponda aproximadamente con él. Si la mayoría tiene razón en que describe el punto de Jeremías, debe decirse que el mismo Jeremías no lo describe de esa manera. Además, el término ha adquirido un significado especializado en ciertas escuelas de filosofía, teología y política que va mucho más allá de cualquier significado en inglés simple que pueda pertenecer a Jeremías. El uso del término puede dar la impresión errónea de que tales escuelas de pensamiento filosófico-teológico-político son enseñadas, per se, por Jeremías.

De acuerdo con la opinión de la mayoría, hemos utilizado el término en este artículo. Sin embargo, no pretendemos adoptar una posición política particular o leer la filosofía o teología posterior a Jeremías en el texto de Jeremías. Más bien, lo usamos simplemente para referirnos a la proclamación de Jeremías de que Dios pretende que el trabajo de cada persona contribuya no solo a satisfacer sus propias necesidades, sino también a satisfacer las necesidades de los demás.

La fe en la provisión de Dios (Jeremías 8-16)

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En Jeremías 5 vimos que las personas no reconocían la provisión de Dios. Si las personas no reconocían a Dios como la fuente suprema de las cosas buenas que ya tenían, ¿cuánta fe podrían tener para depender de la provisión de Dios en el futuro? John Cotton, el teólogo puritano, dice que la fe debe ser la base de todo lo que hacemos en la vida, incluyendo nuestro trabajo o vocación:

Un cristiano que realmente cree… vive en su vocación por su fe. No solo mi vida espiritual sino incluso mi vida civil en este mundo y todo lo que vivo, es por la fe del Hijo de Dios: para él nada en la vida está exento de la entidad de su fe.[1]

De nuevo, aquí se establece el fracaso básico del pueblo de Judá en la época de Jeremías, su falta de fe. Algunas veces Jeremías lo expresó como no “conocer” al Señor, lo cual es una condición de la fidelidad.[2]En otros momentos, lo describió como no “oír” —es decir, no escuchar, obedecer e incluso darle importancia a lo que Dios ha dicho.[3] Otras veces,  lo llamó una falta de “temor”. Sin embargo, todos estos son simplemente falta de fe —una fe viva y activa en quien es Dios y lo que Él hace o dice. Esta carencia mancha la visión de las personas del trabajo, lo que lleva a violaciones descaradas de la ley de Dios y a la explotación de otros para ganancia propia.

La gran ironía es que al depender de sus propias acciones en vez de ser fieles al Señor en su trabajo, al final el pueblo no encontró el deleite, la satisfacción y la bondad de la vida. Eventualmente, Dios tratará con su falta de fidelidad y “escogerá la muerte en lugar de la vida todo el remanente que quede de este linaje malvado” (Jer 8:3). Las leyes de Dios procuran nuestro propio bien y son dadas para mantenernos enfocados en nuestro propósito correcto.[4] Cuando dejamos de lado las leyes de Dios porque nos impiden cuidarnos a nuestra manera, rechazamos el diseño de Dios para nosotros y nos convertimos en lo contrario. Cuando trabajamos dependiendo solamente de nosotros mismos —y especialmente cuando incumplimos las leyes de Dios para hacerlo— el trabajo no alcanza su meta correcta. Estamos negando la presencia de Dios en el mundo. Creemos que sabemos más que Dios cuál es la mejor forma de conseguir lo que queremos. Por tanto trabajamos de acuerdo con lo que queremos nosotros mismos, no lo que Dios quiere. Sin embargo, esto no nos da las cosas buenas que Dios desea que tengamos. Al experimentar esta carencia, nos involucramos en actos egoístas cada vez más desesperados. Tomamos atajos, oprimimos a otros y acaparamos lo poco que tenemos. Ahora no solo estamos dejando de recibir lo que Dios nos quiere dar, sino que también estamos dejando de producir cualquier cosa de valor para nosotros o para los demás. Si toda la comunidad o la nación actúa de la misma manera, pronto estaremos en contra los unos de los otros, buscando productos cada vez menos satisfactorios de nuestra labor. Nos hemos convertido en lo opuesto del diseño que teníamos como el pueblo de Dios. Ahora, cada uno “reconoce, pues, y ve que es malo y amargo el dejar al Señor tu Dios, y no tener temor de Mí —declara el Señor, Dios de los ejércitos” (Jer 2:19).

La temática de la renuncia a Dios, la pérdida de fe en Su provisión y la opresión dentro del pueblo se repite en intervalos a lo largo de Jeremías 8 al 16. “Rehúsan conocerme —declara el Señor” (Jer 9:6). Por tanto, su prosperidad desaparece, “Ni se oye el bramido del ganado; desde las aves del cielo hasta las bestias han huido, se han ido” (Jer 9:10). Como consecuencia, tratan de compensar la pérdida engañándose unos a otros. “Cada uno engaña a su prójimo, y no habla la verdad… Tu morada está en medio del engaño” (Jer 9:5–6).

John Cotton, “Christian Calling” [El llamado cristiano], en The Way of Life [El camino de la vida] (Londres, 1641), 436–51, citado en Leland Ryken, Worldly Saints: The Puritans as They Really Were [Los santos mundanos: cómo eran en realidad los puritanos] (Grand Rapids: Zondervan, 1986), 26.

Por ejemplo, Jer 2:8; 4:22; 5:4–5; 8:7; 9:3–6; 22:16. “Cuando Jeremías habla… acerca del conocimiento de Yahweh, está hablando acerca del cumplimiento de las estipulaciones del pacto”. Jack R. Lundbom, “Jeremiah, Book of” [Jeremías, Libro de], en The Anchor Bible Dictionary [Diccionario bíblico Anchor], ed. David Noel Freedman, vol. 3 (Nueva York: Doubleday, 1992), 718b. Ver Herbert B. Huffmon, “The Treaty Background of Hebrew Yada” [Los antecedentes del tratado del hebreo yada], Bulletin of the American Schools of Oriental Research [Boletín de las escuelas americanas de investigación oriental] 181 (Febrero de 1966): 31–37.

Por ejemplo, Jer 7:23–28; 11:7–8; 32:23; 40:3; 43:4, 7; 44:23.

Tomás de Aquino dice: “Ahora bien, el principio exterior que nos inclina al mal es el diablo… y el principio exterior que nos mueve al bien es Dios, que nos instruye mediante la ley y nos ayuda mediante la gracia…  Ahora bien, el primer principio en el orden operativo… el último fin de la vida humana, según ya vimos, es la felicidad o bienaventuranza… La ley debe ocuparse primariamente del orden a la bienaventuranza”. Summa Theologica Ia. IIae, q. 90, pro. y a.2.co.

El trabajo dentro de una vida balanceada (Jeremías 17)

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Jeremías también le prestó atención al ciclo de trabajo y descanso. Como siempre, el profeta comenzó con la revelación anterior de Dios mismo; en este caso, sobre el descanso del Sabbath:

Y en el séptimo día completó Dios la obra que había hecho, y reposó en el día séptimo de toda la obra que había hecho. (Gn 2:2)

Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, mas el séptimo día es día de reposo para el Señor tu Dios. (Éx 20:8–10)

Sin embargo, Jeremías se encontró con un pueblo que se rehusaba a honrar el Sabbath:

“Así dice el Señor: ‘Guardaos, por vuestra vida, de llevar carga en día de reposo, y de meterla por las puertas de Jerusalén. ‘Tampoco saquéis carga de vuestras casas en día de reposo, ni hagáis trabajo alguno, sino santificad el día de reposo, como mandé a vuestros padres. ‘Sin embargo, ellos no escucharon ni inclinaron sus oídos, sino que endurecieron su cerviz para no oír ni recibir corrección. (Jer 17:21–23)

Anteriormente, en el mismo capítulo 17, Dios habló por medio de Jeremías diciendo:

“Maldito el hombre que en el hombre confía, y hace de la carne su fortaleza, y del Señor aparta su corazón. Será como arbusto en el yermo y no verá el bien cuando venga; habitará en pedregales en el desierto, tierra salada y sin habitantes. Bendito es el hombre que confía en el Señor, cuya confianza es el Señor. Será como árbol plantado junto al agua, que extiende sus raíces junto a la corriente; no temerá cuando venga el calor, y sus hojas estarán verdes; en año de sequía no se angustiará ni cesará de dar fruto”. (Jer 17:5–8)

Básicamente, Jeremías estaba repitiendo su idea acerca de la fe en la provisión de Dios, la cual discutimos en los capítulos 8 al 16, con el Sabbath como un ejemplo concreto. Al depender de nosotros mismos en vez de ser fieles a Dios, creemos que no podemos dedicarle tiempo al descanso. Hay demasiado trabajo por hacer si queremos ser exitosos en nuestra carrera, en nuestro hogar y en nuestros pasatiempos, así que ignoramos el Sabbath para hacerlo. Pero de acuerdo con Jeremías, si confiamos en nosotros mismos y hacemos de “la carne” nuestra fortaleza, esto nos llevará al “desierto”, al presionarnos sin cesar las 24 horas del día 7 días a la semana para alcanzar el éxito. No “verá el bien cuando venga”. En cambio, el que confía en el Señor, “no cesará de dar fruto”. Al final es contraproducente ignorar que necesitamos un equilibrio entre el trabajo y el descanso.

El trabajo bendice a toda la sociedad (Jeremías 29)

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En Jeremías 29, el profeta destaca que la intención de Dios es que el trabajo de Su pueblo bendiga y sirva a las comunidades circundantes y no solo al pueblo de Israel.

Así dice el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel, a todos los desterrados que envié al destierro de Jerusalén a Babilonia: “Edificad casas y habitadlas, plantad huertos y comed su fruto”. “Tomad mujeres y engendrad hijos e hijas… multiplicaos allí y no disminuyáis”. “Y buscad el bienestar de la ciudad adonde os he desterrado, y rogad al Señor por ella; porque en su bienestar tendréis bienestar”. (Jer 29:4–7)

Este tema ya se encontraba en los capítulos anteriores, como en el mandato de Dios de no oprimir a los extranjeros que vivían dentro de los límites de Judá (Jer 7:6; 22:3). Además, es una parte del pacto que Jeremías le seguía recordando a Judá. “Abraham llegará a ser una nación grande y poderosa, y en él serán benditas todas las naciones de la tierra” (Gn 18:18). No obstante, los falsos profetas en el exilio les aseguraban a los judíos exiliados que el favor de Dios siempre estaría con Israel, excluyendo a sus vecinos. Babilonia caería, Jerusalén sería salvada y las personas pronto regresarían a casa. Jeremías intentó contrarrestar esa falsa declaración con la verdadera palabra de Dios para ellos: ustedes estarán en el exilio en Babilonia por setenta años (Jer 29:10).[1]

Babilonia sería el único hogar de esta generación. Dios llamó al pueblo a trabajar esa tierra diligentemente: “edificad casas… plantad huertos y comed su fruto”. Los judíos debían salir adelante allí como el pueblo de Dios, aunque estuvieran en un lugar de castigo y penitencia para ellos. Además, el éxito de los judíos en Babilonia estaba ligado con el éxito de Babilonia. “Rogad al Señor por ella [la ciudad]; porque en su bienestar tendréis bienestar” (Jer 29:7). Este llamado a la responsabilidad civil dos mil seiscientos años atrás sigue siendo válido en la actualidad. Estamos llamados a trabajar para que prospere toda la comunidad, no solamente nuestros propios intereses. Igual que los judíos en la época de Jeremías, estamos lejos de ser perfectos. Incluso puede que estemos sufriendo por causa de nuestra propia falta de fidelidad y corrupción. Sin embargo, estamos llamados y somos provistos para ser una bendición para las comunidades en las que vivimos y trabajamos.

Dios llamó a Su pueblo a que usen sus múltiples habilidades laborales para servir a la comunidad circundante. “Y buscad el bienestar de la ciudad adonde os he desterrado” (Jer 29:7). Podría discutirse que este pasaje en realidad no prueba que Dios se interesa en los babilonios. Él simplemente sabe que como prisioneros allí, los israelitas no pueden prosperar a menos que sus captores también lo hagan. Pero como hemos visto, preocuparse por aquellos que no hacen parte del pueblo de Dios es un elemento inherente del pacto y aparece en la enseñanza anterior de Jeremías. Los constructores de casas, jardineros, campesinos y trabajadores de toda clase fueron llamados de forma explícita a trabajar por el bien de toda la sociedad en Jeremías 29. La provisión de Dios es tan grandiosa que incluso cuando las casas de Su pueblo son destruidas, las familias deportadas, las tierras confiscadas, los derechos vulnerados y la paz destruida, tendrán suficiente para que ellos mismos prosperen y para bendecir a otros. Esto será posible solamente si dependen de Dios; de ahí la exhortación a orar en Jeremías 29:7. A la luz de Jeremías 29, es difícil leer 1 de Corintios 12 al 14 y los otros pasajes sobre los dones en el Nuevo Testamento como algo que aplica solo para la iglesia o los cristianos. (Para una discusión acerca de este punto, ver “1 de Corintios” en el Comentario Bíblico de la Teología del Trabajo). Dios llama y capacita a Su pueblo para servir a todo el mundo.

Tenga en cuenta que este verso a menudo citado es sobre un pueblo en el exilio debido a su pecado; el futuro y la esperanza prometida no llegarán hasta que los setenta años de exilio hayan purgado a los sobrevivientes del pecado que los llevó allí. Es solo al final de los setenta años que la gente estará lista para buscar a Dios:  Me buscaréis y me encontraréis, cuando me busquéis de todo corazón. “Me dejaré hallar de vosotros” —declara el Señor— “y restauraré vuestro bienestar y os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde os expulsé” —declara el Señor— “y os traeré de nuevo al lugar de donde os envié al destierro” (29:13-14).

La presencia de Dios en todas partes (Jeremías 29)

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Esta no es una sorpresa, por supuesto, porque “Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella; el mundo y los que en él habitan” (Sal 24:1). La presencia de Dios no se encuentra solamente en Jerusalén o en Judá, sino incluso en la ciudad capital del enemigo. Podemos ser una bendición en cualquier lugar en donde estemos porque Dios está con nosotros en donde sea que estamos. Allí en el corazón de Babilonia, el pueblo de Dios estaba llamado a trabajar como si estuvieran en la presencia de Dios. Es difícil para nosotros hoy día entender lo impactante que esto sería para los exiliados, quienes hasta ese momento pensaban que Dios estaba presente completamente solo en el templo en Jerusalén. Ahora se les decía que debían vivir en la presencia de Dios sin el templo y lejos de Jerusalén.

El sentimiento del exilio es conocido por muchos cristianos que trabajan. Estamos acostumbrados a encontrar la presencia de Dios en la iglesia, entre Sus seguidores. Sin embargo en el trabajo, junto a creyentes y no creyentes, puede que no esperemos encontrar la presencia de Dios. Esto no significa que estas instituciones son necesariamente carentes de ética u hostiles para los cristianos, sino que simplemente entre sus planes no se incluye trabajar en la presencia de Dios. No obstante, Dios está presente, siempre buscando revelarse a aquellos que lo reconozcan allí. Al establecerse en la tierra: plantar jardines y comer lo que produzcan, trabajar y llevar a casa el salario. Dios está allí con usted.[1]

Incluso hoy en día muchos cristianos no pueden imaginar que Dios está cerca y lejos. Como seres humanos limitados al tiempo y al espacio, pensamos en Dios en términos de distancia con respecto a nosotros. Es difícil para muchos creer que Dios está realmente cerca.

Bendición para todos los pueblos (Jeremías 29)

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Aquí encontramos una noción ampliada del bien común. Orar por Babilonia porque el propósito de Israel es ser una bendición para toda la humanidad, no solo para sí mismo: “en ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Gn 12:3). En la derrota absoluta llega el tiempo en que son llamados a bendecir incluso a sus enemigos. Esta bendición incluía la prosperidad material, como lo aclara Jeremías 29:7. Qué irónico que en los capítulos 1 al 25, Dios privara a Judá de Su paz y prosperidad debido a la falta de fidelidad; pero en el capítulo 29, Dios quisiera bendecir a Babilonia con paz y prosperidad incluso ante la falta de fe de los babilonios en el Dios de Judá. ¿Por qué? Porque el objetivo verdadero de Israel era ser una bendición para todas las naciones.

De inmediato, esto pone en duda cualquier plan diseñado para el beneficio particular de los cristianos. Como parte de nuestro testimonio, los cristianos somos llamados a competir eficazmente en el mercado. No podemos dirigir negocios mediocres esperando que Dios nos bendiga al tiempo que rendimos por debajo de lo esperado. Los cristianos debemos competir con excelencia en igualdad de condiciones si vamos a bendecir al mundo. Cualquier organización comercial, relación privilegiada con proveedores, preferencia en la contratación, ventaja de impuestos o regulaciones u otro sistema diseñado para beneficiar solo a los cristianos no es una bendición para la ciudad. Durante las hambrunas en Irlanda a mediados del siglo XIX, muchas iglesias anglicanas proveían alimento solo para las personas que se convertían del catolicismo romano al protestantismo. La mala voluntad que esto produjo todavía retumba ciento cincuenta años después y este fue simplemente un acto de interés propio de una secta cristiana en contra de otra. Imagine el daño mucho mayor causado por los cristianos que discriminan a los no creyentes, lo cual llena las páginas de la historia desde la antigüedad hasta el día de hoy.

El trabajo de los cristianos en su fidelidad a Dios tiene el propósito de beneficiar a todos, comenzando con aquellos que no hacen parte del pueblo de Dios y extendiéndose a través de ellos al mismo pueblo de Dios. Este es tal vez el principio económico más profundo en Jeremías: que trabajar para el bien de otros es la única forma confiable de trabajar para nuestro propio bien. Los líderes exitosos de negocios entienden que el desarrollo de producto, el mercadeo, las ventas y la atención al cliente son efectivos cuando ponen primero al cliente. Aquí, seguramente, es una mejor práctica que ser reconocido por todos los trabajadores, sean o no seguidores de Cristo.

La restauración de la bondad del trabajo (Jeremías 30-33)

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Por veintitrés años, Jeremías profetizó la destrucción venidera de Jerusalén (a partir de los argumentos de Dios en contra de Judá en los capítulos del 2 al 28). [1] Luego, en los capítulos 30 al 33, el profeta mostró su anhelo por la restauración del reino de Dios. Él lo describió en términos del gozo del trabajo sin la corrupción del pecado:

De nuevo te edificaré, y serás reedificada, virgen de Israel; [2] de nuevo tomarás tus panderos, y saldrás a las danzas con los que se divierten. De nuevo plantarás viñas en los montes de Samaria; los plantadores las plantarán y las disfrutarán. Porque habrá un día en que clamarán los guardas en la región montañosa de Efraín: “Levantaos y subamos a Sion, al Señor nuestro Dios”.[3] (Jer. 31:4-6)

De nuevo se comprarán casas, campos y viñas en esta tierra. (Jer 32:15)

El contexto general de las profecías en Jeremías es el pecado, después el exilio y luego la restauración, como vemos aquí. Incluso la forma de llamarlo (“virgen de Israel”) es una declaración de renovación en comparación con Jeremías 2:23–25, 33 y 3:1–5. Aunque la restauración de Judá no estaba cerca todavía, [4] el profeta habló de la esperanza prometida a los exiliados en el 29:11. En el mundo restaurado, las personas seguirán trabajando; pero aunque en el pasado su trabajo producía inutilidad, luego disfrutarán del fruto. La vida del pueblo restaurado tendría los aspectos de trabajo, disfrute, agasajos y adoración, todos entrelazados en una. La imagen de plantar, cosechar, interpretar música, bailar y disfrutar la cosecha describe el placer de trabajar siendo fieles a Dios. Esta sigue siendo la visión cristiana del reino de Dios, cumplido parcialmente en el mundo actual y completado en la nueva creación descrita en Apocalipsis 21–22.

La fidelidad a Dios no es un tema secundario sino que es el corazón del deleite en el trabajo y sus frutos. El “nuevo pacto” descrito en Jeremías 31:31–34 y 32:37–41 repitió la importancia de la fidelidad.

He aquí, vienen días —declara el Señor— en que haré con la casa de Israel y con la casa de Judá un nuevo pacto, no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto, Mi pacto que ellos rompieron, aunque fui un esposo para ellos —declara el Señor; porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días —declara el Señor—. Pondré Mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y Yo seré su Dios y ellos serán Mi pueblo. Y no tendrán que enseñar más cada uno a su prójimo y cada cual a su hermano, diciendo: “Conoce al Señor”, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande. (Jer 31:31–34)

En un solo trazo vemos un mundo restaurado: el trabajo que el pueblo de Dios disfruta como siempre debió ser, con corazones fieles a la ley del Señor. El pueblo será restaurado a lo que siempre debió ser, trabajando para el bien común gracias a que experimentan la presencia de Dios en todos los aspectos de la vida. Robert Carroll comenta, “la comunidad reconstruida es aquella en la que el trabajo y la adoración están integrados”.[5] Aunque no esperemos que esta sea una realidad completa para nosotros ya que todavía estamos en un mundo de pecado, hoy día podemos ver algunos destellos de ese escenario.

The prophet attacked “the false pen of the scribes” (Jer. 8:8), the greed and deceit, saying “‘peace, peace’, when there is no peace” (Jer. 8:10-11). He noted that Judah’s gods were as many as Judah’s towns (Jer. 11:13). In 20:3-6, he prophesied the Babylonian exile after being beaten and put in stocks in Jerusalem; chapter 21 is a clear prophecy of coming destruction with one last chance to do justice and deliver the oppressed (Jer. 21:12). In chapter 25, the refrain is that “the work of their hands” is evil, and God will use evil people [Babylon] as a sword against evil people throughout the earth (showing the destruction of all evil nations). All the while Jeremiah begged people not to listen to lying prophecies (Jer. 27), Hananiah predicted that Babylon would return the exiles and all the loot within two years.

The naming here (“virgin Israel”) is a statement of renewal. Contrast it with Jer. 2:23-25, 33; 3:1-5, etc.

Or Jer. 32:15: “Houses and fields and vineyards shall again be bought in this land” (cp. Jer. 32:43-44, 33:12).

This oracle is tied to the cultic celebration and worship of God (Jer. 31:6), which at this point in the book is a vital issue because the people had been thrust out of the house of God and failed in their worship (cf. Jer. 11:15). For the false approach to worship, see esp. Jer. 7:1-15.  Jeremiah 31:4-6 is not intended as a catalog of good kinds of work, but it is worth noting that music-making and dancing are affirmed and honored.

Robert P. Carroll, Jeremiah: A Commentary [Jeremías: un comentario], Old Testament Library [Biblioteca del Antiguo Testamento] (Londres: SCM Press, 1986), 590.

La liberación de los esclavos (Jeremías 34)

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 Uno de los mandatos nuevos de Dios en Jeremías es la renuncia a la esclavitud (Jer 34:9). La ley de Moisés requería que se liberara a los esclavos hebreos después de seis años de servicio (Éx 21:2–4; Dt 15:12). Los adultos podían venderse a sí mismos y los padres podían vender a sus hijos en esclavitud por seis años. Después de eso debían ser liberados (Lv 25:39–46). En teoría, era un sistema más humano que la servidumbre o la esclavitud de la era moderna, pero los amos abusaron de él básicamente ignorando la exigencia de liberar a los esclavos al final del término o volviendo a tomar a los esclavos durante toda su vida por períodos de seis años consecutivos (Jer 34:16–17).

Jeremías 34:9 es significativo porque llamaba a una liberación inmediata de todos los esclavos hebreos sin tener en cuenta qué tanto tiempo habían trabajado como esclavos. Y aún más drásticamente, dispuso que “nadie retuviera a un judío, hermano suyo, en servidumbre... de modo que nadie los mantuviera más en servidumbre” (Jer 34:9–10). En otras palabras, fue la abolición de la esclavitud, al menos en cuanto a los judíos teniendo a otros judíos como esclavos. No es claro si esta debía ser una abolición permanente o si era una respuesta a las circunstancias extremas de la derrota militar y el exilio inminente. En cualquier caso, no se hizo cumplir por mucho tiempo y los amos pronto volvieron a tomar como esclavos a sus anteriores esclavos. Sin embargo, es un avance económico impresionante —o lo habría sido si se hubiera convertido en una medida permanente.

Desde el comienzo, Dios prohibió la esclavitud involuntaria y de por vida entre los judíos porque “fuiste esclavo en la tierra de Egipto, y que el Señor tu Dios te redimió” (Dt 15:15). Si Dios extendió Su brazo para liberar a un pueblo, ¿cómo podría soportar que fueran esclavos de nuevo, incluso de otros del mismo pueblo? Pero en Jeremías 34, Dios agregó un nuevo elemento: “proclamando libertad cada uno a su hermano y cada uno a su prójimo” (Jer 34:17). Es decir, la humanidad de los esclavos —a la que se refiere al llamarlos “hermano y prójimo”— exigía que fueran liberados. Ellos merecían ser libres porque eran —o debían haber sido— miembros amados de la comunidad. Esto iba más allá de la clasificación religiosa o racial, ya que personas de diferentes religiones y razas podían ser el prójimo de otros. No tenía nada que ver con ser descendientes de la nación en particular, Israel, la cual Dios liberó de Egipto. Los esclavos debían ser liberados simplemente porque eran humanos, igual que sus amos y las comunidades a su alrededor.

Este principio subyacente todavía aplica. Las millones de personas que siguen esclavizadas en el mundo necesitan con urgencia ser liberados, simplemente porque son seres humanos. Además, todos los trabajadores —no solo aquellos que están atados al trabajo en esclavitud— deberían ser tratados como “hermanos y prójimo”. Este principio aplica tan fuertemente contra las condiciones laborales inhumanas, la violación de los derechos civiles de los trabajadores, la discriminación injusta, el acoso sexual y una multitud de males menores tanto como aplica en contra de la esclavitud misma. Cualquier situación a la que no someteríamos a nuestro prójimo, cualquier cosa que no toleraríamos que les ocurriera a nuestros hermanos, no debemos tolerarla en nuestras compañías, organizaciones, comunidades o sociedades. En la medida en que los cristianos le podamos dar forma al ambiente en nuestros lugares de trabajo, estamos bajo el mismo mandato que el pueblo de Judá en la época de Jeremías.

Adoptar una posición firme en el trabajo (Jeremías 38)

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La mayor parte de lo que queda del libro describe las pruebas de Jeremías como profeta (capítulos 35–45), sus presagios en contra de las naciones (capítulos 46–51) y el relato de la caída de Jerusalén (capítulo 52). La historia de Ebed-melec es un pasaje que se destaca respecto al trabajo. La narrativa es simple: Jeremías le predicó al pueblo mientras Jerusalén era sitiado por el ejército de Babilonia. Su mensaje fue que la ciudad caería y que cualquiera que saliera y se rindiera ante los babilonios viviría, pero los oficiales de Judá no lo tomaron como una charla motivacional. Con el permiso del rey, pusieron a Jeremías en una cisterna en donde, supuestamente, debía morir de hambre durante el sitio de Babilonia o ahogado durante la próxima lluvia (Jer 38:1–6).

Entonces sucedió algo sorprendente. Un inmigrante llamado Ebed-melec que era siervo en el palacio real, escuchó que habían puesto a Jeremías en la cisterna. Mientras el rey estaba sentado a la puerta de Benjamín, Ebed-melec salió del palacio y le dijo, “Oh rey, mi señor, estos hombres han obrado mal en todo lo que han hecho al profeta Jeremías echándolo en la cisterna; morirá donde está a causa del hambre, porque no hay más pan en la ciudad. Entonces el rey ordenó al etíope Ebed-melec, diciendo: Toma bajo tu mando tres hombres de aquí, y saca al profeta Jeremías de la cisterna antes que muera” (Jer 38:7–10).

Es muy probable que el cambio de decisión del rey demostrara una simple indiferencia en la cuestión (aunque Dios puede usar tanto la indiferencia como la actividad de un rey). Es el esclavo gentil sin nombre (Ebed-melec simplemente significa “esclavo del rey”) quien se destaca como fiel.[1] Aunque su condición de inmigrante y la diferencia racial lo convertía en un trabajador vulnerable, su fidelidad a Dios lo llevó a denunciar la injusticia en su lugar de trabajo. Como resultado, se salvó una vida. Un engranaje anónimo en el torno hizo una diferencia de vida o muerte.

La acción de Ebed-melec a favor del profeta ilustró el mensaje de Jeremías de que la fidelidad a Dios sobrepasa todas las demás consideraciones en el lugar de trabajo. Ebed-melec no sabía con anticipación si el rey actuaría de forma justa o si salirse de la cadena jerárquica sería un movimiento que limitara su carrera (o un movimiento que acabara con su vida, dado lo que le pasó a Jeremías). Parece que él confió en que Dios proveería, sin importar la respuesta del rey. Así que Ebed-melec fue alabado por Dios. “‘Ciertamente te libraré… porque confiaste en Mí’ —declara el Señor” (Jer 39:18).

“Ebed-melec es un hombre de carácter inusual en un libro lleno de personajes malvados y mal comportamiento. Es irónico que el hombre que se nos dice que confió en Dios no sea israelita, sino etíope”. Tom Parker, “Ebed-Melech as Exemplar” [Ebed-melec como un ejemplo a seguir], en Uprooting and Planting: Essays on Jeremiah for Leslie Allen [El desarraigo y la siembra: ensayos sobre Jeremías para Leslie Allen], ed. John Goldingay (Nueva York: T&T Clark, 2007), 258.

Jeremías el poeta en el trabajo: Lamentaciones

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Aunque no existe dentro de la Biblia misma una prueba de que el libro de Lamentaciones haya sido escrito por Jeremías, la tradición rabínica, los temas paralelos en Jeremías y Lamentaciones y el carácter de testigo presencial de los lamentos apuntan a Jeremías como el autor más probable de estos cinco poemas de aflicción.[1] Judá y su capital, Jerusalén, han sido totalmente destruidas. Después de un sitio de dos años, los babilonios han tomado la ciudad, derribado sus murallas, saqueado y destruido el templo de Dios y se han llevado a los habitantes sanos al exilio en Babilonia.

Jeremías se encuentra entre los pocos sobrevivientes que se quedan en la tierra, viviendo entre los que se habían aferrado a la vida durante la hambruna y habían visto a niños hambrientos morir, mientras los falsos profetas seguían engañando al pueblo acerca de los propósitos de Dios. El libro de Lamentaciones captura la desolación de la ciudad y el desespero del pueblo, al tiempo que resalta la causa de esta desolación.

Aquí vemos trabajando al poeta. En cinco poemas estrechamente estructurados, él usa imágenes poderosas de la masacre en la ciudad, mientras Dios permite el castigo de Su pueblo por sus atroces pecados. Pero a pesar de la profundidad emocional de su lamento, el artista captura la devastación en una forma poética controlada. Este es un arte al servicio de la liberación emocional. Aunque no es común que una discusión acerca del “trabajo” incluya el trabajo de los artistas, estos poemas nos obligan a reconocer el poder del arte para encapsular los altos y bajos de la experiencia humana.

El artista agrega una nota de esperanza en medio del desespero, arraigando el futuro en la bondad de Dios:

Esto traigo a mi corazón, por esto tengo esperanza: Que las misericordias del Señor jamás terminan, pues nunca fallan Sus bondades; son nuevas cada mañana; ¡grande es Tu fidelidad! El Señor es mi porción —dice mi alma— por eso en Él espero. Bueno es el Señor para los que en Él esperan, para el alma que le busca. (Lam 3:21–25)

Porque no rechaza para siempre el Señor, antes bien, si aflige, también se compadecerá según Su gran misericordia. Porque Él no castiga por gusto, ni aflige a los hijos de los hombres. (Lam 3:31–33)

¿Por qué ha de quejarse el ser viviente? ¡Sea valiente frente a sus pecados! Examinemos nuestros caminos y escudriñémoslos, y volvamos al Señor; alcemos nuestro corazón en nuestras manos hacia Dios en los cielos. (Lam 3:39–41)

En la destrucción de Jerusalén, los inocentes sufrieron junto con los culpables. Los niños pasaron hambre y los profetas fieles como Jeremías soportaron la misma miseria que se les impuso a aquellos cuyos pecados trajeron la destrucción de la ciudad. Esta es la realidad de la vida en un mundo caído. Cuando las corporaciones colapsan bajo el peso de malas decisiones, culpa grave o prácticas ilegales, las personas inocentes pierden su trabajo y sus pensiones junto con aquellos que causaron el desastre. Al mismo tiempo, las injusticias en esta vida no son eternas para los cristianos en el lugar de trabajo. Dios reina y Su compasión nunca falla (Sal 136). No es fácil aferrarse a esa realidad divina en medio de los sistemas pecadores y líderes sin principios, pero Lamentaciones nos dice que “no rechaza para siempre el Señor”. Caminamos por fe en el Dios viviente cuya fidelidad para nosotros nunca fallará.

La construcción de estos cinco poemas de lamento es compleja. La poesía hebrea depende estructuralmente del metro y el paralelismo, no de la rima. Note que cada uno de los capítulos 1, 2, 4 y 5 tiene 22 versículos y todos menos el capítulo 5, son acrósticos: versos que comienzan en orden con las 22 letras del alfabeto hebreo. El capítulo 3 es una clase de acróstico triple con 66 versículos en vez de 22 (así que los versículos 1, 2 y 3 comienzan con alef, los versículos 4, 5 y 6 comienzan con bet, etc.).