El tiempo (Eclesiastés 3:1-4:6)
Si el trabajo no tiene un propósito único e inalterable, tal vez tiene una gran cantidad de propósitos, cada uno de ellos significativos en su propio tiempo. El Predicador analiza esto en el famoso capítulo que comienza con, “Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo” (Ec 3:1). La clave es que toda actividad es regida por el tiempo. El trabajo que es totalmente incorrecto en un momento puede ser correcto y necesario en otro. En un momento, es correcto estar de luto y es incorrecto bailar, y en otro momento lo apropiado es lo opuesto.
Ninguna de estas actividades o condiciones es permanente. No somos ángeles en la dicha eterna, sino que somos criaturas de este mundo que atraviesan cambios y diferentes temporadas. Esta es otra dura lección. Nos engañamos acerca de la naturaleza fundamental de la vida si pensamos que nuestro trabajo puede dar lugar a la paz, prosperidad o felicidad permanentes. Algún día, todo lo que hemos construido será echado abajo (Ec 3:3). El Predicador no ve ninguna señal de que nuestro trabajo tenga algún valor eterno “bajo el sol” (Ec 4:1). Nuestra condición es doblemente difícil ya que somos criaturas temporales, pero a diferencia de los animales, Dios “ha puesto la eternidad” en nuestras mentes (Ec 3:11). Por tanto, el Predicador anhela lo que tiene valor permanente, aunque no lo puede encontrar.
Por otra parte, incluso el bien oportuno que las personas tratan de hacer puede verse impedido por la opresión. “En mano de sus opresores estaba el poder, sin que tuvieran consolador” (Ec 4:1). La peor opresión de todas es la que causa el gobierno. “Aun he visto más bajo el sol: que en el lugar del derecho, está la impiedad, y en el lugar de la justicia, está la iniquidad” (Ec 3:16). No obstante, las personas vulnerables no son mejores necesariamente. Una respuesta común al sentimiento de indefensión es la envidia. Envidiamos a los que tienen el poder, la riqueza, el estatus, las relaciones, las posesiones u otras cosas que nos faltan. El Predicador reconoce que la envidia es tan mala como la opresión. “También he podido ver que todo el que se afana y tiene éxito en lo que hace despierta la envidia de su prójimo. ¡Y esto también es vanidad y aflicción de espíritu!” (Ec 4:4). El deseo de alcanzar éxito, placer, sabiduría o riqueza, ya sea por opresión o por envidia, es una absoluta pérdida de tiempo. Pero, ¿quién no ha caído alguna vez en ambas necedades?
El Predicador no se desespera, porque el tiempo es un regalo de Dios mismo. “Él ha hecho todo apropiado a Su tiempo” (Ec 3:11a). Es correcto llorar en el funeral de una persona que amamos, y es bueno alegrarse con el nacimiento de un bebé. No deberíamos negarnos los placeres justos que pueda traer nuestro trabajo. “No hay nada mejor para ellos que regocijarse y hacer el bien en su vida; además, que todo hombre que coma y beba y vea lo bueno en todo su trabajo” (Ec 3:12-13).
Estas lecciones de vida aplican para el trabajo en particular. “Y he visto que no hay nada mejor para el hombre que gozarse en sus obras, porque esa es su suerte” (Ec 3:22a). El trabajo está bajo maldición, pero en sí mismo el trabajo no es una maldición. Incluso la visión limitada que tenemos del futuro es una clase de bendición, ya que nos alivia la carga de tratar de predecir todos los posibles finales. “¿Quién le hará ver lo que ha de suceder después de él?” (Ec 3:22b). Si nuestro trabajo satisface las necesidades de los tiempos que podemos vislumbrar, entonces es un regalo de Dios.
En este punto, vemos dos destellos del carácter de Dios. Primero, Dios es maravilloso, eterno, omnisciente, “para que delante de Él teman los hombres” (Ec 3:14). Aunque nosotros estamos limitados por las condiciones de vida bajo el sol, Dios no lo está. Hay más de Dios de lo que creemos. La trascendencia de Dios —para darle un nombre teológico— aparece de nuevo en Eclesiastés 7:13-14 y 8:12-13.
El segundo destello nos muestra que Dios es un Dios de justicia. “Dios busca lo que ha pasado” (Ec 3:15) y “al justo como al impío juzgará Dios” (Ec 3:17). Esta idea se repite más adelante en Eclesiastés 8:13, 11:9 y 12:14. Tal vez no veamos la justicia de Dios en la aparente injusticia de la vida, pero el Predicador nos asegura que eso pasará.
Como hemos mencionado, Eclesiastés es una exploración realista de la vida en el mundo caído. El trabajo es duro, pero incluso en medio de la dificultad, nuestro destino es encontrar placer en nuestro trabajo y disfrutarlo. Esta no es una respuesta a los dilemas de la vida, sino una señal de que Dios está en el mundo, incluso si no vemos con claridad lo que eso representa para nosotros. A pesar de lo esperanzador de esta idea, el estudio del tiempo termina con una doble repetición de “correr tras el viento”, una vez en Eclesiastés 4:4 (como discutimos anteriormente) y de nuevo en el 4:6.