Israel en el Mar Rojo y camino al Sinaí (Éxodo 13:17-18:27)
La manifestación principal del trabajo de Dios se materializó de una forma espectacular cuando Dios guio a Su pueblo a través del Mar Rojo, al liberarlos de la cautividad tiránica de Egipto. El mismo Dios que había separado las aguas del caos y creado la tierra seca, el que cuidó a la familia de Noé en el diluvio y los llevó a tierra seca, se encargó de “dividir” las aguas del Mar Rojo y guio a Israel a que cruzaran por “tierra seca” (Éx 14:21-22). La historia de la creación y redención de Dios continúa con el viaje de Israel desde Egipto hasta el Sinaí. Aunque Moisés, Aarón y otros personajes trabajan arduamente, Dios es el verdadero trabajador.
La labor de justicia entre el pueblo de Israel (Éxodo 18:1-27)
Regresar al Índice Regresar al ÍndiceDurante el viaje de Egipto al Sinaí, Moisés se volvió a encontrar con su suegro Jetro. Él era un desconocido para los israelitas, pero le dio el consejo que tanto necesitaba Moisés respecto a la justicia en la comunidad. El trabajo de Dios de redención para Su pueblo se extendió al trabajo de justicia entre Su pueblo. Israel ya había experimentado el trato injusto a manos de los egipcios. Afuera y por su cuenta, ellos buscaron correctamente las respuestas de Dios para sus propios conflictos. Walter Brueggemann ha advertido que la fe bíblica no se trata solamente de contar la historia de lo que Dios ha hecho; también se trata “del trabajo duro y constante de alimentar y practicar la pasión diaria de la sanación y la restauración, y el rechazo diario de las ganancias deshonestas”.[1]
Algo que aprendimos al comienzo sobre Moisés es que tenía el deseo de mediar entre las personas involucradas en disputas. Inicialmente, cuando Moisés trató de intervenir, lo reprocharon diciendo, “¿Quién te ha puesto de príncipe o de juez sobre nosotros?” (Éx 2:14). Pero en este episodio vemos todo lo contrario. Moisés es tan solicitado por ser el gobernador y el juez, que una multitud de personas que necesitan escuchar sus decisiones se reúnen a su alrededor “desde la mañana hasta el atardecer” (Éx 18:14; ver también Dt 1:9-18). Aparentemente, el trabajo de Moisés tiene dos aspectos. El primero era brindar soluciones legales para las personas que tenían pleitos. El segundo era enseñar los estatutos y las instrucciones de Dios a aquellos que buscaban una guía moral y religiosa.[2] Jetro notó que Moisés era el único encargado de este noble trabajo y consideró que el procedimiento era insostenible. “No está bien lo que haces” (Éx 18:17). Además, esto era perjudicial para Moisés e insatisfactorio para las personas que estaba tratando de ayudar. La solución de Jetro fue dejar que Moisés siguiera haciendo lo que solamente él estaba calificado para hacer como representante de Dios: interceder con Dios por el pueblo, enseñarles y tomar las decisiones en los casos difíciles. Todos los demás casos se debían delegar a jueces subordinados, quienes trabajaban en un sistema de administración judicial de cuatro niveles.
Las aptitudes de estos jueces son la clave de la sabiduría del plan, ya que no se seleccionaban de acuerdo con las divisiones tribales del pueblo o su madurez religiosa, sino que debían reunir cuatro requisitos especiales (Éx 18:21). Primero, debían ser capaces. La expresión hebrea “hombres de hayil” implica habilidad, liderazgo, administración, recursividad y respeto.[3] Segundo, debían ser “temerosos de Dios”. Tercero, debían ser “veraces”. Ya que la verdad es tanto un concepto abstracto como una forma de actuar, estas personas debían tener un historial público de poseer un carácter y conducta honesta. Finalmente, debían aborrecer las ganancias deshonestas. Debían saber cómo y por qué ocurre la corrupción, detestar la práctica del soborno y toda clase de subversión, y proteger el proceso judicial de estos males de forma activa.
La delegación es esencial en el trabajo del liderazgo. Aunque Moisés era el único que tenía la capacidad de ser profeta, gobernador y juez, él no tenía capacidades infinitas. Cualquiera que se imagine que solamente él o ella es capaz de hacer bien el trabajo de Dios, ha olvidado lo que significa ser humano. Por lo tanto, la capacidad de liderazgo es en última instancia la habilidad de delegar la autoridad a otros apropiadamente. Así como Moisés, el líder debe discernir los requisitos necesarios, capacitar a aquellos que van a ejercer la autoridad y desarrollar maneras en las que ellos puedan rendir cuentas. El líder también debe rendirle cuentas a alguien. En este caso, Moisés lo hizo con Jetro, y el pasaje es extraordinariamente franco al mostrar cómo, incluso el más grande de todos los profetas del Antiguo Testamento, tuvo que ser confrontado por alguien para que rindiera cuentas de sus actos. El liderazgo sabio, firme y compasivo es un regalo de Dios que todas las comunidades humanas necesitan. Sin embargo, Éxodo nos muestra que no se trata principalmente de que un líder capacitado asuma la autoridad sobre las personas, sino que se trata del proceso de Dios para que una comunidad desarrolle estructuras de liderazgo en las que las personas capacitadas puedan tener éxito. La delegación es la única forma de incrementar la capacidad de una institución o comunidad y también es la forma de desarrollar futuros líderes.
El hecho de que Moisés aceptara este consejo tan pronto y al pie de la letra puede ser una evidencia de su desesperación. Pero en una escala más amplia, también podemos ver que Moisés (el hebreo y heredero de las promesas de Abraham) estaba totalmente dispuesto a escuchar la sabiduría de Dios por medio de un sacerdote de Madián. Esta observación puede animar a los cristianos a recibir y respetar los comentarios de una amplia gama de tradiciones y religiones, principalmente en temas de trabajo. Hacer esto no representa necesariamente una marca de deslealtad a Cristo, no expone una falta de confianza en nuestra propia fe y tampoco es una concesión indebida al pluralismo religioso. Por el contrario, citar con demasiada frecuencia la sabiduría bíblica incluso podría representar un testimonio deficiente, ya que al hacerlo, los demás podrían percibir que somos cerrados y posiblemente inseguros. Los cristianos hacemos lo correcto al discernir detalladamente el consejo que tomamos, ya sea que venga de adentro o de afuera, pero en el análisis final, estamos seguros de que “toda verdad es la verdad de Dios”.[4]
Walter Brueggemann, “The Book of Exodus” [El libro de Éxodo] en vol. 1, The New Interpreter’s Bible: Genesis to Leviticus [La biblia del nuevo intérprete: de Génesis a Levítico] (Nashville: Abingdon Press, 1994), 829.
Umberto Moshe David Cassuto, A Commentary on the Book of Exodus [Comentario sobre el libro de Éxodo] (Skokie, IL: Varda Books, 2005), 219.
Para más información acerca de la palabra hayil, consulte Bruce Waltke y Alice Matthews, Proverbs and Work [Proverbios y el trabajo], Proverbios 31:10-31, comenzando con la sección “The Valiant Woman” [La mujer valiente] en www.theologyofwork.org.
Arthur Holmes, All Truth is God’s Truth [Toda verdad es la verdad de Dios] (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1983).