“Honra a tu padre y a tu madre” (Éxodo 20:12)
Hay muchas maneras de honrar (o deshonrar) a padre y madre. En el tiempo de Jesús, los fariseos querían restringirlo a hablar bien de los padres, pero Jesús señaló que obedecer este mandamiento requiere trabajar para proveer para los padres (Mr 7:9-13). Honramos a otros cuando trabajamos para su bien.
Para muchas personas, las buenas relaciones con los padres son una de las alegrías de la vida; servirlos amorosamente es un deleite y obedecer esto es fácil. Pero este mandamiento nos pone a prueba cuando nos resulta difícil trabajar para el beneficio de nuestros padres. Tal vez no hayamos recibido el mejor trato o cuidado de parte de ellos. Puede que sean controladores o entrometidos. Es posible que estar cerca de ellos perjudique nuestra auto-imagen, nuestro compromiso con nuestros cónyuges (incluyendo las responsabilidades bajo el tercer mandamiento), e incluso nuestra relación con Dios. Aunque tengamos una buena relación con nuestros padres, puede que en algún momento cuidarlos sea una gran carga, simplemente por causa del tiempo y del trabajo que requiere. Si la edad o la demencia les roba la memoria, sus capacidades y su naturaleza bondadosa, cuidarlos se puede convertir en una aflicción profunda.
Con todo, el quinto mandamiento viene con una promesa, “para que tus días sean prolongados en la tierra que el Señor tu Dios te da” (Éx 20:12). De alguna manera, honrar a padre y madre en estas formas concretas tiene el beneficio práctico de darnos una vida más larga (tal vez en el sentido de que es más gratificante) en el reino de Dios. No se nos explica cómo va a ocurrir esto, pero se nos dice que debemos esperar que suceda, y para eso debemos confiar en Dios (ver el primer mandamiento).
Ya que esta es una instrucción de trabajar por el beneficio de los padres, es un mandato que de forma inherente se relaciona con el lugar de trabajo. Puede que allí sea donde ganamos dinero para sustentarlos o puede ser el lugar en el que les ayudamos en las tareas diarias. Los dos son trabajo. Cuando tomamos un empleo porque nos permite vivir cerca de ellos, enviarles dinero, hacer uso de los valores y talentos que desarrollaron en nosotros o lograr cosas que nos enseñaron que son importantes, los estamos honrando. Cuando limitamos nuestra carrera para poder estar con ellos, ayudarles a limpiar y cocinar, darles un baño y abrazarlos, llevarlos a los lugares que les gustan, o disminuir sus miedos, los estamos honrando.
También debemos reconocer que en muchas culturas, el trabajo que las personas realizan fue impuesto por sus padres y por las necesidades familiares, en vez de ser su propia decisión o preferencia. Algunas veces, esto representa un gran conflicto para los cristianos que encuentran que los requerimientos del primer mandamiento (seguir el llamado de Dios) y el quinto compiten uno contra el otro. Ellos se ven forzados a tomar decisiones difíciles que los padres no comprenden. Incluso Jesús experimentó tal malentendido con sus padres cuando María y José no entendieron por qué se había quedado en el templo mientras su familia había partido hacia Jerusalén (Lc 2:49).
En nuestro lugar de trabajo podemos ayudarle a otras personas a cumplir el quinto mandamiento y podemos obedecerlo nosotros mismos. Podemos recordar que tanto empleados, como clientes, compañeros de trabajo, jefes, proveedores y los demás también tienen familias, y entonces podemos adecuar nuestras expectativas para apoyarlos en su labor de honrar a sus familias. Cuando otros hablan o se quejan de sus luchas con sus padres, podemos escucharlos con compasión, apoyarlos de forma práctica (por ejemplo, ofreciéndonos a tomar un turno para que puedan estar con sus padres), tal vez ofrecer una perspectiva piadosa para que ellos la consideren, o simplemente reflejar la gracia de Cristo para aquellos que sienten que están fallando en sus relaciones de padres e hijos.