“No te harás ídolo” (Éxodo 20:4)
El segundo mandamiento plantea el tema de la idolatría. Los ídolos son dioses que creamos nosotros mismos, dioses que no tienen nada que no hayamos originado nosotros, dioses que sentimos que controlamos. En tiempos antiguos, la idolatría se evidenciaba en la adoración de objetos físicos, pero el problema realmente radica en la confianza y la devoción. ¿En qué basamos principalmente nuestra esperanza de bienestar y éxito? Cualquier cosa que no sea capaz de hacer efectiva nuestra esperanza —quiere decir, nadie aparte de Dios— es un ídolo, sea o no un objeto físico. La historia de una familia que forja un ídolo con la intención de manipular a Dios y las desastrosas consecuencias personales, sociales y económicas que esto causó, se relatan de forma memorable en Jueces 17 al 21.
En el mundo del trabajo, es común y correcto señalar que el dinero, la fama y el poder son ídolos potenciales. Estos como tal no representan ídolos, y de hecho pueden ser necesarios para que desempeñemos nuestros roles en el trabajo creativo y redentor de Dios en el mundo. Aun así, cuando nos imaginamos que tenemos el control absoluto sobre estos, o que al lograrlos garantizamos nuestra seguridad y prosperidad, hemos comenzado a caer en idolatría. Lo mismo puede ocurrir con casi todos los demás elementos del éxito, incluyendo la preparación, el trabajo duro, la creatividad, el riesgo, la riqueza y otros recursos, y las circunstancias favorables. Como trabajadores, debemos reconocer la importancia de estos aspectos; como hijos de Dios, debemos reconocer cuándo comenzamos a idolatrarlos. Por la gracia de Dios podemos vencer la tentación de adorar estos elementos que son buenos por sí mismos. El desarrollo de la sabiduría y la habilidad genuinamente piadosas en cualquier tarea es “para que tu confianza esté en el Señor” (Pro 22:19; énfasis agregado).
El elemento característico de la idolatría es que un ídolo por naturaleza es creado por un ser humano. En el trabajo, un peligro de la idolatría surge cuando pensamos que nuestro poder, conocimiento y opiniones son la verdad absoluta. Cuando dejamos de evaluarnos a nosotros mismos con los estándares que establecemos para otros, dejamos de escuchar las ideas de los demás o buscamos doblegar a aquellos que están en desacuerdo con nosotros, ¿no nos estamos comenzando a convertir en ídolos?