La adoración y el trabajo (Isaías 1)
Isaías comienza haciendo énfasis en que los rituales religiosos son repugnantes para Dios cuando van acompañados de una vida de pecado:
¿Qué es para Mí la abundancia de vuestros sacrificios? —dice el Señor. Harto estoy de holocaustos de carneros, y de sebo de ganado cebado; y la sangre de novillos, corderos y machos cabríos no me complace… ¿quién demanda esto de vosotros, de que pisoteéis Mis atrios? No traigáis más vuestras vanas ofrendas, el incienso me es abominación… esconderé Mis ojos de vosotros; sí, aunque multipliquéis las oraciones, no escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre. Lavaos, limpiaos, quitad la maldad de vuestras obras de delante de Mis ojos; cesad de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad la justicia, reprended al opresor, defended al huérfano, abogad por la viuda. (Is 1:11–17)
Más adelante, él repite el reclamo de Dios: “Este pueblo se me acerca con sus palabras y me honra con sus labios, pero aleja de Mí su corazón, y su veneración hacia Mí es sólo una tradición aprendida de memoria” (Is 29:13). La catástrofe que viene sobre la nación es un resultado directo de su decisión de oprimir a los trabajadores y no proveer para los que tienen necesidades económicas.
Declara a Mi pueblo su transgresión y a la casa de Jacob sus pecados. Con todo me buscan día tras día y se deleitan en conocer Mis caminos, como nación que hubiera hecho justicia, y no hubiera abandonado la ley de su Dios. Me piden juicios justos, se deleitan en la cercanía de Dios. Dicen: “¿Por qué hemos ayunado, y Tú no lo ves? ¿Por qué nos hemos humillado, y Tú no haces caso?” He aquí, en el día de vuestro ayuno buscáis vuestra conveniencia y oprimís a todos vuestros trabajadores. He aquí, ayunáis para contiendas y riñas, y para herir con un puño malvado…
¿No es éste el ayuno que yo escogí: desatar las ligaduras de impiedad, soltar las coyundas del yugo, dejar ir libres a los oprimidos, y romper todo yugo? ¿No es para que partas tu pan con el hambriento, y recibas en casa a los pobres sin hogar; para que cuando veas al desnudo lo cubras, y no te escondas de tu semejante? Entonces tu luz despuntará como la aurora, y tu recuperación brotará con rapidez; delante de ti irá tu justicia; y la gloria del Señor será tu retaguardia. (Is 58:1b–4, 6–8)
En nuestro mundo actual, en el que por lo general nuestro trabajo diario parece desligado de nuestra adoración del fin de semana, Dios dice, “Si ustedes conocen Mi ley y me aman, no van a maltratar a sus trabajadores”. Isaías sabía por experiencia propia que una visión genuina de Dios cambia nuestra vida, incluyendo cómo vivimos como cristianos en el lugar de trabajo
¿Cómo sucede esto? Una y otra vez, Isaías nos da una visión de Dios, alto y enaltecido por encima de todos los dioses:
- “Al Señor de los ejércitos es a quien debéis tener por santo. Sea Él vuestro temor, y sea Él vuestro terror. Él vendrá a ser santuario” (Is 8:13–14).
- El poder incomparable de Dios es mitigado por la compasión por Su pueblo: “¿Por qué dices, Jacob, y afirmas, Israel: Escondido está mi camino del Señor, y mi derecho pasa inadvertido a mi Dios? ¿Acaso no lo sabes? ¿Es que no lo has oído? El Dios eterno, el Señor, el creador de los confines de la tierra no se fatiga ni se cansa. Su entendimiento es inescrutable. Él da fuerzas al fatigado, y al que no tiene fuerzas aumenta el vigor” (Is 40:27–29).
- “Aun desde la eternidad, Yo soy, y no hay quien libre de Mi mano; Yo actúo, ¿y quién lo revocará?” (Is 43:13).
- “Yo soy el primero y Yo soy el último, y fuera de Mí no hay Dios. “¿Y quién como Yo? Que lo proclame y lo declare. Sí, que en orden lo relate ante Mí, desde que establecí la antigua nación. Que les anuncien las cosas venideras y lo que va a acontecer” (Is 44:6–7).
- “Oyeme, Jacob... Yo soy, Yo soy el primero y también soy el último. Ciertamente Mi mano fundó la tierra, y Mi diestra extendió los cielos” (Is 48:12–13).
Tal vez el poder de Dios nos hace temblar, pero Su compasión por nosotros nos atrae hacia Él. En respuesta, le adoramos, viviendo en todo momento a la luz de Su deseo de que reflejemos Su interés por la justicia y la rectitud. Nuestro trabajo y nuestra adoración están ligados por nuestra perspectiva del Santo. Nuestro entendimiento de quién es Dios cambiará la forma en la que trabajamos, la forma en la que nos desempeñamos y la forma en la que vemos y tratamos a las personas que podrían beneficiarse de nuestro trabajo.
La conexión integral entre nuestro trabajo y la aplicación práctica de nuestra adoración también se ve en las historias de dos reyes a quienes el profeta llamó a confiar en Dios en el trabajo. Acaz y Ezequías tenían responsabilidades de liderazgo en Judá como monarcas. Ambos enfrentaron enemigos aterradores que estaban empeñados en la destrucción de su nación y la ciudad de Jerusalén. Los dos tuvieron la oportunidad de creer la palabra de Dios a través del profeta Isaías, que Dios no permitiría que la nación cayera ante el enemigo. De hecho, la palabra de Dios para Acaz fue que lo que el rey aterrado más temía no sucedería, pero “Si no creéis, de cierto no permaneceréis” (Is 7:9). Acaz se rehusó a confiar en que Dios los salvaría y en cambio, recurrió a una alianza imprudente con Asiria.
Una generación después, Ezequías enfrentó un enemigo aún más temible, e Isaías le aseguró que Dios no permitiría que la ciudad cayera ante los ejércitos de Senaquerib. Ezequías decidió creer en Dios y “salió el ángel del Señor e hirió a ciento ochenta y cinco mil en el campamento de los asirios; cuando los demás se levantaron por la mañana, he aquí, todos eran cadáveres. Entonces Senaquerib, rey de Asiria, partió y regresó a su tierra, y habitó en Nínive” (Is 37:36–37).
En estas dos historias, Isaías enfatiza para nosotros el contraste entre la fe en Dios (la base de nuestra adoración) y el temor causado por aquellos que nos amenazan. El trabajo es un lugar en donde enfrentamos la decisión entre la fe y el temor. ¿Dónde está nuestro Señor cuando estamos en el trabajo? Él es Emmanuel, “Dios con nosotros” (Is 7:14) incluso en el trabajo. Lo que creemos acerca del carácter de Dios determinará si vamos a “permanecer firmes en fe” o si nos vencerá el temor a los que tienen el poder para perjudicarnos.