El orgullo, la arrogancia y la autosuficiencia (Isaías 2)
En los escritos de Isaías, el orgullo, la arrogancia y la autosuficiencia están particularmente relacionados con la negación de la autoridad y la majestad de Dios en todos los campos. Reemplazamos la excepcionalidad de Dios por la confianza en el ingenio humano o en dioses extranjeros. Isaías abordó este problema directamente en las primeras partes del libro: “La mirada altiva del hombre será abatida, y humillada la soberbia de los hombres; el Señor solo será exaltado en aquel día” (Is 2:11).
El orgullo de la nación se expone en tres aspectos: su riqueza, su poderío militar y su idolatría. La combinación de estos tres factores crea una triada destructiva perjudicial que aleja al pueblo de la dependencia humilde en Dios. En vez de eso, ellos dependen del trabajo de sus manos —ídolos así como la riqueza y el poderío militar.
Isaías describe su riqueza en plata y oro: “no tienen fin sus tesoros” (Is 2:7). Además, hace la misma afirmación acerca de su destreza militar y los ídolos: pareciera que no hay límites para el pueblo. El profeta se burla de los ídolos, que son creados por las personas y luego adorados como dioses (Is 44:10–20). Dios aborrece el orgullo humano y la autosuficiencia. La riqueza acumulada o la búsqueda de riqueza que hace que la majestad de Dios quede al margen de nuestra vida diaria es una ofensa para el Señor: “Dejad de considerar al hombre, cuyo soplo de vida está en su nariz; pues ¿en qué ha de ser él estimado?” (Is 2:22). En el capítulo 39, el rey Ezequías queda bajo el juicio de Dios porque decidió presumir el tesoro del templo ante los emisarios de la lejana Babilonia. En vez de tratar de impresionar a un adversario con la riqueza del reino, el rey debió haberse humillado delante de Dios.