Jeremías y su contexto
Muchos de nosotros consideramos que nuestro lugar de trabajo es problemático, al menos algunas veces. Uno de los aspectos llamativos del libro de Jeremías es que la situación del profeta era extremadamente difícil. Su lugar de trabajo (entre las élites que gobernaban Judá) era corrupto y hostil para el trabajo de Dios. Jeremías estaba en peligro constantemente, pero pudo ver la presencia del Señor en las situaciones más difíciles. Su perseverancia nos recuerda que es posible aprender a experimentar la presencia de Dios en los lugares de trabajo más problemáticos.
Jeremías creció en un pequeño pueblo llamado Anatot, tres millas al noreste de Jerusalén, la capital de Judá. Aunque estaban cerca geográficamente, las dos comunidades eran muy diferentes en los aspectos cultural y político. Jeremías nació en la línea sacerdotal de Abiatar pero no tuvo gran prestigio entre los sacerdotes en Jerusalén. Siglos antes, Salomón le había quitado la autoridad a Abiatar (1R 1:28–2:26) y lo reemplazó con la línea sacerdotal de Sadoc en Jerusalén.
Cuando Dios lo llamó a ser profeta en Jerusalén, Jeremías se encontraba en medio de sacerdotes que no aceptaban su sacerdocio heredado. Durante su larga carrera en Jerusalén fue un intruso sospechoso e impopular. Las personas que enfrentan prejuicios culturales, étnicos, raciales, lingüísticos, religiosos o de otro tipo en sus lugares de trabajo actuales pueden identificarse con lo que Jeremías tuvo que enfrentar todos los días de su vida.
El llamado a un profeta reacio y la descripción del cargo
En el año decimotercero del reinado del rey Josías, aproximadamente a sus veinte años, Jeremías recibió el llamado de Dios a ser profeta (Jer 1:2). Su función era llevar los mensajes de Dios “sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y para derribar, para destruir y para derrocar, para edificar y para plantar” (Jer 1:10). Los mensajes de Dios por medio de Jeremías no eran amables ni positivos, ya que los judíos estaban desastrosamente cerca de dejar de ser fieles a Dios. Por medio de Jeremías, el Señor estaba llamándolos a que regresaran a Él antes de que se desatara el caos. Como un asesor externo contratado para reorganizar el orden establecido en una empresa, el profeta fue llamado a alterar las prácticas comunes en el reino de Judá. Parte de su tarea era oponerse a la idolatría y las costumbres malvadas que se habían vuelto parte de la adoración en este lugar.
Su trabajo profético comenzó bajo el buen reinado del rey Josías y continuó durante los reinados de los sucesores malvados, que fueron Joacaz, Joacim, Joaquín y Sedequías, y durante la destrucción total de Jerusalén que se dio bajo el gobierno del babilonio Nabucodonosor en el año 586 a. C. Durante sus cuatro décadas como profeta de Dios en Jerusalén, Jeremías recibió burlas constantes y fue el hazmerreír entre los habitantes de la ciudad. De hecho, se libró por poco de varios complots en contra de su vida (Jer 11:21; 18:18; 20:2; 26:8; 38).
Jeremías no aplicó para el cargo de profeta y no encontramos en alguna parte del texto que él “aceptara” el llamado de Dios a ser Su portavoz. Esto contrasta con el texto de Isaías, quien luego de su visión de la santidad y majestad de Dios le escuchó preguntar, “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” A lo que Isaías respondió: “Heme aquí; envíame a mí” (Is 6:8). Cuando Dios le informó a Jeremías que sería Su portavoz en Jerusalén, el profeta protestó por causa de su juventud y falta de experiencia (Jer 1:6–7). Sin embargo, parece que Dios ignora esa protesta al darle mensajes proféticos para el pueblo de inmediato (Jer 1:11–16). Después, Dios también le dio instrucciones, una advertencia y una promesa al nuevo profeta:
Tú, pues, ciñe tus lomos, levántate y diles todo lo que Yo te mande. No temas ante ellos, no sea que Yo te infunda temor delante de ellos. He aquí, Yo te he puesto hoy como ciudad fortificada, como columna de hierro y como muro de bronce contra toda esta tierra: contra los reyes de Judá, sus príncipes, sus sacerdotes y el pueblo de la tierra. Pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque Yo estoy contigo —declara el Señor— para librarte. (Jer 1:17–19).
Jeremías supo desde el comienzo que su labor como profeta sería difícil. Su tarea lo pondría en contra de toda la nación de Judá, desde el rey, los príncipes y los sacerdotes hasta las personas en las calles de la ciudad. Sin embargo, él recibió un llamado claro de Dios a realizar este trabajo difícil y confió en que Dios lo guiaría al hacerlo.