La bondad y la contaminación del trabajo (Jeremías 2)
Mucho antes de que naciera Jeremías, Dios declaró que el trabajo es bueno para las personas (Gn 1–2). Como dijimos antes, el método de Jeremías fue reconocer lo que Dios había revelado anteriormente y llamar la atención a la forma en la que estos principios se ponían —o no— en práctica en su época. En el capítulo 2, Jeremías habló de cómo el pueblo estaba pervirtiendo la bondad del trabajo. Dios le dijo a Su pueblo, “Yo os traje a una tierra fértil, para que comierais de su fruto y de sus delicias; pero vinisteis y contaminasteis Mi tierra, y de Mi heredad hicisteis abominación” (Jer 2:7). Él agregó que las personas “andaban tras cosas que no aprovechan” (Jer 2:8).
El Señor trajo al pueblo a una tierra fértil donde el fruto de su trabajo sería abundante, pero ellos rechazaron Su presencia al contaminar Su tierra. Esta es una expresión estándar del privilegio teológico en el Cercano Oriente antiguo: Dios creó la tierra y es su dueño, pero se la entregó a las personas para que sean sus mayordomos.[1] Dios le dio a Su pueblo el gran privilegio de trabajar Su tierra, el lugar que Él había escogido para Su templo, el lugar donde moraba Su presencia. Aunque en la época de Jeremías el pueblo trabajaba la tierra de Dios con desprecio, el trabajo mismo fue creado por el Señor como algo bueno. “Cuando comas del trabajo de tus manos, dichoso serás y te irá bien” (Sal 128:2). Trabajar la tierra es necesario y, cuando se hace a la manera de Dios, produce deleite y un sentido profundo de la presencia y el amor de Dios. “Nada hay mejor para el hombre que comer y beber y decirse que su trabajo es bueno. Esto también yo he visto que es de la mano de Dios” (Ec 2:24).
Sin embargo, el trabajo se contaminó cuando las personas dejaron de ser fieles a Dios en su trabajo. Ellos contaminaron la tierra porque dejaron de seguir a Dios y anduvieron “tras lo vano y se hicieran vanos” (Jer 2:5). Cuando nuestro trabajo no va bien, puede ser una muestra de que nuestra comunión con Dios se ha debilitado. Quizá hemos dejado de pasar tiempo con Dios, tal vez porque estamos ocupados trabajando tanto. A pesar de eso, es común que seamos tentados a tratar de arreglar el problema pasando más tiempo en tareas “que no aprovechan” (Jer 2:8), descuidando la comunión con Dios aún más. Nuestras tareas aprovechan poco no porque no estemos trabajando el tiempo suficiente, sino porque sin Dios en nuestro trabajo, este se vuelve infructuoso e ineficiente. ¿Qué pasaría si fuéramos al fondo del problema y pasáramos más tiempo en comunión con Dios? ¿Podríamos prever con Dios todas las acciones y decisiones significativas que tomaremos durante el día? ¿Podríamos recordar y orar por todas las personas con las que nos vamos a encontrar? ¿Podríamos revisar nuestro trabajo con Dios al final del día?
Some theologians refer to God’s people as “tenants” in the land. See for example, Daniel I. Block, The Gods of the Nations: Studies in Ancient Near Eastern National Theology, 2nd ed. (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 2000), 109-110. However, tenancy is not the same as stewardship, which is the clearer implication of Genesis 1:28.