La liberación de los esclavos (Jeremías 34)
Uno de los mandatos nuevos de Dios en Jeremías es la renuncia a la esclavitud (Jer 34:9). La ley de Moisés requería que se liberara a los esclavos hebreos después de seis años de servicio (Éx 21:2–4; Dt 15:12). Los adultos podían venderse a sí mismos y los padres podían vender a sus hijos en esclavitud por seis años. Después de eso debían ser liberados (Lv 25:39–46). En teoría, era un sistema más humano que la servidumbre o la esclavitud de la era moderna, pero los amos abusaron de él básicamente ignorando la exigencia de liberar a los esclavos al final del término o volviendo a tomar a los esclavos durante toda su vida por períodos de seis años consecutivos (Jer 34:16–17).
Jeremías 34:9 es significativo porque llamaba a una liberación inmediata de todos los esclavos hebreos sin tener en cuenta qué tanto tiempo habían trabajado como esclavos. Y aún más drásticamente, dispuso que “nadie retuviera a un judío, hermano suyo, en servidumbre... de modo que nadie los mantuviera más en servidumbre” (Jer 34:9–10). En otras palabras, fue la abolición de la esclavitud, al menos en cuanto a los judíos teniendo a otros judíos como esclavos. No es claro si esta debía ser una abolición permanente o si era una respuesta a las circunstancias extremas de la derrota militar y el exilio inminente. En cualquier caso, no se hizo cumplir por mucho tiempo y los amos pronto volvieron a tomar como esclavos a sus anteriores esclavos. Sin embargo, es un avance económico impresionante —o lo habría sido si se hubiera convertido en una medida permanente.
Desde el comienzo, Dios prohibió la esclavitud involuntaria y de por vida entre los judíos porque “fuiste esclavo en la tierra de Egipto, y que el Señor tu Dios te redimió” (Dt 15:15). Si Dios extendió Su brazo para liberar a un pueblo, ¿cómo podría soportar que fueran esclavos de nuevo, incluso de otros del mismo pueblo? Pero en Jeremías 34, Dios agregó un nuevo elemento: “proclamando libertad cada uno a su hermano y cada uno a su prójimo” (Jer 34:17). Es decir, la humanidad de los esclavos —a la que se refiere al llamarlos “hermano y prójimo”— exigía que fueran liberados. Ellos merecían ser libres porque eran —o debían haber sido— miembros amados de la comunidad. Esto iba más allá de la clasificación religiosa o racial, ya que personas de diferentes religiones y razas podían ser el prójimo de otros. No tenía nada que ver con ser descendientes de la nación en particular, Israel, la cual Dios liberó de Egipto. Los esclavos debían ser liberados simplemente porque eran humanos, igual que sus amos y las comunidades a su alrededor.
Este principio subyacente todavía aplica. Las millones de personas que siguen esclavizadas en el mundo necesitan con urgencia ser liberados, simplemente porque son seres humanos. Además, todos los trabajadores —no solo aquellos que están atados al trabajo en esclavitud— deberían ser tratados como “hermanos y prójimo”. Este principio aplica tan fuertemente contra las condiciones laborales inhumanas, la violación de los derechos civiles de los trabajadores, la discriminación injusta, el acoso sexual y una multitud de males menores tanto como aplica en contra de la esclavitud misma. Cualquier situación a la que no someteríamos a nuestro prójimo, cualquier cosa que no toleraríamos que les ocurriera a nuestros hermanos, no debemos tolerarla en nuestras compañías, organizaciones, comunidades o sociedades. En la medida en que los cristianos le podamos dar forma al ambiente en nuestros lugares de trabajo, estamos bajo el mismo mandato que el pueblo de Judá en la época de Jeremías.