Una perspectiva general del libro de Jeremías
El libro de Jeremías refleja la situación en deterioro que encontró el profeta. En varios momentos, tuvo la tarea poco envidiable de objetar la hipocresía religiosa, la deshonestidad económica y las prácticas opresoras de los líderes de Judá y sus seguidores. Jeremías fue la voz de alerta, el guardián que llamó la atención acerca de las verdades difíciles que otros preferirían ignorar.
Porque así dice el Señor acerca de la casa del rey de Judá... Te convertiré en un desierto, como ciudades deshabitadas. Designaré contra ti destructores… Pasarán muchas naciones junto a esta ciudad, y dirá cada cual a su prójimo: “¿Por qué ha hecho así el Señor a esta gran ciudad?” Entonces responderán: “Porque abandonaron el pacto del Señor su Dios”. (Jer 22:6–9)
Él era el pesimista, que en realidad era el realista. Además, fue rechazado y ridiculizado por falsos profetas que insistían en que Dios nunca dejaría que la ciudad de Jerusalén cayera ante un invasor.
La persistencia de Jeremías con su mensaje indeseable durante cuatro décadas es excepcional; simplemente no se rindió en la que parecía una tarea imposible. ¿Cuántos de nosotros nos hemos rendido en situaciones similares? La fidelidad constante de Jeremías al seguir las instrucciones de Dios es impresionante, dada la oposición implacable y las duras críticas que enfrentó. Aunque frecuentemente se le conoce como el “profeta llorón” porque se lamentó por el pecado de su pueblo y porque no logró convencerlos de que regresaran a Yahweh, la confianza de Jeremías nunca flaqueó. Él sabía que Dios, quien lo puso donde se encontraba, validaría la verdad de su mensaje. El profeta pudo ser fiel a su llamado indeseado porque Dios había prometido que sería fiel con él. “Pelearán contra ti, pero no te vencerán, porque Yo estoy contigo —declara el Señor— para librarte” (Jer 1:19).
En el año 605, Nabucodonosor de Babilonia atacó Jerusalén y se llevó diez mil de los judíos más competentes (incluyendo a Ezequiel y Daniel). En ese momento, el rol de Jeremías se amplió a llevar la palabra de Dios a los judíos en el exilio (Jer 29). Entre los judíos capturados habían falsos profetas que les aseguraban a los exiliados que los días de Babilonia estaban contados y que Dios nunca permitiría que los habitantes de Jerusalén fueran prisioneros, mientras que Jeremías les advirtió que estarían en Babilonia por setenta años. En vez de actuar con base en falsas esperanzas, los judíos se establecieron en la tierra, construyeron casas, plantaron jardines, dieron a sus hijos en matrimonio y dejaron de escuchar a los falsos profetas.
Mientras tanto, los habitantes que quedaban en Judá siguieron rechazando el mensaje de Dios. En el año 586, los babilonios regresaron, saquearon Jerusalén, derribaron sus murallas, destruyeron su templo piedra por piedra y se llevaron como prisioneras a las personas sanas que quedaban. Una vez más, el rol de Jeremías cambió (Jer 40–45). Dios lo mantuvo en la ciudad destruida, que fue gobernada brevemente por Gedalías, para animar al nuevo gobernador y ayudar a las personas a entender qué había ocurrido y cómo debían seguir adelante en medio de la destrucción. Aun así, una vez más y a pesar de su súplica para que escucharan el mensaje de Dios, ellos pusieron su fe en una alianza militar lamentable con Egipto, la cual Babilonia venció rápidamente. Jeremías fue llevado a Egipto, donde murió. Al final, el profeta tuvo que soportar tanto la terquedad y el rechazo de los gobernadores a prestarle atención a los mensajes de Dios como el desastre que resultó. Los profetas y los cristianos en el trabajo pueden encontrarse con que no tienen la capacidad de vencer todos los males. Algunas veces, el éxito significa hacer lo que sabemos que es correcto incluso cuando todo se vuelve en nuestra contra.
Los últimos capítulos (46–52) tratan principalmente acerca del juicio que Dios traerá sobre todas las naciones, no solamente Judá. Aunque Dios usó a Babilonia en contra de Judá, Babilonia tampoco se escaparía del castigo.
Al leer Jeremías es inevitable tomar conciencia de los resultados desastrosos que produjo la falta persistente de fe de los líderes de Judá —los reyes, los sacerdotes y los profetas. Su falta de visión y su disposición para creer las mentiras que se decían unos a otros los llevó a la completa destrucción de la nación y de su capital, Jerusalén. El trabajo que Dios nos da es algo serio. No seguir la palabra de Dios en nuestro trabajo puede causar un daño grave en nosotros mismos y en las personas a nuestro alrededor. Guiar al pueblo de Israel era la tarea del rey, los sacerdotes y los profetas. La catástrofe nacional que pronto sumió a Israel fue el resultado directo de sus malas decisiones y de no realizar las tareas que les exigía el pacto.