Dios permite que Satanás acabe con la prosperidad de Job (Job 1:13-22)
El problema del dolor viene cuando los tiempos son difíciles. Cuando nos ignoran para un ascenso o perdemos nuestro empleo, cuando sufrimos una enfermedad crónica, cuando perdemos a las personas que amamos, ¿entonces qué? Allí enfrentamos la pregunta, “Si Dios me estaba bendiciendo durante los tiempos buenos, ¿ahora me está castigando?” Esta es una pregunta bastante importante.
Entonces, si Dios nos está castigando, debemos cambiar lo que estamos haciendo para que Él termine el castigo. Pero, si nuestras dificultades no son un castigo de parte de Dios, cambiar lo que estamos haciendo sería necio e incluso puede estar en contra de lo que Dios quiere que hagamos.
Imagine el caso de una profesora. A ella la despiden durante un corte de presupuesto de la escuela y piensa, “Dios me está castigando porque no decidí ser misionera”. Al ver su despido como una señal, decide entrar al seminario y pide dinero prestado para pagarlo. Tres años después se gradúa y comienza a buscar apoyo para su misión. Si en realidad fue Dios quien causó el despido para castigarla por no volverse misionera, la ofensa ha terminado. Ya estaría en una buena condición.
Pero, ¿si su despido no fuera un castigo de parte de Dios? ¿Qué pasa si Dios no desea que ella se convierta en misionera? Durante su tiempo en el seminario puede estar perdiendo la oportunidad de servir a Dios como profesora. Aún peor, ¿qué pasa si no encuentra el apoyo que necesita como misionera? No tendrá trabajo y tendrá una deuda de decenas de miles de dólares. ¿Entonces se sentirá abandonada por Dios si su plan misionero no funciona? ¿Podría incluso perder su fe o llenarse de amargura contra Dios? Si es así, no sería la primera. Sin embargo, todo sería porque ella supuso equivocadamente que su despido era una señal del castigo de Dios. La cuestión de si la adversidad es o no una señal de la desaprobación de Dios no es un tema sencillo.
El acusador —Satanás— espera tenderle una trampa similar a Job y le dice a Dios que si le quitara las bendiciones que le ha concedido tan abundantemente a Job, “verás si no te maldice en tu misma cara” (Job 1:11; 2:5). Si Satanás logra que Job crea que Dios lo está castigando, Job podría quedar atrapado en una de dos trampas; puede abandonar sus hábitos rectos al suponer incorrectamente que son ofensivos para Dios, o, incluso mejor desde el punto de vista del acusador, se puede llenar de amargura contra Dios por Su castigo inmerecido y abandonar sus caminos por completo. Cualquiera terminaría en maldición delante de de Dios.
Dios le permite a Satanás que proceda con su plan. El libro no explica el porqué. Un día trágico, casi todo lo que Job valora es robado y las personas que ama —incluyendo todos sus hijos— son asesinadas, o mueren por culpa de grandes tormentas (Job 1:13-16). No obstante, Job no supone que Dios lo está castigando ni se llena de amargura por el trato de Dios. En cambio, lo alaba (Job 1:20). En el momento más difícil, Job bendice la autoridad de Dios sobre todas las circunstancias de la vida, buenas y malas. “El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:21).
La actitud de excelente equilibrio de Job es excepcional. Él entiende correctamente que la prosperidad que tenía era una bendición de Dios y no se imagina siquiera haber merecido esta bendición, a pesar de que reconoce que él era recto (implícito en Job 1:1, 5 y dicho explícitamente en Job 6:24-30, y otros). Debido a que reconoce que no merecía sus bendiciones anteriores, sabe que no necesariamente merece sus sufrimientos actuales. Él no considera que su condición sea una medida del favor de Dios. Por consiguiente, no pretende saber por qué Dios lo bendijo con prosperidad en un momento y en otro no.
El libro de Job es una amonestación al “evangelio de la prosperidad”, el cual declara que aquellos que tienen una buena relación con Dios siempre son bendecidos con prosperidad. Simplemente esto no es verdad y Job es la Prueba Número Uno. Pero Job también representa una amonestación al “evangelio de la pobreza”, que declara lo opuesto —que una buena relación con Dios implica una vida de pobreza. La idea de que los creyentes deberían igualar la pérdida de Job es demasiado descabellada para aparecer incluso a un lado de la discusión en Job. La prosperidad inicial de Job era una bendición de Dios genuina y su pobreza extrema es una calamidad genuina.
Job puede permanecer fiel aún durante la adversidad porque entiende la prosperidad correctamente. Ya que ha experimentado la prosperidad como una bendición de Dios, está preparado para sufrir la adversidad sin sacar conclusiones apresuradas. Él sabe qué es lo que no sabe —es decir, por qué Dios nos bendice con prosperidad o nos permite sufrir la adversidad. Y así mismo, sabe lo que sí sabe —es decir, que Dios es fiel incluso cuando permite que experimentemos gran dolor y sufrimiento. Como resultado, “en todo esto Job no pecó ni culpó a Dios” (Job 1:22).