El evangelio de la prosperidad desenmascarado en su forma primitiva (Jueces 17)
Si la sección central de Jueces nos muestra héroes deficientes atrapados en un círculo depresivo de opresión y liberación, los capítulos finales presentan un pueblo caído para el cual parece que no hay esperanza de redención. Jueces 17 comienza prácticamente con una parodia de la idolatría. Un hombre llamado Micaía tiene mucho dinero, su madre usa el dinero para hacer un ídolo y Micaía contrata a un levita independiente como su sacerdote personal. No es una sorpresa que la doctrina de mal gusto de Micaía tenga una teología igualmente terrible. “Micaía dijo: Ahora sé que el Señor me prosperará, porque tengo un levita por sacerdote” (Jue 17:13). En otras palabras, al conseguir una autoridad religiosa que bendiga su iniciativa idólatra, Micaía cree que puede hacer que Dios le dé lo que desea. Aquí se desperdicia la creatividad humana de la peor forma posible, en la fabricación de dioses simulados que funcionan como una cubierta para la codicia y la arrogancia.
El impulso de convertir a Dios en una máquina de prosperidad nunca ha dejado de existir. Una forma muy famosa en la actualidad es el llamado evangelio de la prosperidad o el evangelio del éxito, que declara que aquellos que profesan la fe en Cristo necesariamente serán recompensados con riquezas, buena salud y felicidad. En lo referente al trabajo, esto hace que algunos descuiden su labor y caigan en el libertinaje mientras esperan que Dios los llene de riquezas. También causa que otros —aquellos que esperan que Dios les haga prósperos a pesar de su trabajo— descuiden a su familia y su comunidad, abusen de sus compañeros de trabajo y hagan negocios de forma deshonesta, seguros de que el favor de Dios los exime de la moralidad común.