Todo el pueblo de Dios participa del trabajo (Levítico 1-10)
Levítico une las perspectivas de dos grupos que con frecuencia estaban en contra: los sacerdotes y el pueblo. Su propósito es unir a todo el pueblo de Dios, sin importar las diferencias de estatus. En los lugares de trabajo actuales, ¿cómo debemos manejar los cristianos las ofensas entre otras personas sin importar sus riquezas o su posición en la compañía? ¿Toleramos abusos de poder cuando los resultados parecen favorables para nuestra carrera profesional? ¿Participamos juzgando compañeros de trabajo, chismeando o murmurando, o insistimos en llevar los reclamos a los sistemas imparciales? ¿Le ponemos atención al daño que hacen el matoneo y el favoritismo en el trabajo? ¿Fomentamos una cultura positiva, promovemos la diversidad y construimos una organización saludable? ¿Facilitamos la comunicación abierta y confiable, minimizamos la politiquería clandestina y procuramos un mejor desempeño? ¿Creamos una atmósfera en donde las ideas surgen y se exploran, y se ponen las mejores en acción? ¿Nos concentramos en el crecimiento sostenible?
Los sacrificios de Israel no trataban únicamente las necesidades religiosas del pueblo, sino también las psicológicas y emocionales, abarcando así el todo de la persona y de la comunidad. Los cristianos entendemos que los negocios tienen propósitos que por lo general no son de naturaleza religiosa, y también sabemos que las personas no equivalen a lo que hacen o producen. Esto no reduce nuestro compromiso de trabajar y ser productivos, sino que nos recuerda que como Dios nos adoptó con Su perdón, tenemos más razones que otros para ser considerados, justos y bondadosos con todos (Lc 7:47; Ef 4:32; Col 3:13).