La trabajadora confiable es fiel a sus responsabilidades fiduciarias
El primer requisito de la confiabilidad es que nuestro trabajo le haga bien a aquellos que confían en nosotros. Al aceptar su confianza, reconocemos una responsabilidad fiduciaria de trabajar por su bien. La mujer valiente cumple esta tarea haciendo trabajos no solo para ella misma, sino también para el beneficio de las personas a su alrededor. Su trabajo beneficia a sus clientes (Prov 31:14), su comunidad (Prov 31:20), su familia inmediata (Prov 31:12, 28) y sus compañeros de trabajo (Prov 31:15). En la economía del Cercano Oriente antiguo, todos estos ámbitos de responsabilidad se unen en la entidad económica conocida como “la casa”. Como en gran parte del mundo, la mayoría de personas en ese entonces trabajaban en el mismo lugar en el que vivían. Algunos miembros de la casa trabajaban como cocineros, personal de limpieza, cuidadores o artesanos de telas, metal, madera y piedra en las habitaciones de la casa. Otros trabajaban en los campos junto a la casa como labradores, pastores o jornaleros. La “casa” se refiere a todo el complejo de empresas productivas así como a la familia extendida, los empleados y tal vez los esclavos que trabajaban y vivían allí. Al ser la administradora de una casa, la mujer valiente es como una emprendedora o una alta ejecutiva en los tiempos modernos. Cuando “vigila la marcha de su casa” (Prov 31:27), está cumpliendo una labor fiduciaria de confianza para todos los que dependen de su empresa.
Esto no significa que no podamos trabajar también para nuestro propio beneficio. La obligación de la mujer valiente con su casa es correspondida por el deber de su casa hacia ella. Es decir, que es apropiado que reciba una parte de la ganancia de la casa para su uso personal. El pasaje instruye a sus hijos y su esposo y a toda la comunidad a que la honren y la alaben. “Sus hijos se levantan y la llaman bienaventurada, también su marido, y la alaba… Dadle el fruto de sus manos, y que sus obras la alaben en las puertas” (Prov 31:28, 31).
Nuestro deber fiduciario exige que no le hagamos daño a nuestros empleadores en el afán de satisfacer nuestras propias necesidades. Podemos discutir con ellos o luchar en contra de la manera en la que nos tratan, pero no podemos hacerles daño. Por ejemplo, no debemos robar (Prov 29:24), realizar actos de vandalismo (Prov 18:9) o calumniar (Prov 10:18) a nuestros empleadores como un medio para expresar nuestras quejas. Algunas formas de aplicar este principio son evidentes. No debemos cobrarle a un cliente por horas que en realidad no trabajamos. No debemos destruir la propiedad de nuestros empleadores o acusarlos falsamente. Reflexionar en este principio puede acarrear consecuencias y preguntas más profundas. ¿Es correcto perjudicar la productividad o la armonía de la organización al no ayudar a nuestros rivales internos? ¿La posibilidad de obtener beneficios personales —como viajes, premios, mercancía gratuita, y similares— nos lleva a favorecer a ciertos proveedores a costa de los intereses de nuestro empleador? El deber mutuo que los empleados y los empleadores tienen uno con el otro es un tema serio.
El mismo deber aplica para las organizaciones que tienen una obligación fiduciaria con otras organizaciones. Es válido que una compañía negocie con sus clientes para obtener un precio más alto. Sin embargo, no es correcto obtener ganancias aprovechándose secretamente de un cliente, como hicieron varios bancos inversionistas al encargarle a sus representantes que les recomendaran las obligaciones hipotecarias garantizadas (CMO por sus siglas en inglés) a los clientes como si fueran inversiones sólidas, mientras que al mismo tiempo vendían en corto CMO con la expectativa de que su valor disminuyera.[1]
El temor del Señor es el referente de la responsabilidad fiduciaria. “No seas sabio a tus propios ojos, teme al Señor y apártate del mal” (Prov 3:7). Todas las personas estamos tentadas a servirnos a nosotros mismos a costa de los demás. Esa es la consecuencia de la Caída. Sin embargo, este proverbio nos dice que el temor del Señor —recordar Su bondad con nosotros, Su providencia sobre todas las cosas y Su justicia cuando herimos a los demás— nos ayuda a cumplir nuestro deber con otros.
“Wall Street and the Financial Crisis: Majority and Minority Staff Report” [Wall Street y la crisis financiera: reporte de la mayoría y la minoría” (Washington DC: United States Senate, Permanent Subcommittee on Investigations) [Washington DC: Senado de los Estados Unidos, Subcomité permanente de investigaciones] http://hsgac.senate.gov/public/_file...isisReport.pdf