Compartimos nuestros recursos con aquellos que tienen dificultad (1 Corintios 16:1-3)
Un proyecto constante de Pablo a lo largo de sus viajes misioneros fue el de recolectar dinero para las congregaciones en Judea que sufrían de dificultades económicas.[1] Él menciona esta colección no solo aquí sino también en Gálatas 2:10 y explica su fundamento teológico con más detalle en Romanos 15:25–31 y 2 Corintios 8–9. Para nuestros propósitos es importante notar que, según Pablo, parte de lo que gana un creyente debería ser dado para el beneficio de aquellos que no pueden proveer adecuadamente para sí mismos. Para Pablo, una de las funciones esenciales de la iglesia es cuidar de las necesidades de sus miembros a nivel mundial. El Antiguo Testamento prescribió tanto los diezmos fijos como las ofrendas voluntarias,[2] los cuales sustentaban las actividades del templo, el mantenimiento del estado y la ayuda para los pobres. Sin embargo, este sistema cesó cuando desaparecieron los reinos judíos. La colecta de Pablo para los pobres en Judea hace responsable fundamentalmente a la iglesia de la ayuda que en el Antiguo Testamento fue provista por los diezmos y las ofrendas.
En ningún lugar del Nuevo Testamento se dan porcentajes fijos, pero Pablo anima a las personas a que sean generosas (ver 2Co 8–9), lo cual en realidad no podría significar algo menor al nivel del Antiguo Testamento. Durante los siguientes siglos, mientras crecía la iglesia, su papel como proveedora de servicios sociales se convirtió en un elemento esencial de la sociedad, que duró más que incluso el Imperio romano.[3] Sea cual fuere la cantidad que den, se espera que los creyentes la determinen con anticipación como parte de su presupuesto y que traigan sus ofrendas periódicamente a las reuniones semanales de la congregación. En otras palabras, se requiere un cambio sostenido del estilo de vida para alcanzar este nivel de generosidad ya que no estamos hablando solo de algunas monedas.
Estos principios exigen una nueva consideración en nuestra época. Ahora los principales proveedores de bienestar social no son las iglesias sino los gobiernos, pero ¿hay algunas formas de servicio que los cristianos podemos hacer particularmente bien gracias a que Dios nos equipa para ellas? ¿El trabajo, la inversión y otra actividad económica de los cristianos podrían ser un medio para servir a aquellos que enfrentan dificultades económicas? En la época de Pablo, había una posibilidad limitada de que los cristianos pudieran comenzar negocios, participar en el comercio o proporcionar capacitación y educación, pero hoy estos podrían ser medios para crear empleos o proveer para las personas desfavorecidas económicamente. ¿El propósito de dar es solamente unir más a la iglesia alrededor del mundo (ciertamente uno de los objetivos de Pablo), o también cuidar del prójimo? ¿Podría ser que hoy Dios llame a los creyentes a dar dinero y a dirigir negocios, gobiernos, educación y cualquier otra forma de trabajo como un medio para cuidar de las personas que tienen dificultades? (Estas preguntas se exploran con más profundidad en “Provisión y riqueza” )
Para consultar una perspectiva general, ver Scot McKnight, “Collection for the Saints” [La colecta para los santos] en Dictionary of Paul and His Letters [Diccionario de Pablo y sus cartas], ed. Gerald F. Hawthorne et al. (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1993), 143–47.
Ver E. P. Sanders, Judaism: Practice and Belief [El judaísmo: práctica y creencia], 63 BCE-66 CE (Londres: SCM Press, 1992).
Jeannine E. Olson, Calvin and Social Welfare (Selinsgrove, PA: Susquehanna University Press, 1989), 18.