Hay toda clase de trabajos (1 Corintios 3:1-9)
Anteriormente mencionamos que el problema principal en la iglesia de los corintios era el de las divisiones. Se estaban formando grupos bajo el nombre de Pablo contra el nombre de Apolo, otro misionero de la iglesia de Corinto, lo cual Pablo se niega a aceptar. Él y Apolo son simplemente siervos y, aunque desempeñan roles diferentes, ninguno es más valioso que el otro. El que plantó (Pablo) y el que regó (Apolo) —para usar una metáfora agrícola— son igualmente vitales para el éxito de la cosecha pero ninguno es responsable del crecimiento del cultivo, que es enteramente obra de Dios. Los diversos trabajadores tienen una meta común en mente (una cosecha abundante), pero tienen diferentes tareas conforme a sus habilidades y llamado. Todos son necesarios y ninguno puede realizar todas las tareas necesarias.
En otras palabras, Pablo es consciente de la importancia de la diversificación y la especialización. En su famoso ensayo de 1958, “Yo, el lápiz”, el economista Leonard Read sigue el curso de la manufactura de un lápiz común, planteando la idea de que no hay una persona que sepa fabricar uno. En realidad es el producto de varios procesos sofisticados y cada individuo puede dominar solo uno de ellos. Por la gracia de Dios, diferentes personas son capaces de desempeñar diferentes roles en los lugares de trabajo en el mundo. Sin embargo, algunas veces la especialización conduce a la división interpersonal o interdepartamental, a canales deficientes de comunicación e incluso a la difamación. Si los cristianos creemos lo que Pablo dice acerca de la naturaleza dada por Dios de los diferentes roles, tal vez podamos tomar el liderazgo para construir puentes entre las divisiones disfuncionales en nuestras organizaciones. Si somos capaces simplemente de tratar a los demás con respeto y valorar el trabajo de los otros y no solo el nuestro, podemos hacer contribuciones significativas en nuestros lugares de trabajo.
Una aplicación importante de este aspecto es el valor de invertir en el desarrollo del trabajador, ya sea el de nosotros mismos o el de las personas a nuestro alrededor. En las cartas de Pablo, incluyendo 1 Corintios, a veces parece que nunca hace nada él mismo (ver, por ejemplo, 14–15), sino que les enseña a otros cómo hacerlo. Esto no es arrogancia ni pereza, sino orientación. Pablo prefería invertir en entrenar trabajadores y líderes eficaces que en tomar las decisiones él mismo. Mientras maduramos en el servicio a Cristo en nuestro lugar de trabajo, tal vez nos encontraremos haciendo más para equipar a otros y menos para hacer que los demás nos vean bien a nosotros.