Todos reciben la parte que les corresponde (1 Corintios 9:7-10)
En el capítulo 9, Pablo explica por qué al comienzo decidió no aceptar el apoyo financiero directo de la iglesia en Corinto, incluso aunque tenía derecho a recibirlo. Primero reivindica el derecho de los trabajadores, incluyendo los apóstoles, a recibir un salario por su trabajo. Servimos al Señor en el trabajo y el Señor desea que ganemos nuestro sustento a cambio de nuestra labor. Pablo da tres ejemplos de la vida cotidiana que ilustran este punto: los soldados, los vinicultores y los pastores, quienes obtienen un beneficio económico de sus labores. Sin embargo, es poco común que Pablo recurra solamente al convencionalismo para defender su argumento, así que cita Deuteronomio 25:4 (“No pondrás bozal al buey mientras trilla”) para respaldar su planteamiento. Si hasta los animales merecen una parte del fruto de su labor, entonces seguramente cualquier persona que participe en la obtención de un beneficio, debería recibir parte del mismo.
Este texto tiene implicaciones claras para el trabajo, especialmente para los empleadores. Los trabajadores merecen un salario justo. De hecho, la Biblia amenaza con consecuencias funestas a los empleadores si les niegan a sus empleados una compensación justa (Lv 19:13; Dt 24:14; Stg 5:7). Pablo sabe que varios factores afectan la determinación de un sueldo justo y no trata de prescribir una cifra o una fórmula. Además, las complejidades de oferta y demanda, la regulación y la sindicalización, los salarios y los beneficios y el poder y la flexibilidad en los mercados laborales actuales están por fuera del alcance de este capítulo, aunque el principio no lo está. Los empleadores no pueden descuidar las necesidades de sus empleados.
Aun así, Pablo decide no exigir su derecho a recibir un salario por su trabajo como apóstol. ¿Por qué? Porque en su caso, dadas las sensibilidades en la iglesia en Corinto, al hacerlo podría “causar estorbo al evangelio de Cristo”. En este caso, Dios hizo posible que él se ganara la vida allí al conocer a otros fabricantes de tiendas (o trabajadores de cuero), llamados Priscila y Aquila, quienes viven en Corinto (Hch 18:1–3; Ro 16:3). Pablo no espera que Dios acomode las cosas para que todos los trabajadores de la iglesia puedan trabajar gratis, pero en este caso Dios lo hizo y Pablo acepta Su provisión con agradecimiento. El punto es que solamente el trabajador tiene derecho a ofrecerse para trabajar sin una remuneración justa, pero el empleador no tiene derecho a exigirlo.