Compartir las riquezas (2 Corintios 8:13-15)
Pablo les recuerda a los corintios el principio básico detrás de la ofrenda. “Es más bien cuestión de igualdad. En las circunstancias actuales la abundancia de ustedes suplirá lo que ellos necesitan” (2Co 8:13-14, NVI). No se trata de que las iglesias en Judea sintieran un alivio perjudicando a las iglesias gentiles, sino que debería haber un equilibrio apropiado entre ellas. Los creyentes en Judea tenían necesidad y la iglesia en Corinto estaba experimentando cierta medida de prosperidad. Podía llegar el momento en el que la situación fuera opuesta y entonces, la ayuda sería en la dirección contraria, “para que a su vez la abundancia de ellos supla lo que ustedes necesitan” (2Co 8:14, NVI).
Pablo presenta dos imágenes para explicar lo que quiere decir. La primera, el equilibrio, es abstracta, pero tanto en el mundo antiguo como ahora, apela a la lógica de que el equilibrio conduce a la estabilidad y la salud en el mundo natural y en la sociedad.[1] El receptor se beneficia porque la ofrenda satisface una carencia inusual. El dador se beneficia porque la ofrenda evita que se acostumbre a una abundancia insostenible. La segunda imagen es concreta e histórica. Pablo les recuerda a los corintios los días en los que Dios le dio al pueblo de Israel el maná para que se sustentaran a sí mismos (Éx 16:11–18). Aunque algunos reunían mucho y otros poco en comparación, nadie tenía ni muy poco ni demasiado cuando se distribuía la ración diaria.
El principio de que el más rico debe dar de su riqueza al más pobre al grado de que los recursos de todos estén en “igualdad” es complicado en la noción moderna de autosuficiencia individual. Aparentemente, cuando Pablo les llama a los cristianos “siervos por amor de Jesús” (2Co 4:5), quiere decir que cien por ciento de nuestros salarios y riquezas le pertenecen directamente a Dios, y que es posible que Dios quiera que las distribuyamos a otros al punto de que los ingresos que conservamos para nuestro uso personal son iguales a los de ellos.
Sin embargo, debemos ser cuidadosos de no hacer aplicaciones simplistas en las estructuras del mundo actual. La discusión completa de este principio entre los cristianos se ha vuelto difícil porque se pierde en los debates políticos sobre el socialismo y el capitalismo. La pregunta en aquellos debates es si el Estado tiene derecho —o el deber— a imponer una igualdad en las riquezas quitándoles a los más ricos y dándoles a los más pobres. Esto es muy diferente de la situación de Pablo, en la que un grupo de iglesias les pedía a sus miembros dar dinero voluntariamente para que otra iglesia lo distribuyera con el fin de beneficiar a sus miembros pobres. De hecho, Pablo no dice nada en absoluto acerca del Estado en este sentido. En cuanto a él mismo, dice que no tiene planes de obligar a nadie cuando escribe, “no digo esto como un mandamiento”, y la colecta de la ofrenda no se hace “de mala gana ni por obligación” (2Co 9:7).
El propósito de Pablo no es crear un sistema social en particular, sino preguntarles a los que tienen dinero si están verdaderamente listos para ponerlo al servicio de Dios a favor de los pobres. Él les implora, “mostradles abiertamente ante las iglesias la prueba de vuestro amor, y de nuestra razón para jactarnos respecto a vosotros” (2Co 8:24). Los cristianos deberían tener más conversaciones acerca de cuáles son las mejores formas de disminuir la pobreza. ¿Sería por medio de dar únicamente, o invirtiendo, o algo diferente, o la mezcla de varios? ¿Qué papel tienen las estructuras de la iglesia, los negocios, el gobierno y las organizaciones sin ánimo de lucro? ¿Qué aspectos de los sistemas legales, infraestructuras, educación, cultura, responsabilidad personal, mayordomía, trabajo duro y otros factores se deben reformar o desarrollar? Los cristianos deben estar al frente del desarrollo de métodos que sean tanto generosos como eficaces para desaparecer la pobreza.[2]
Sin embargo, no puede existir ninguna inquietud acerca de la urgencia apremiante de la pobreza y no podemos rehusarnos a balancear nuestro uso del dinero con las necesidades de los demás. Las palabras contundentes de Pablo muestran que los que disfrutan la superabundancia no pueden ser complacientes cuando hay tantas personas en el mundo que sufren de pobreza extrema.
Murray J. Harris, The Second Epistle to the Corinthians: A Commentary on the Greek Text (Grand Rapids: Eerdmans, 2005), 590.
John Stott, The Grace of Giving: 10 Principles of Christian Giving [La gracia de dar: 10 principios de la ofrenda cristiana], Lausanne Archivos Didasko (Peabody, MA: Hendrickson Publishers, 2012), estudia detalladamente la práctica de dar basado en su lectura de 2 Corintios 8–9.