El estímulo de los elogios (2 Corintios 7)
Inmediatamente después de amonestar a los corintios, Pablo los elogia. “Mucha es mi confianza en vosotros, tengo mucho orgullo de vosotros” (2Co 7:4). Puede que sea una sorpresa para algunos descubrir que Pablo se jacta sin reservas de la iglesia en Corinto. A muchos se nos ha dicho que el orgullo es un pecado (lo que realmente es cierto), e incluso que el orgullo por los logros de alguien más es algo cuestionable. Además, puede que nos preguntemos si el orgullo que tiene Pablo por los corintios está mal ubicado. Esta era una congregación que tenía muchas dificultades y en sus cartas los amonesta de una forma muy fuerte. Él no usa lentes color de rosa cuando se trata de los corintios. Sin embargo, tales cuestiones no lo cohíben. No es tímido para elogiarlos cuando es debido y parece que está legítimamente orgulloso del progreso de los creyentes allí a pesar de su tensa relación con ellos. Dice que su orgullo por ellos es bien merecido, no un truco barato de adulación (2Co 7:11–13). Él repite en 2 Corintios 7:14 que la alabanza debe ser genuina cuando dice, “os hemos dicho todo con verdad, así también nuestra jactancia ante Tito resultó ser la verdad”.
Esto nos recuerda la importancia de dar elogios de forma específica, acertada y oportuna a nuestros compañeros de trabajo, empleados y otras personas con las que interactuamos en el trabajo. La alabanza inflada o generalizada es vacía y puede que parezca poco sincera y manipulativa. Por su parte, el criticismo constante se encarga de destruir en vez de edificar. Las palabras genuinas de apreciación y gratitud por un trabajo bien hecho siempre son apropiadas. Son evidencia de respeto mutuo, la base de la comunidad verdadera, y motivan a las personas a que sigan haciendo un buen trabajo. Todos esperamos ansiosamente escuchar que el Señor nos diga, “¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel!” (Mt 25:21, NVI), y es correcto dar palabras similares cuando es preciso.