La sala del trono de Dios (Apocalipsis 4 y 5)
La visión de Juan en los capítulos 4 y 5 es el centro de Apocalipsis. En esencia, es una visualización de la oración del Padre nuestro: “Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. El reino de Dios vendrá a través del testimonio fiel de Jesús y Su muerte sacrificial.
Podemos resaltar del capítulo 4 que Dios recibe adoración concretamente por ser el Creador de todas las cosas (especialmente Ap 4:11; comparar con Ap 14:7, en donde la esencia de “las buenas nuevas” es adorar “al que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas”). El mundo visible no es una idea adicional o un simple preludio del cielo, sino una expresión de la gloria de Dios y la base sobre la que Sus criaturas lo pueden adorar. De nuevo, esta es la base para un entendimiento apropiado del trabajo. Si el mundo es solo una ilusión que nos separa de la vida real del cielo, el trabajo allí será considerado más o menos como una pérdida de tiempo. Si, en cambio, el mundo es la buena creación de Dios, la idea del trabajo significativo se vuelve más esperanzadora. Aunque debemos recordar que el mundo siempre depende de Dios y que el orden del mundo presente es susceptible a un sacudón considerable, es igual de importante recordar que el mundo como la creación de Dios es exaltado significativamente en Su presencia y está diseñado para Su alabanza. En el capítulo 5 vale la pena notar que la redención asegurada en Cristo, la que permite que el reino de Dios avance, es el resultado de la obra de Cristo en la creación visible. Como dice Jacques Ellul, la recepción de Jesús del reino se basa en Su obra en la tierra: “el evento terrestre provoca el evento celestial… Lo que sucede en el mundo divino está definido, determinado, provocado por la actividad de Jesús en la tierra”.[1]
Jacques Ellul, Apocalypse [Apocalipsis], trad. G. W. Schreiner (Nueva York: Seabury, 1977), 47–48.