Cristo creó el mundo y lo sustenta (Hebreos 1:1 - 2:8)
Un aspecto crucial de la teología de Hebreos es que Cristo creó el mundo y lo sustenta. Él es el Hijo “por medio de quien [Dios] hizo también el universo” (Heb 1:2). Por tanto, Hebreos es un libro sobre Cristo, el creador, laborando en Su lugar de trabajo, la creación. Esto podría sorprender a alguien que esté acostumbrado a pensar que solo el Padre es el creador. Sin embargo, Hebreos es consistente con el resto del Nuevo Testamento (por ejemplo, Jn 1:3; Col 1:15–17) en nombrar a Cristo como el representante del Padre en la creación.[1] Ya que Cristo es totalmente Dios, “el resplandor de la gloria de Dios, la fiel imagen de lo que Él es” (Heb 1:3, NVI), el escritor de Hebreos puede referirse de forma intercambiable a Cristo o al Padre como el Creador.
Entonces, ¿de qué manera Hebreos representa a Cristo trabajando en la creación? Él es el constructor que pone los cimientos de la tierra y construye los cielos. “Tú, Señor, en el principio pusiste los cimientos de la tierra, y los cielos son obra de Tus manos” (Heb 1:10). Además, sustenta la creación presente, sosteniendo “todas las cosas por la palabra de Su poder” (Heb 1:3). Por supuesto, la expresión “todas las cosas” también nos incluye a nosotros: “Porque toda casa tiene su constructor, pero el constructor de todo es Dios... y nosotros somos la casa de Dios si nos armamos de valor” (Heb 3:4, 6). Dios construyó toda la creación por medio de Su Hijo. Esto ratifica firmemente que la creación es el lugar principal donde se encuentran la presencia y la salvación de Dios.
A lo largo de Hebreos, se sigue empleando la imagen de Dios como trabajador. Él ensambló o armó el tabernáculo celestial (Heb 8:2; por implicación, Heb 9:24), construyó un modelo o un plano del tabernáculo de Moisés (Heb 8:5) y diseñó y construyó una ciudad (Heb 11:10, 16; 12:22; 13:14). Él es juez en una corte y también es el verdugo (Heb 4:12–13; 9:28; 10:27–31; 12:23). Es un líder militar (Heb 1:13), un padre (Heb 1:5; 5:8; 8:9; 12:4–11), un señor que organiza Su casa (Heb 10:21), un campesino (Heb 6:7–8), un escriba (Heb 8:10), un pagador (Heb 10:35; 11:6) y un médico (Heb 12:13).[2]
Es cierto que Hebreos 1:10–12, citando Salmos 102, sí señala un contraste entre el Creador y la creación:
Tú, Señor, en el principio pusiste los cimientos de la tierra, y los cielos son obra de Tus manos; ellos perecerán, pero Tú permaneces; y todos ellos como una vestidura se envejecerán, y como un manto los enrollarás; como una vestidura serán mudados. Pero Tú eres el mismo, y Tus años no tendrán fin.
Esto es conforme al énfasis en la naturaleza transitoria de la vida en este mundo y la necesidad de buscar la ciudad permanente de los cielos nuevos y la nueva tierra. Sin embargo, el énfasis de Hebreos 1:10–12 se encuentra en el poder del Señor y Su salvación, no en la fragilidad del cosmos.[3] El Señor está trabajando en la creación.
Los seres humanos no somos solo productos de la creación de Dios, también somos subcreadores (o cocreadores, si lo prefiere) con Él. Como Su Hijo, somos llamados al trabajo de ordenar el mundo. “¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, o el hijo del hombre para que te intereses en él? Le has hecho un poco inferior a los ángeles; le has coronado de gloria y honor, y le has puesto sobre las obras de Tus manos; todo lo has sujetado bajo sus pies” (Heb 2:6–8, citando Salmos 8).[4] Si parece que es un poco vanidoso ver a los simples seres humanos como participantes de la obra de la creación, Hebreos nos recuerda que “Él [Jesús] no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Heb 2:11).
Por lo tanto, nuestro trabajo está diseñado para asemejarse al trabajo de Dios. Tiene un valor imperecedero. Cuando fabricamos computadoras, aviones y camisetas, cuando vendemos zapatos, financiamos préstamos, recogemos café, criamos hijos, gobernamos ciudades, provincias y naciones, o cuando hacemos cualquier clase de trabajo creativo, trabajamos junto a Dios en Su trabajo de creación.
El punto es que Jesús es el encargado supremo de la creación y, solo cuando trabajamos en Él, se restaura nuestra comunión con Dios. Esto es lo único que nos da la capacidad de tomar de nuevo nuestro lugar como vicerregentes de Dios en la Tierra. El destino diseñado para la humanidad lo estamos alcanzando en Jesús, en quien encontramos el patrón (Heb 2:10; 12:1–3), la provisión (Heb 2:10–18), el final y la esperanza para todo nuestro trabajo. Sin embargo, lo hacemos durante un tiempo caracterizado por la frustración y el riesgo de muerte, en el que la carencia de sentido es una amenaza para nuestra existencia misma (Heb 2:14–15). Hebreos reconoce que “no vemos aún todas las cosas sujetas” a los caminos de Su reino (Heb 2:8). El mal tiene una influencia fuerte en el presente.
Todo esto es crucial para entender lo que Hebreos mencionará más adelante acerca del cielo y el “mundo venidero” (Heb 2:5). Hebreos no está contrastando dos mundos diferentes —un mundo material malo con un mundo espiritual bueno. Más bien, está reconociendo que la creación buena de Dios ha quedado sujeta al mal y por eso, es necesaria una restauración radical para que vuelva a ser completamente buena. Toda la creación —no solo las almas humanas— está en el proceso de ser redimida por Cristo. “Al sujetarlo todo a él [el ser humano], [Dios] no dejó nada que no le sea sujeto” (Heb 2:8).
Ver Sean M. McDonough, Christ as Creator: Origins of a New Testament Doctrine [Cristo como creador: los orígenes de una doctrina del Nuevo Testamento] (Oxford: Oxford University Press, 2010).
Ver Robert Banks, God the Worker: Journeys into the Mind, Heart and Imagination of God [Dios el trabajador: una travesía por la mente, el corazón y la imaginación de Dios] (Sutherland, NSW: Albatross Books, 1992), y R. Paul Stevens, The Other Six Days [Los otros seis días] (Grand Rapids: Eerdmans, 2000), 118–23, para consultar un estudio sobre el trabajo de Dios.
Además, la cita del Salmo 102 encaja en una secuencia de pasajes que muestran el cosmos como algo que fue creado por medio del Hijo y está en el proceso de ser purificado.
Las citas del Antiguo Testamento en Hebreos siempre se toman de la Septuaginta, la traducción antigua en griego de las Escrituras hebreas. Por esta razón, no siempre corresponden estrictamente con las traducciones modernas, las cuales no se basan en la Septuaginta sino en el texto hebreo masorético.