Haciendo que las cosas tiemblen (Hebreos 12:18-29)
Uno de los malentendidos generalizados en cuanto al libro de Hebreos es que establece el mundo celestial (lo no creado) en contra del terrenal (lo creado) y que prevé la aniquilación del cosmos mientras que el cielo permanece como el reino inconmovible de Dios. Puede que parezca que a este malentendido lo respaldan textos como Hebreos 12:26–27.
Su voz hizo temblar entonces la tierra, pero ahora Él ha prometido, diciendo: Aún una vez más, Yo haré temblar no solo la tierra, sino también el cielo. Y esta expresión: Aún, una vez más, indica la remoción de las cosas movibles, como las cosas creadas, a fin de que permanezcan las cosas que son inconmovibles.
No obstante, luego de un análisis más detallado, vemos que el cielo y la tierra no son muy diferentes uno del otro. Los cielos también temblarán, igual que la tierra (Heb 12:26). Hebreos describe el mundo celestial como una “creación”, así como el cosmos (Heb 8:2, 11:10). Habla de resurrección (Heb 6:2, 11:35), lo que es una reclamación, no destrucción, de la creación. Entiende que el cosmos (Heb 1:2–6, 11:3) es la herencia del Hijo. Proclama que la ofrenda de Cristo era algo corporal, un evento de carne y hueso en este mundo (Heb 12:24; 13:2; 13:20). Finalmente, el “temblor” es la remoción de lo que es imperfecto o pecaminoso tanto en el cielo como en la tierra, no la destrucción de la tierra a favor del cielo.
El lenguaje aquí es una referencia a Hageo 2, donde “temblar” se refiere al derrocamiento de los invasores extranjeros, para que Israel y su templo pudieran ser reconstruidos. Esta referencia, y el argumento de Hebreos como un todo, indica que el resultado final de este temblor será que el templo de Dios sea lleno —en la tierra— de gloria. Todo el cosmos se convierte en el templo de Dios, purificado y recuperado. En Hageo 2, el temblor de los cielos y la tierra lleva a que se haga realidad la paz en la tierra, la cual en Hebreos 12 se nos dice que debemos buscar. “‘Y en este lugar daré paz [shalom]’ —declara el Señor de los ejércitos” (Hg 2:9).
Entonces, lo que es efímero no es el mundo creado sino la imperfección, el mal y el conflicto que infectan el mundo. Derramar nuestras vidas en el reino de Dios implica trabajar por medio de la creación y la redención que hacen parte del gobierno galopante de Cristo (Heb 7:2). Sin importar si somos cocineros, educadores, atletas, gerentes, administradores del hogar, ecologistas, senadores, bomberos, pastores o algo diferente, la forma en la que podemos participar en el reino de Cristo no es dejando el trabajo “terrenal” por el trabajo “espiritual”. Más bien, es perseverando —con acción de gracias a Dios (Heb 12:28)— en toda clase de trabajo bajo la disciplina de Cristo.