Una identidad que orienta a ser testigos del reino de Dios en la vida cotidiana (Hechos 2:1-41)
Indiscutiblemente, la historia del Pentecostés es fundamental para la vida de la comunidad cristiana primitiva. Este es el evento que pone en marcha la vocación de dar testimonio, descrita en Hechos 1:8. Esta sección de Hechos hace dos tipos de afirmaciones acerca de todos los trabajadores. Primero, el relato del Pentecostés identifica a sus oyentes cristianos dentro de una nueva comunidad que recrea el mundo —es decir, el reino de Dios— prometido por Dios por medio de los profetas. Pedro explica el fenómeno del Pentecostés refiriéndose al profeta Joel.
“Éstos no están borrachos como vosotros suponéis, pues apenas es la hora tercera del día; sino que esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel: Y sucederá en los últimos días —dice Dios— que derramaré de mi Espíritu sobre toda carne; y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y aun sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré de Mi Espíritu en esos días, y profetizarán. Y mostraré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra: sangre, fuego y columna de humo. El sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre, antes que venga el día grande y glorioso del Señor. Y sucederá que todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo”. (Hch 2:15–21)
Pedro se refiere a una sección de Joel que describe la restauración del pueblo exiliado de Dios. En esta sección, él afirma que Dios ha puesto en marcha la liberación definitiva de Su pueblo.[3] En el libro de Joel, con el regreso del pueblo de Dios a la tierra se cumplen las promesas del pacto de Dios y se inicia la recreación de mundo. Joel describe esta recreación con imágenes asombrosas. Cuando el pueblo de Dios regresa a la tierra, el desierto vuelve a la vida como un nuevo Edén. El suelo, los animales y el pueblo se regocijan por la victoria de Dios y la liberación de Su pueblo (ver Joel 2). Entre las imágenes impresionantes en esta sección de Joel, vemos que la restauración del pueblo de Dios causará un impacto económico inmediato: “El Señor responderá, y dirá a Su pueblo: He aquí, Yo os enviaré grano, mosto y aceite, y os saciaréis de ello, y nunca más os entregaré al oprobio entre las naciones” (Jl 2:19). Para Joel, el punto culminante de este acto de liberación es el derramamiento del Espíritu sobre el pueblo de Dios. Pedro entiende que la venida del Espíritu implica que los primeros seguidores de Jesús son —de alguna manera real, aunque profundamente misteriosa— participantes del nuevo mundo de Dios.
Una segunda cuestión importante y bastante relacionada es la descripción de Pedro de la salvación como un rescate de una “perversa generación” (Hch 2:40). Se deben aclarar dos asuntos. Primero, Lucas no describe la salvación como un escape de este mundo a una existencia celestial. En cambio, la salvación comienza en medio de este mundo presente. Segundo, Lucas espera que la salvación tenga un componente de tiempo presente. Comienza ahora como una forma diferente de vivir contraria a los patrones de esta “perversa generación”. Ya que el trabajo y sus consecuencias económicas y sociales son tan importantes para la identidad humana, es de esperarse que uno de los primeros patrones que se debe reconstituir en la vida del ser humano es la forma en la que los cristianos manejan su poder y sus posesiones. Entonces, el relato en esta primera sección de Hechos se desarrolla así: (1) Jesús indica que todos los seres humanos deben dar testimonio de Cristo; (2) la venida del Espíritu Santo marca el comienzo del “día del Señor” que ha sido prometido por mucho tiempo e inicia a las personas en el nuevo mundo de Dios; y (3) las expectativas para el “día del Señor” incluyen las transformaciones económicas profundas. El siguiente movimiento del relato de Lucas apunta a un nuevo pueblo empoderado por el Espíritu, que vive de acuerdo con una economía del reino.
La modificación cristiana de las expectativas israelitas acerca del fin de la era se denomina “escatología inaugurada” y con frecuencia se organiza bajo la rúbrica de un reino que ya está presente y al mismo tiempo no ha sido consumado. Israel esperaba que el día del Señor llegaría en un momento culminante. Los primeros cristianos descubrieron que el día del Señor comenzó con la resurrección de Jesús y con el derramamiento del Espíritu, pero que el reino no vendrá completamente hasta el regreso de Jesús.