El respeto de Pablo
A pesar de la convicción absoluta de Pablo de que sus creencias y su conducta son correctas, él muestra respeto por todas las personas que encuentra. Esto desarma tanto, especialmente a sus enemigos y captores, que le da una oportunidad perfecta para dar testimonio del reino de Dios. Cuando llega a Jerusalén, les muestra respeto a los líderes judíos cristianos y accede a su extraña petición de demostrar su fidelidad constante a la ley judía (Hch 21:17–26). Él le habla de forma respetuosa a una multitud que lo acaba de golpear (Hch 21:30–22:21), a un soldado que está a punto de azotarlo (Hch 22:25–29), al concilio judío que lo acusa en una corte romana —incluso al punto de disculparse por insultar al sumo sacerdote sin querer— (Hch 23:1–10), al gobernador romano Félix y su esposa Drusila (Hch 24:10–26), a Festo el sucesor de Félix (Hch 25:8–11; 26:24–26) y al rey Agripa y su esposa Berenice (Hch 26:2–29), quienes lo encarcelaron. En el viaje allí, trata con respeto al centurión Julio (Hch 27:3), al gobernador de Malta (Hch 28:7–10) y a los líderes de la comunidad judía en Roma (Hch 28:17–28).
No debemos considerar que el respeto que Pablo demuestra representa una timidez por su mensaje. Él nunca se acobarda para proclamar con audacia la verdad, sin importar las consecuencias. Después de que lo golpeara una multitud de judíos en Jerusalén, quienes sospechaban falsamente que él había traído a un gentil al templo, Pablo les predica un sermón que concluye relatando que el Señor Jesús le encargó predicarles la salvación a los gentiles (Hch 22:17–21). En Hechos 23:1–8, le dice al concilio judío, “se me juzga a causa de la esperanza de la resurrección de los muertos” (Hch 23:6). También, le proclama el evangelio a Félix (Hch 24:14–16) y les dice a Festo, Agripa y Berenice, “soy sometido a juicio por la esperanza de la promesa hecha por Dios a nuestros padres” (Hch 26:6). Además les advierte a los soldados y los marineros en el barco hacia Roma que “este viaje va a ser con perjuicio y graves pérdidas, no sólo del cargamento y de la nave, sino también de nuestras vidas” (Hch 27:10). El final del libro de Hechos nos muestra a Pablo “predicando el reino de Dios, y enseñando todo lo concerniente al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbo” (Hch 28:30–31).
Con frecuencia, el respeto de Pablo por las demás personas le da la oportunidad de que lo escuchen e incluso convierte a sus enemigos en amigos, a pesar de la audacia de sus palabras. El centurión que estaba a punto de azotarlo interviene ante el tribunal romano, que ordena que lo liberen. (Hch 22:26–29). Los fariseos concluyen, “No encontramos nada malo en este hombre; pero ¿y si un espíritu o un ángel le ha hablado?” (Hch 23:9). Félix determina que a Pablo “lo acusaban sobre cuestiones de su ley, pero no de ningún cargo que mereciera muerte o prisión” (Hch 23:29) y se convierte en un escucha ávido que “acostumbraba llamarlo con frecuencia y conversar con él” (Hch 24:26). Agripa, Berenice y Festo se dan cuenta de que Pablo es inocente y la predicación de Pablo comienza a persuadir a Agripa, quien le dice, “En poco tiempo me persuadirás a que me haga cristiano” (Hch 26:28). Cuando termina el viaje a Roma, Pablo se ha convertido en el líder de facto del barco, dando órdenes que el capitán y el centurión obedecen con agrado (Hch 27:42–44). En Malta, el gobernador les da la bienvenida y entretiene a Pablo y sus acompañantes, y más adelante abastece su barco y los envía con honor (Hch 28:10).Por supuesto, no todos devuelven el respeto de Pablo con respeto. Algunos lo calumnian, lo rechazan, lo amenazan y lo maltratan. Pero, en general, recibe mucho más respeto de las personas que el que reciben los patrones del sistema romano de clientelismo entre quienes trabaja. El ejercicio del poder puede demandar una apariencia de respeto, pero es mucho más probable que el ejercicio del verdadero respeto gane una respuesta de verdadero respeto.