La valentía de Pablo
Luego de los conflictos en Filipos y Éfeso, Pablo recibe amenazas de encarcelamiento (Hch 20:23; 21:11) y muerte (Hch 20:3; 23:12–14). Estas amenazas no son solo palabras, ya que en efecto hay dos atentados contra su vida (Hch 21:31; 23:21). Él es arrestado por el gobierno romano (Hch 23:10) y se presentan cargos en su contra (Hch 24:1–9), los cuales, aunque eran falsos, llevan finalmente a su ejecución. En vista de los episodios de conflicto que hemos estudiado, es apenas normal que seguir los caminos del reino de Dios cause conflictos con los caminos opresores del mundo.
Pero a pesar de todo, Pablo conserva una valentía extraordinaria. Él continúa con su trabajo (predicar) a pesar de las amenazas e incluso se atreve a predicarles a sus captores, tanto judíos (Hch 23:1–10) como romanos (Hch 24:21–26; 26:32; 28:30–31). Al final, su valentía prueba ser decisiva, no solo para su trabajo de predicar sino para salvar la vida de cientos de personas en medio de un naufragio (Hch 27:22–23). Sus palabras resumen su actitud de valentía mientras el temor se apodera de las personas a su alrededor. “¿Qué hacéis, llorando y quebrantándome el corazón? Porque listo estoy no sólo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús” (Hch 21:13).
Sin embargo, la cuestión no es que Pablo sea un hombre con una valentía extraordinaria, sino que el Espíritu Santo nos da a cada uno la valentía que necesitamos para hacer nuestro trabajo. Pablo le da el crédito al Espíritu Santo por ayudarlo al enfrentar tal adversidad (Hch 20:22; 21:4; 23:11). Este es un ánimo para nosotros hoy día, porque también podemos depender del Espíritu Santo para que nos dé la valentía que nos haga falta. El peligro no es tanto que la valentía nos falle en el momento de mayor temor, sino que la preocupación generalizada nos impida incluso dar el primer paso para seguir los caminos del reino de Dios en nuestro trabajo. ¿Con cuánta frecuencia dejamos de defender a un colega, servir a un cliente, oponernos a un jefe o hablar con firmeza acerca de un problema, no porque estemos bajo una presión real sino porque nos da temor que si lo hacemos podemos ofender a alguna autoridad? ¿Qué pasa si decidimos que antes de actuar en contra de los caminos de Dios en el trabajo, al menos tenemos que recibir una orden directa de hacerlo? ¿Podríamos comenzar contando con el Espíritu Santo para que nos sostenga al menos hasta ese punto?