La gracia de Dios (Marcos 10:23-31)
Las palabras posteriores de Jesús (Mr 10:23–25) explican mejor la importancia del encuentro, ya que resaltan la dificultad que enfrentan los ricos para entrar al reino. La reacción del joven ilustra el apego que las personas adineradas tienen por su riqueza y el estatus que la acompaña. Es significativo que los discípulos mismos quedan “perplejos” con las declaraciones de Jesús acerca de los ricos. Tal vez vale la pena mencionar que cuando Él repite Su afirmación en Marcos 10:24, se dirige a los discípulos como “hijos”, declarando que no tienen la carga del estatus y, debido a que lo siguen, no sufren por la carga de las riquezas.
Es probable que la analogía de Jesús del camello y el ojo de la aguja (Mr 10:25) no tenga nada que ver con una puerta pequeña en Jerusalén.[1] En vez de eso, pudo ser un juego de palabras en griego con los términos camello (kamelos) y cuerda pesada (kamilos). La imagen deliberadamente absurda simplemente enfatiza la imposibilidad de que el rico sea salvo sin la ayuda divina. Esto también aplica para los pobres, porque de otra manera, “¿quién podrá salvarse?” (Mr 10:26). La promesa de la ayuda divina se explica con detalle en Marcos 10:27: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios”. Dicha perspectiva evita que el pasaje (y nuestra apreciación como lectores) se convierta en un simple menosprecio hacia los ricos.
Esto hace que Pedro defienda las actitudes y la historia de abnegación de los discípulos. Ellos han dejado “todo atrás” para seguir a Jesús, quien afirma con Su respuesta la recompensa que les espera a todos los que hacen tales sacrificios. Cabe repetir que potencialmente, las cosas que estas personas dejaron (“casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras) tienen connotaciones de estatus y no solamente abundancia material. De hecho, Marcos 10:31 estructura todo el relato con un énfasis contundente en el estatus: “muchos primeros serán últimos, y los últimos, primeros”. Hasta este punto, la historia podría reflejar o un amor por los mismos bienes o por el estatus que proporcionan. Sin embargo, esta última afirmación enfatiza firmemente el tema del estatus. Poco después, Jesús lo declara en términos explícitos de trabajo: “cualquiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos” (Mr 10:44). Después de todo, un siervo es solo un trabajador sin estatus, ya que ni siquiera es dueño de su propia habilidad para trabajar. El estatus correcto de los seguidores de Jesús es el de un niño o un siervo: ninguno en absoluto. Incluso si tenemos posiciones privilegiadas o autoridad, debemos verlas como propiedad de Dios, no de nosotros mismos. Simplemente somos siervos de Dios, lo representamos pero no tenemos el estatus que le pertenece solo a Él.
Este es simplemente un mito que se ha propagado en los círculos cristianos populares, el cual fue divulgado por William Barclay en su Daily Study Bible Commentary [Comentario bíblico de estudio diario]; ver William Barclay, The Gospel of Matthew [El Evangelio de Mateo] (Louisville, KY: Westminster John Knox Press, 2001), 253. No es claro cuál es el origen de este mito, pero no se ha encontrado tal puerta ni en Jerusalén ni en ningún otro lugar.