Los impuestos y el César (Marcos 12:13-17)
La cuestión de los impuestos ya surgió de forma indirecta en la discusión sobre la historia del llamado de Leví (Mr 2:13–17, ver anteriormente). Esta sección trata el tema de una forma un poco más directa, aunque el significado del pasaje sigue siendo debatible en términos de su lógica. Es interesante que todo el suceso que se describe aquí representa esencialmente una trampa. Si Jesús apoya los impuestos romanos, ofenderá a Sus seguidores y si se opone, enfrentará cargos de traición. Ya que el incidente consta de circunstancias tan particulares, debemos tener cuidado al aplicar el pasaje en situaciones contemporáneas diferentes.
La respuesta de Jesús a esta trampa gira en torno de los conceptos de la imagen y la propiedad. Él examina la moneda común del denario (esencialmente el salario de un día) y pregunta de quién es la “imagen” (o incluso el “ícono”) que aparece en esta. Es probable que la razón por la que hace esta pregunta sea referirse de forma deliberada a Génesis 1:26–27 (los seres humanos creados a la imagen de Dios) con el fin de presentar un contraste. Las monedas tienen la imagen del emperador, pero los humanos tienen la imagen de Dios. Se trata de darle al emperador lo que es suyo (el dinero) y darle a Dios lo que le corresponde (nuestra misma vida). El elemento fundamental, que los humanos tienen la imago Dei, no está explícito, pero con seguridad se implica en el paralelismo formado en la lógica del argumento.
Con dicha argumentación, Jesús subordina el tema de los impuestos a la demanda mayor de Dios por nuestras vidas, pero con esto no niega la validez del pago de impuestos, ni siquiera la del sistema romano que es posible que fuera abusivo. Además, tampoco niega que el dinero le pertenece a Dios. Si el dinero le pertenece al César, le pertenece aún más a Dios, porque el César mismo está bajo la autoridad del Señor (Ro 13:1–17; 1P 2:13–14). Este pasaje no justifica la falacia recurrente de que los negocios son negocios y la religión es religión. Como hemos visto, Dios no reconoce una división entre lo sagrado y lo secular. Usted no puede pretender seguir a Cristo actuando como si a Él no le interesara en absoluto su trabajo. Jesús no promulga una licencia para hacer lo que le apetezca en el trabajo, sino que proclama paz en las cosas que usted no puede controlar. A usted le es posible controlar si defrauda a otros en el trabajo (Mr 10:18), así que no lo haga. No puede controlar si tiene que pagar impuestos (Mr 12:17), así que páguelos. En este pasaje, Jesús no dice cuál sería su obligación si pudiera controlar (o ejercer una influencia) los impuestos, por ejemplo, si fuera un senador romano o un votante en una democracia del siglo veintiuno.
(Este incidente se discute con mayor profundidad en “Lucas 20:20–26” en “Lucas y el trabajo”).