Los doce (Marcos 3:13-19)
Además de los relatos que describen el llamado a discípulos específicos, también encontramos la historia del nombramiento de los apóstoles. Una cuestión importante que se debe tener en cuenta en Marcos–3:13–14, es que los Doce constituyen un grupo especial dentro de una comunidad más amplia de discípulos. El carácter único de su oficio apostólico es importante y su llamado es a una forma de servicio particular, una que puede estar considerablemente lejos de la experiencia que la mayoría de nosotros tendremos. Si vamos a obtener lecciones de la experiencia y los roles de los discípulos, debemos hacerlo reconociendo la forma en que sus acciones y convicciones se relacionan con el reino, no simplemente del hecho de que dejaron sus trabajos para seguir a Jesús.
Aquí son relevantes las diferentes denominaciones que se les dan a Simón, Jacobo, Juan y Judas en Marcos 3:16–19. Jesús complementa el nombre de Simón con un nuevo nombre, “Pedro”, que es muy similar a la palabra griega para “roca” (petros). Es inevitable preguntarse si existe cierta ironía y cierta promesa en ese nombre. Simón, quien demostró ser realmente voluble e inestable, es llamado la “roca” y un día estará a la altura de ese nombre. Así como él, nuestro servicio para Dios en el lugar de trabajo, y en todos los demás aspectos de nuestra vida, no será una cuestión de perfección instantánea, sino de fracaso y crecimiento. Esta es una idea útil en los momentos en que sentimos que hemos fallado y que hemos desprestigiado el reino en el proceso.
Así como se le da un nuevo nombre a Simón, a los hijos de Zebedeo se les llama los “hijos del trueno” (Mr 3:17). Es un sobrenombre peculiar y parece gracioso, pero es probable que capte el carácter o la personalidad de estos dos hombres.[1] Es interesante que la inclusión en el reino no elimina la personalidad y los tipos de personalidad que existen. Esto tiene pros y contras. Por un lado, nuestra personalidad sigue siendo parte de nuestra identidad en el reino y sigue canalizando la forma en que representamos el reino en el lugar de trabajo. Esto ayuda a que resistamos la tentación de encontrar nuestra identidad en algún estereotipo, incluso en uno cristiano. Pero al mismo tiempo, nuestra personalidad puede estar caracterizada por elementos que deben ser confrontados por el evangelio. Un indicio de esto lo podemos ver en el título que se les da a los hijos de Zebedeo, ya que parece indicar que tenían un mal temperamento o una tendencia hacia el conflicto y, aunque el sobrenombre se da con afecto, tal vez no sea algo de lo que puedan estar orgullosos.
El asunto de la personalidad contribuye de forma significativa a nuestro entendimiento de la aplicación de la fe cristiana en el trabajo. Es probable que la mayoría de nosotros afirme que nuestras experiencias laborales, tanto buenas como malas, se han visto afectadas en gran parte por la personalidad de los que nos rodean. Con frecuencia, las cualidades del carácter que hacen de alguien un colega inspirador y que infunde vigor, puede que conviertan a esa misma persona en alguien difícil. Un trabajador motivado y entusiasmado puede distraerse con facilidad con nuevos proyectos o puede estar propenso a juzgar (y a expresar sus juicios) rápidamente. Nuestra propia personalidad también desempeña un papel importante. Puede que consideremos que es fácil o difícil trabajar con otras personas con base tanto en su personalidad como en la nuestra. Pero así mismo, otras personas pueden opinar en cuanto a lo fácil o difícil que es trabajar con nosotros.
Sin embargo, esto no se trata solamente de llevársela bien con otros. Nuestra personalidad distintiva determina nuestras habilidades, con las cuales contribuimos al trabajo de nuestra organización —y por medio de este, al trabajo del reino de Dios— para bien o para mal. La personalidad nos da tanto fortalezas como debilidades. En cierta manera, seguir a Cristo significa permitir que Él refrene los excesos de nuestra personalidad, así como cuando amonestó a los hijos del trueno por su ambición equivocada de sentarse a Su derecha y a Su izquierda (Mr 10:35–45). Al mismo tiempo, es común que los cristianos se equivoquen estableciendo un modelo universal de algunos rasgos particulares de la personalidad. Algunas comunidades cristianas han favorecido aspectos como la extraversión, la suavidad, la renuencia a ejercer el poder, o —más negativamente— la rudeza, intolerancia e ingenuidad. Otros cristianos consideran que los atributos que los destacan en su trabajo —la firmeza, el escepticismo respecto a los dogmas o la ambición, por ejemplo— los hacen sentir culpables o marginados en la iglesia. Tratar de ser algo que no somos, en el sentido de tratar de encajar en un estereotipo de lo que debe ser un cristiano en el trabajo, puede ser bastante complicado y puede hacer que los demás sientan que no somos auténticos. Somos llamados a imitar a Cristo (Fil 2:5) y a nuestros líderes (Heb 13:7), pero esta es una cuestión de imitar la virtud, no la personalidad. En cualquier caso, Jesús escoge como amigos y trabajadores a individuos con diferentes personalidades. Existen muchas herramientas disponibles para ayudar a las personas y las organizaciones a que usen de una mejor manera la variedad de características de personalidad en la toma de decisiones, la escogencia de la carrera laboral, el desempeño grupal, la resolución de conflictos, el liderazgo, las relaciones en el trabajo y otros factores.
Aunque en cierto nivel esto se debe relacionar con una teología de la riqueza o el patrimonio, por otra parte debe ubicarse en el lugar donde se encuentran las teologías de la iglesia y el trabajo. Siempre es tentador, y de hecho puede que parezca obligatorio, mantener una red de cristianos dentro del entorno laboral y buscar apoyarse unos a otros. Aunque es algo bueno, hay que ser realistas en este punto. Algunos de los que se presentan como seguidores de Jesús pueden tener en realidad corazones extraviados, lo que puede influir en las ideas que defienden. En esos casos, nuestra responsabilidad como cristianos es estar preparados para confrontarnos unos a otros en amor, ayudarnos a rendir cuentas para corroborar que en verdad estamos actuando de acuerdo con los estándares del reino.
Robert. A. Guelich, Mark 1–8:26 [Marcos 1–8:26], vol. 34A, Word Biblical Commentary [Comentario bíblico de la Palabra] (Nashville: Thomas Nelson, 1989), 162.